Por ANDRÉS TAPIA

Lo primero que eché de menos fueron tres fotografías: dos de Emily Ratajkowski y una de Emma Watson: las había robado en tiempos recientes de sus páginas de Facebook y las incorporé a mi cuenta de Instagram. A las primeras las titulé “Simply Emily”; a la segunda, “Emma forever”. Un poco más tarde noté que habían desaparecido muchas más.

Faltaban las imágenes de mi apartamento, recogidas una tarde soleada y aterrenal en la Ciudad de México: un caleidoscopio improbable de luces y sombras proyectado en el Parquet, producto de la interacción del sol con las persianas, las sillas y la mesa de cristal del comedor, que parecía haber sido extraído de la novela más optimista de Jane Austen.

No fue lo único.

Por ANDRÉS TAPIA / Ilustración: PROCEDENTE DE PrairieBeauty.com

Una tarde de mediados de la década de 1970, mientras aguardaba en la sala de espera de un hospital, un hombre –quizá un anciano– tomó asiento frente a mí. No puedo recordar quién estaba conmigo: si mi madre, si mi padre, si yo estaba enfermo, o quién. Me recuerdo, en cambio, solo frente a aquel hombre mayor que llevaba puesto un sombrero, que tenía las manos rudas de un campesino, y que cargaba consigo una bolsa de malla que en el México de aquel tiempo se utilizaba para hacer las compras en los mercados populares.