Por ANDRÉS TAPIA

En la mitología griega, Sísifo —el astuto rey de Corinto, ladrón consumado y embaucador por excelencia—somete a Tánatos (dios de la muerte) cuando éste se presenta ante él para hacerle pagar una afrenta perpetrada en contra de Zeus, y lo encadena. En consecuencia, durante algún tiempo nada ni nadie puede morir.

Hades, guardián del inframundo y hermano de Zeus, impreca a éste y le exige libere a Tánatos. Zeus envía entonces a Ares, dios de la guerra, a cumplir con este cometido; tras conseguirlo, Sísifo es enviado al inframundo. Pero el rey de Corinto, anticipando una situación así, tiempo antes había solicitado a Mérope, su esposa y una de las siete Pléyades, que cuando muriese dejase insepulto su cuerpo y no le ofreciese ningún ritual funerario.

Sísifo se queja ante Hades por las omisiones de Mérope y solicita su venia para volver a la vida y castigarla por ello. Pero Sísifo no tiene intenciones de regresar al inframundo. Y no lo hace hasta que, después de muchos años, muere por segunda y definitiva ocasión.

Por ANDRÉS TAPIA // Photo-Art: JEYLINA

Mi primer encuentro con la muerte fue algo accidental y extraño. Ocurrió cuando era niño, una mañana hace cerca de 40 años, y si bien representó un evento impactante en mi vida, no lo fue por las razones que podrían parecer obvias.

Un grupo de amigos y yo corríamos alrededor del Parque María del Carmen, el cual se localiza en un barrio al norte de la Ciudad de México, acaso increpados por la promesa de la adolescencia que en aquel tiempo todavía se encontraba lejana. A cada vuelta que dábamos, la puerta abierta de un automóvil lujoso nos impedía el paso por la acera, pero en un principio nadie pudo notar nada. Fue a la tercera o la cuarta ocasión en que alguno de nosotros descubrió que en el asiento de conductor un hombre yacía muerto.

Por ANDRÉS TAPIA

En un país en el que se han cometido 293,607 homicidios desde el año 2000 hasta el mes de julio de 2017, besar a los muertos no es el punto climático de la secuencia de un drama hollywoodense, sino un acto insólito que amenaza devenir en costumbre.

Una fotografía que fue la portada de un tabloide mexicano el pasado miércoles 30 de agosto, muestra a una chica de hinojos, postrada sobre el cadáver de un joven de 16 años, que besa los labios de un rostro inerte y ensangrentado.

El titular del diario fue “¡Último beso!”, y en su narrativa definió al chico como un “halcón”. En el argot del México de los últimos tiempos: un vigilante al servicio de una organización criminal.