Por ANDRÉS TAPIA
Descubrí primero el vestido. Y sólo mucho más tarde a Marie Antoinette.
He sido uno de esos hombres que cruzan una plaza, una noche lluviosa, tras haber abandonado violentamente un hotel. De los que encienden un cigarrillo y se levantan las solapas. Que pueden llorar sin que nadie lo note. Y si por ahí, en ese parque, descubren una banca, la escupen con sevicia y continúan su camino.
Hasta hoy.