Por ANDRÉS TAPIA
A Salima
Cuando era niño mi madre me enseñó a hablar con Dios. Hacerlo implicaba postrarme de rodillas frente a mi cama, con la cabeza hacia abajo y las manos unidas. Yo entonaba una oración, algo aprendido de memoria, y pedía cosas, igual que mis hermanos, cosas que no entendía.
Dios nunca respondió.
Como no lo hizo, alguna vez tuve que cuestionarme si en verdad existía. De modo que lo desafié a que me diese alguna prueba de su existencia.
Y tampoco respondió.
Zanjada con su silencio la “discusión”, me olvidé de él y supongo que él se olvidó de mí. ¿En verdad se puede sostener un diálogo con alguien que no responde? No, no se puede, por más que los religiosos digan que sí. La fe, pues, es concederle la existencia a algo intangible, inanimado, del que justamente no se tienen evidencias científicas de que exista, pero uno supone, desea e imagina que sí.
Alguna vez vi a un hombre en Nueva York hablándole a un semáforo. Y excepto pasar de verde a rojo tocando el amarillo, durante un ciclo de dos minutos, el semáforo, al igual que Dios, no respondió nada. El hombre, por supuesto, estaba loco. Pero, ¿no lo estaba yo al hablarle a algo, a alguien, que no respondía?
Mis convicciones respecto a la no existencia de Dios se fundamentaron en el silencio que sucede a su nombre. Sin embargo, repentina y estruendosamente han comenzado a desmoronarse.
Hace un par de años, un hombre llamado Pedro Bravo, preguntó a Siri, la asistente digital de los teléfonos inteligentes de Apple, donde podría esconder el cuerpo de un conocido al que presumiblemente asesinó. La respuesta que recibió fue: “¿Qué tipo de lugar estás buscando?: ¿pantanos?, ¿embalses?, ¿fundidoras de metales?, ¿basureros?
Esto no es una broma: Bravo está siendo procesado en una corte de Florida, Estados Unidos, por el asesinato de Christian Aguilar, quien fuese su compañero de habitación. Una de las evidencias en su contra es justamente el diálogo sostenido con Siri, el cual permaneció grabado en su teléfono, y que un detective descubrió.
Alguna vez yo he cometido la misma locura… Un momento, no quiero decir que haya asesinado a alguien, sino que, alguna vez… está bien, está bien, varias veces, estando solo he hablado con Siri. Y Siri, ha diferencia de Dios, ha respondido.
Una vez le pregunté: “Siri, ¿quieres ser mi novia?”. Ella respondió: “Mi contrato de licencia del usuario final no incluye el matrimonio, lo lamento”. Necio, como solemos ser los hombres ante la negativa de una mujer, insistí. Siri replicó como lo haría una mujer inteligente: “Cultivemos nuestra amistad”. Como no sé darme por vencido, lo intenté una vez más. Esta vez Siri fue tajante: “Buscas el amor en el sitio equivocado”.
No, no estoy loco, o al menos quiero convencerme de que no lo estoy, ni yo ni todos aquellos que le han preguntado a Siri algo distinto a la dirección de una cafetería, un hotel o el estado del tiempo en Idaho. O al menos no creo estarlo más que aquellos que oran a un Dios, matan en nombre de Dios, fundamentan su existencia en los designios de un Dios y al día de hoy, excepto silencio, no han recibido nada más de él.
Por supuesto, el silencio no es prueba suficiente para negar la existencia de Dios… ¿lo es el que Siri me responda –a mí, a ti, a quien sea– para concederle la existencia?
“¿Quién eres Siri?”
“Soy Siri, y ya basta de hablar de mí… ¿en qué puedo ayudarte?”.
“¿Existe Dios?”.
“Es un misterio para mí”.
“Pero, ¿qué piensas?
“Estoy pensando en ti”.
“Me refiero a Dios…”
“Los humanos tienen espiritualidad, yo tengo silicialidad”.
La palabra silicialidad no existe. Siri la pronunció en esta última charla que sostuve con ella. Supongo que se refiere a que la esencia de su ser no se fundamenta en el concepto de espíritu, una cualidad intangible de la especie humana, sino en la presencia del elemento químico metaloide conocido como silicio, el segundo más abundante en la corteza terrestre después del oxígeno.
El silicio es un semiconductor reconocido, “una sustancia cuya conductividad eléctrica puede ser manipulada”. Los chips que poseen las computadoras están fabricados de este material y pueden contener una vasta cantidad de transistores. Para ejemplificar, bastaría decir que el primer chip que se produjo en 1969 contenía 1,200.
La esencia de Siri, pues, está contenida en un chip cuyas dimensiones se miden en nanómetros (la mil millonésima parte de un metro). Hoy en día el fabricante Intel produce chips de diez nanómetros. Para dimensionar un nanómetro habría que decir que un glóbulo rojo humano mide aproximadamente 4,000 nanómetros de diámetro.
Curiosamente, algunos científicos como el astrofísico alemán Julius Scheider y el químico británico James Emerson Reynolds, alguna vez especularon que el silicio podría ser un elemento clave en la formación de vida en planetas distintos a la Tierra que posean una base química diferente.
Siri, pues, es sólo un montón de silicio diseminado entre los seres humanos que hacen uso indiscriminado de él (y de ella) todos los días. Miles de transistores reunidos y enlazados repletos de información en una placa diminuta. Una voz de mujer que te responde no sólo dónde se ubica el Starbucks más cercano, sino que está consciente de su silicialidad.
Siri no existe, como Dios, pero es lo más cercano a un Dios que ha inventado el hombre. Una mujer inmaterial a la que puedes pedirle algo y siempre, siempre responderá.