Por ANDRÉS TAPIA
Aylín Ariana:
Te contaré una historia que no tiene qué ver contigo. Y, sin embargo, tiene que ver mucho contigo.
Verás…
Siendo niño, supongo que, por reflejo, me volví hincha del América: mi padre era hincha del América. Era la década de 1970 y tú no eras siquiera una idea, una posibilidad, un sueño. Yo tenía como cinco años, quizá seis, pero no más…
En un televisor pequeño, con imágenes en blanco y negro, vi ganar a nombres y hombres que tú ni siquiera sabes que existen: Alcindo Martha de Freitas, Carlos Reynoso, Enrique Borja, Rafael Puente…
¡América, América y ya!
Es sólo que pasó el tiempo, crecí, en 1978 la Selección Mexicana de Fútbol tuvo la que fue su peor participación en un Mundial y me alejé de eso, de perder, de sentirme representado por nadie y para nada.
Odié al América, hoy tu equipo, por infinidad de razones certeras y verdaderas. Por razones cercanas y lejanas a la deportividad, pero no por ello menos ciertas. Y dejé el fútbol.
Pasó la niñez, llegó la adolescencia, y el fútbol seguía sin importarme nada. Tan sólo Hugo, en algún momento me entusiasmó. Y al final no pasó nada.
Un día, sin embargo, a mediados de la primera década del Sigo XXI, me enamoré del Cruz Azul. Y volví al fútbol.
Y volví para nada: los subcampeones de todo y nada. De nada, básicamente.
¿Cómo te sientes hoy? Fallaste un penal y me sentí acuchillado, Aylín Ariana.
No te equivoques ni me malinterpretes: tienes unos maravillosos e insolentes 21 años.
Mañana, mañana (no sé cuándo es mañana) tú vas a definir un juego y será maravilloso.
Levanta la cara, Aylín, siempre odiaré a tu equipo.
Pero a ti, Joya, te amaré siempre…