Por RUY FEBEN / Foto: GETTY IMAGES
A los 4 años. Conozco el mar. Mi padre me tiene de la mano, sobre una ola que rompe en Cancún. El agua me azota los pies, me lleva y me trae. Una y otra vez intento soltarlo y dejarme ir hasta el fondo, al mar enojado. Finalmente mi padre me lo prohíbe con un jalón enérgico, los ojos hinchados de hastío: “El mar es peligroso”, dice. Así aprendo a temerle.