Por ANDRÉS TAPIA

Escribo a la luz agonizante de la última vela de mi árbol de Navidad.

Hace poco menos de tres horas, 29 bujías iluminaban la sala de mi casa. En este momento, sólo una permanece encendida.

No creo en Dios ni en los ángeles. No creo en Los Beatles o en Elvis. Tampoco en Barack Obama o en Angela Merkel. Mucho menos en Miguel Herrera, en Lionel Messi o en la Selección Nacional. En realidad no creo en nada, pero por alguna extraña razón suelo aferrarme a los clavos más ardientes. Incluso, lo confieso, a una vela encendida.