La balada de Hanna y Cristiano

Por ANDRÉS TAPIA

A Melissa, mi sobrina, ella sabrá porqué algún día

«And if you have a minute, why don’t we go?
Talk about it somewhere only we know?
This could be the end of everything
So, why don’t we go?
So, why don’t we go?
«

Somewhere Only We Know – Keane

En su versión editada la historia dura solamente 26 segundos.

En ella, una niña a la que llamaré Hanna, justo en el segundo número uno acaricia el costado izquierdo de Cristiano Ronaldo, de arriba hacia abajo, a partir de la séptima costilla que protege la parte baja del corazón y hasta la cadera del 7 luso.

El escenario es el Westfalenstadion. La ciudad, Dortmund. El país, Alemania. Faltan unos minutos para las 18:00 horas en el huso horario del centro de Europa y Hanna se atreve –con sus siete, ocho, nueve años– a tocar al futbolista que en febrero pasado cumplió 39.

Ella y 10 niñas más participan de un ritual establecido el año 2002 por la FIFA y UNICEF llamado “Say Yes for the Children”, una iniciativa encaminada para “promover los derechos de los niños”, amén de maquillar un poco el rostro corrupto de la organización que hasta hace no mucho tiempo presidía Joseph Blatter y hoy lo hace Gianni Infantino.

Hanna –que en realidad no se llama así y acaso no sea alemana sino portuguesa– ha sido elegida para acompañar a la Selección de Fútbol de Portugal en el encuentro en que enfrentará a su similar de Turquía. Es así porque sus padres, o uno de ellos, está relacionado de alguna u otra manera con el fútbol; o bien porque pagaron a la FIFA una suma de dinero para que ella estuviera ahí, o acaso porque fue elegida en un sorteo, un poco más democrático, para estar en ese sitio. En cualquiera de las tres circunstancias, Hanna admira a Cristiano Ronaldo.

Después de tocarlo, Hanna se lleva ambas manos al rostro, como diciéndose avergonzada (y feliz), “pude hacerlo”, y entonces se vuelve hacia su izquierda, toca el hombro de la niña que tiene al lado (ella se llama ficticiamente Miriam) y le dice algo. Miriam ha notado el atrevimiento de Hanna y sonríe. Y acaso envidiosa (y nerviosa) mira de reojo, pudorosa, a Cristiano.

Al lado derecho de Hanna está Julia (tampoco se llama Julia), una niña de estatura más pequeña que, sin embargo, destaca por portar unos anteojos de armadura color rojo y la indiferencia que muestra al ídolo. Julia fue la encargada de llevar a Cristiano al centro del campo. Tomados de la mano, recorrieron el túnel y una parte del césped del Westfalenstadion. Julia, en ningún momento, mostró emoción alguna por acompañarlo.

Lo que Hanna le dijo a Miriam nunca lo sabremos, pero podemos aventurar algunas hipótesis: “¡Es real!”, “¡Me miró!”, “¡No es un sueño!”, “¡Lo toqué!” Y las respuestas de Miriam también: “¡Loca!”, “¡Qué valiente!”, “¡Cómo pudiste!”, “¡Wow, amiga!”

Acto seguido Hanna gira de nuevo la cabeza para ver a Cristiano y este le sonríe. Y la sonrisa de Hanna, la sonrisa más maravillosa de toda la historia, se queda grabada en la cámara de una televisora o en la memoria digital de un smartphone que alguien tuvo a bien enfocar en ese instante.

Mientras todo eso ocurre, Julia, indiferente, ya lo hemos dicho, agita primero la mano izquierda, y luego ambas, como queriendo restarle importancia a un video que va a volverse viral. Y nuevamente y otra vez (perdón por la tautología), Hanna se vuelve a llevar ambas manos al rostro para tratar de convencerse de que todo eso ha ocurrido.

En ocasión de un proyecto periodístico me volví aficionado del fútbol femenil. Y al tiempo que me adentraba en el tema me sorprendió darme cuenta que una gran mayoría de las jugadoras de todo el mundo tenían por ídolos e inspiración a Cristiano Ronaldo o a Lionel Messi. Las mujeres, sus pares, eran prácticamente inexistentes y tan sólo por ser políticamente correctas llegaban a mencionar a Alex Morgan, a Megan Rapinoe y hoy en día a Alexia Putellas y Aitana Bonmatí, entre algunas otras.

La vida cambia, pero no completamente. Hace unas semanas contemplé una imagen en la que un padre y sus dos hijas, los ojos llenos de lágrimas, celebraron el gol con el que Rebeca Bernal empató, en el último minuto, el juego en el que Rayadas venció al América Femenil y se coronaron campeonas por tercera ocasión en la historia de la Liga MX Femenil. Pese a ser incapaz de leerle los labios, entendí que el padre dijo a sus hijas: “Se los dije: no se iban a rendir”.

Pese a los estertores de los hombres –los malsabidos, consabidos y otrora concebidos invencibles machos–, el Siglo XXI ha sido, es y será femenino. Excepto hacernos a un lado, hacerles paseíllo y aplaudir a las mujeres, no tenemos otra opción.

Llegado a este punto reviso la historia –también mi historia– y me resulta incomprensible que en tiempos como los actuales existan mujeres que puedan admirar a los hombres. Por citar un mal ejemplo: la presidenta electa de mi país dice admirar al actual –y todavía– presidente, un hombre que miente, insulta y descalifica a sus adversarios todas las mañanas. Un misógino que engaña pretendiendo ser feminista. Un malnacido que ignora a las mujeres.

La contradicción llega de la mano de Hanna. De la timidez de Miriam. De la indiferencia de Julia.

En el segundo 26 del video al que he aludido, Cristiano Ronaldo abraza a Hanna, Miriam ya se ha ido y Julia coge del brazo a Hanna y parece decirle: “Vámonos ya, este es un juego de hombres y nada tenemos qué hacer aquí”.

No sé…

La arrogancia de Cristiano Ronaldo, bien ganada y siempre exhibida en el campo de juego, hace unos días se convirtió en otra cosa.

Julia lo odió. Miriam, excepto sonreír nerviosamente, fue incapaz de decir nada. Hanna, en cambio, fue por él, tras de él, y supo que no estaba soñando.

Imagino a Hanna en unos años… será doctora, abogada, ingeniera, presidenta de Portugal o canciller de Alemania. Pero sea lo que fuere, contará esta historia mil, un millón de veces: el día que el Príncipe, aunque no fuera Príncipe, la abrazó y le dijo –sin decirlo–: “El futuro es tuyo”.