Por ANDRÉS TAPIA

Lo primero que eché de menos fueron tres fotografías: dos de Emily Ratajkowski y una de Emma Watson: las había robado en tiempos recientes de sus páginas de Facebook y las incorporé a mi cuenta de Instagram. A las primeras las titulé “Simply Emily”; a la segunda, “Emma forever”. Un poco más tarde noté que habían desaparecido muchas más.

Faltaban las imágenes de mi apartamento, recogidas una tarde soleada y aterrenal en la Ciudad de México: un caleidoscopio improbable de luces y sombras proyectado en el Parquet, producto de la interacción del sol con las persianas, las sillas y la mesa de cristal del comedor, que parecía haber sido extraído de la novela más optimista de Jane Austen.

No fue lo único.

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: LUIS ALBERTO CASTILLO

“Doce minutos a casa. En este momento tránsito normal”. Con alguna variante en relación al tiempo, esta notificación me ha sido entregada en mi iPhone desde hace un par de semanas justo en el momento en que abordo mi automóvil, pocos minutos después de haber salido del trabajo.

La primera vez que ocurrió estaba distraído y no entendí ni me sorprendió: pensé que se trataba de un error o que inadvertidamente había puesto en marcha una aplicación, pero en tanto devino en un hábito comencé a preguntarme con la curiosidad genuina de quien asiste ignorante a la celebración de un prodigio.

Por ANDRÉS TAPIA

A Salima

Cuando era niño mi madre me enseñó a hablar con Dios. Hacerlo implicaba postrarme de rodillas frente a mi cama, con la cabeza hacia abajo y las manos unidas. Yo entonaba una oración, algo aprendido de memoria, y pedía cosas, igual que mis hermanos, cosas que no entendía.

Dios nunca respondió.