¿Y si escribes mañana, Andrés?

Por ANDRÉS TAPIA / Fotografía: GABRIEL NUNCIO

Hay días en los que no quiero escribir… aunque sepa que tengo que hacerlo.

Me escabullo temprano del trabajo para no lidiar con el tráfico de la Ciudad de México, para beberme un café, leer las notas de prensa, disponer de más tiempo. Y cuando llego a mi casa enciendo un cigarrillo –y luego otro–, y camino entre la mesa y la sala, entre el pasado y el presente, asomo a la ventana, orino cien veces, vislumbro el futuro y regreso a mi silla en la que me revuelvo como más tarde lo haré en mi cama. Luego observo a los vecinos encender las luces conforme avanza la noche; pongo un disco de Vivaldi; abro la puerta a Mary, la portera; le digo “hola”, “adiós”, “no te vayas”, “no quiero estar conmigo esta noche”, “no quiero escribir”. Pero Mary ya se ha ido.

–¿Y si escribes mañana, Andrés?

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Escribir nunca es fácil. No importa cual sea el tema que toques. Si es algo feliz tratarás de evitar, a toda costa, el convertirte en un ser cursi y “lleno de luz”, que es como suelen llamar los seres cursis y llenos de luz a los que escriben cosas felices. Y eso no es sencillo. Si, por el contrario, es algo triste, evitarás los adjetivos –tanto como sea posible– y te limitarás a los hechos si bien no te resistirás a crear una metáfora, una hipérbole cercana a la poesía, con la que deslumbrar a tus lectores. Y tampoco será fácil. Y si lo que escribes te indigna, te revuelve el estómago, te sacude la conciencia como el viento de abril a los árboles y te exige a gritos, en medio de un escandaloso silencio, “bebe un whisky… así será más sencillo”, entonces lo haces.

Cuando el bourbon sacude los hielos y los hace tintinear en el fondo del vaso, sabes que al volver a la mesa de tu sala ésta estará llena de fantasmas.

Esta noche son tantos que parecen cuatrocientos.

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La tarde del 18 de marzo del año 2011, al menos cuatro decenas de vehículos de lujo llegaron a un pueblo llamado Allende, en el estado mexicano de Coahuila, situado en el norte del país. Sus ocupantes, todos ellos enmascarados y en posesión de armamento de alto poder, recorrieron el lugar con una consigna casi bíblica: todos aquellos que ostenten los apellidos Moreno, Villanueva, Garza y Gaytán, así como aquellos que sin relación consanguínea alguna hallan estado relacionados con los primeros, deben ser secuestrados y asesinados.

Hombres, mujeres y niños fueron sustraídos violentamente de sus casas. Nunca más se sabría de ellos.

En ese momento el gobernador del estado de Coahuila era Rubén Moreira (aún lo es), hermano de Humberto Moreira, ex gobernador de la misma entidad, quien se separó del cargo para asumir la presidencia del Partido Revolucionario Institucional y cedió su puesto a Jorge Juan Torres López, sobre quien hoy pesa una acusación de lavado de dinero y es un fugitivo declarado de la justicia de los Estados Unidos.

Un hijo de Humberto Moreira, José Eduardo Moreira Rodríguez, fue asesinado el 3 de octubre del año 2012. El día de su funeral, su padre y su familia le lloraron desconsoladamente.

Eso no ocurrió con ninguno de los 400 fantasmas que hoy escriben conmigo y me fustigan a escribir. Y no ocurrió porque, en tanto todos pertenecían a las mismas familias, no había nadie que les llorara.

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–¿Y si escribes mañana, Andrés?

Me digo.

Y espero reflexionar para entonces. No sólo porque me pudre escribir de asesinatos, de crímenes irresolubles, de la impunidad que campea, reina y rige en México. Sino porque tengo amigos y conocidos que fustigan a la izquierda, a la derecha, pero cuando se trata de asuntos oscuros del PRI (Humberto Moreira, Rubén Moreira, Jorge Torres López pertenecen o pertenecieron a este partido), no dicen nada.

–¿Y si les dices que son unos miserables, Andrés? ¿Y si les dices que tienes aquí a 400 fantasmas que fueron asesinados porque tenían los apellidos de dos “don nadie”, José Luis Garza Gaytán y Héctor Moreno Villanueva, un par de idiotas nacidos en Coahuila, ni guapos, ni inteligentes, ni valientes, sino dos cobardes insignificantes que eran tan poca cosa que para granjearse mujeres, poder, dinero, influencia, se asociaron con el cártel de Los Zetas y un poco más tarde –en su ignorancia, en su complejo de inferioridad implícito, declarado y evidente–, decidieron que podían desafiar al más sanguinario cártel de la droga del que se tenga conocimiento tan sólo para imaginarse poderosos? ¿Y si se los dices, Andrés?

José Luis Garza Gaytán y Héctor Moreno Villanueva hoy son testigos protegidos de la Drug Enforcement Administration (DEA): huyeron a Estados Unidos cuando Miguel Ángel Treviño, el Z-40, un cobarde tan reputado y tan miserable como ellos, los amenazó con matarlos y matar a toda su familia por haberlo traicionado.

El Z-40 cumplió con su amenaza. Lo sé porque hoy 400 fantasmas escriben conmigo.

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El pueblo de Allende, en Coahuila, es hoy casi un pueblo fantasma. Hay al menos una treintena de casas tan devastadas, que parecen haber sido parte de un bombardeo nazi en la Segunda Guerra Mundial.

Sus pobladores, empero, nada o muy poco dijeron cuando hace un par de meses autoridades locales, federales y policiales se apersonaron ahí para investigar la desaparición de un sinnúmero de personas que, se piensa, fueron quemadas y reducidas a cenizas en botes de basura hace tres años. Tres años. La mitad del gobierno de Rubén Moreira, el hermano de Humberto Moreira, el ex gobernador que no sólo se vio envuelto en un escándalo de corrupción, que no sólo sufrió el asesinato de su hijo, sino que es muy posible que haya estado vinculado con los asesinos de su hijo.

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Si te mueres en las páginas interiores de un diario, el que sea, en la esquina inferior izquierda de una página par, de modo que a los lectores les cueste trabajo encontrarte y leer la noticia de tu muerte, entonces no te has muerto. Y si de cualquier modo te moriste, te asesinaron, con tan poco espacio apenas y parecerás una leyenda urbana. ¿Quién en México va a asesinar a 400 personas? ¡Por favor!

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Este país es tu país. El país de los muertos que mueren todos los días y nadie lo cree. El país en el que nadie exige cuentas porque ya se acostumbró al conteo de los muertos que son parte de la lógica torcida de México. El país de tus padres y tus abuelos. El país de tus amigos y conocidos que llaman a cuentas a los partidos de la derecha y de la izquierda, pero que son tan pusilánimes que no se atreven a ejercer la autocrítica y mucho menos a firmar, escribir, denunciar, en medios públicos, no en los callejones vacíos y vacuos de las redes sociales, con nombre y apellido, a los concupiscentes y miserables de este país.

Tengo sueño. Y estos cuatrocientos también.

–¿Y si escribes mañana, Andrés?