Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: EVENING STANDARD

Hace algunos años, el etólogo, zoólogo y pintor surrealista británico Desmond Morris, uno de los últimos de esta corriente artística que permanecen vivos, durante una conversación telefónica, a pregunta expresa en relación a la supervivencia de la raza humana, me respondió que estaba seguro que sobreviviríamos como especie –si bien en detrimento de otras–, pero que sospechaba que enfrentaríamos severas pérdidas y que éstas estarían relacionadas con el surgimiento de enfermedades que tomarían por sorpresa a los científicos.

Por ANDRÉS TAPIA

Dedicado a todas las Ma Di Tau que conozco: Andrea, Angie, María Luisa, María Eugenia, Mariela, Gianella,  Mónica, Magda, Claudia, Lourdes B, Lourdes T, Eugenia, Tania, Marisol, Irene, Patricia, Sheyla, Raquel, Teresa, Cynthia, Mary, Haidé y las que me falten nombrar…

El destino de un río es alcanzar el mar; el de una leona salvaje formar algún día parte de una manada. Pero en los casos del río Okavango y de Ma Di Tau ese destino no se cumple, al menos no como la naturaleza lo imagina.

El Okovango nace en Angola, en una región lluviosa conocida como Bié Plateau, a 1,780 metros sobre el nivel del mar, y recorre 1,600 kilómetros en dirección sur-sureste hasta alcanzar el desierto de Kalahari, en el norte de Botswana. Pero una vez ahí, por algún extraño capricho de la geografía y la hidrografía, el Okavango deja de ser un río para convertirse en un pantano.