Por ANDRÉS TAPIA
Iban y sus pasos no prometían andar de vuelta el reciente pero rudimentario cemento patinado de lluvia. Y eran todos los de ahí más siete que aguardaban febriles. Es decir, 120 en total. Al silencio lo adelantó Juan Corcobado, el sombrero chorreante y la mirada resuelta: “Que no sabemos qué y tenemos que saberlo ahora”.
Detrás suyo, largos los rostros, seis hombres se revolvieron en las sillas que ocupaban cuando una mano contuvo a un tiempo viento y enojo.
—¿Por qué nos has hecho venir, Corcobado?
—Tenemos la elección jodida.