Por ANDRÉS TAPIA
A mi hermano Pablo. A mi primo Tavo. A mis amigos Roberto, José Ramón, Rogelio e Iván…
Alguna vez, Björk definió al fútbol de la siguiente forma: “El fútbol es un festival de la fertilidad: once espermas tratando de alcanzar el óvulo… Siento pena por el portero”. Citar las palabras de la cantante islandesa no es un acto oportunista en coincidencia con la primera ocasión en que la selección de Islandia participará en una Copa del Mundo: de alguna retorcida, estrafalaria y genial manera –tal y cual es ella– definen el oficio, el arte y la posición de un arquero.
Björk, sin embargo, no fue la primera en advertir la soledad a la que está sometido el único jugador que puede hacer uso de sus manos en el campo de juego. En Speak, memory, un libro de memorias publicado en 1951, Vladimir Nabókov definió a la figura del portero de la siguiente manera: “El portero es un águila solitaria, un hombre misterioso, el último defensor. Más que un guardián de la portería, es el guardián de los sueños”. Nabókov aludía a su tiempo como guardameta en el equipo Trinity College de la Universidad de Cambridge a inicios de la década de 1920.