Por ANDRÉS TAPIA

El año de 1971 David Bowie tuvo un sueño. En él, Haywood Stenton Jones, su padre, quien había fallecido en 1969 y que trabajó la mayor parte de su vida como director de relaciones públicas de Barnardo’s Children Homes –una asociación civil británica dedicada a atender niños y adolescentes en situación de abandono o vulnerabilidad–, le dijo que le restaban cinco años de vida y que no debería volver a viajar en avión.

Bowie desestimó el consejo onírico de su padre. Y no.

Por ANDRÉS TAPIA

Desde que el hombre pudo tomar un trozo de piedra, papiro, papel o cualesquier otro material y contar en él y a partir de él una historia, la literatura ha permitido a sus protagonistas regresar y existir eternamente. A eso se refería Honoré de Balzac –a quien se le atribuye la creación de dicho recurso literario– con el retorno de los personajes.

La fórmula de Balzac halló eco muy pronto y sería Edgar Allan Poe, a través de la figura del Chévalier Auguste Dupin [“Los crímenes de la Rue Morgue” (1841), “El misterio de Marie Rogêt” (1842) y “La carta robada” (1844)], el primero en utilizarla.

De ese modo, Poe plantó la piedra filosofal de la novela policiaca, la cual se convertiría en género literario a partir de la aparición, unas décadas más tarde, del Sherlock Holmes de Sir Arthur Conan Doyle y el Hercules Poirot de Agatha Christie.