En un periodo de 37 años México ha experimentado tres terremotos que han ocurrido el mismo día, el 19 de septiembre. ¿Se trata de una coincidencia, de un patrón o de una profecía ominosa escrita en la Piedra del Sol?
Por ANDRÉS TAPIA
En un periodo de 37 años México ha experimentado tres terremotos que han ocurrido el mismo día, el 19 de septiembre. ¿Se trata de una coincidencia, de un patrón o de una profecía ominosa escrita en la Piedra del Sol?
Por ANDRÉS TAPIA
No tengo hijos. Pero, si los tuviera, aunque mi infancia fue una infancia apacible y feliz, jamás los dejaría solos en una calle, y mucho menos en una calle de la Ciudad de México
Por ANDRÉS TAPIA
La enfermera que fingió vacunar a un hombre en la Ciudad de México para hacerlo inmune al virus SARS-CoV-2, debería ser localizada e interrogada para saber si lo que hizo -que no hizo- fue por convicción propia o una consigna de terceros
Por ANDRÉS TAPIA
Hoy hay dos noticias, una buena y una mala. La buena es que Donald Trump, el bully de Andrés Manuel López Obrador que lo obligó a hacer todo lo que quería, se rindió al fin. La mala es que el presidente de México cree firmemente que nació para cambiar la historia
Por ANDRÉS TAPIA
Por ANDRÉS TAPIA
Hace unos días, en la calle Río Duero que forma parte de la Colonia Cuauhtémoc, un barrio de clase media alta situado a unos cinco kilómetros del centro de la Ciudad de México, tuvo lugar un intento de asesinato. Un hombre que conducía un automóvil Passat color negro recibió una descarga de ocho disparos por acaso dos hombres que circulaban en una motocicleta.
El hombre huía de su perseguidor o perseguidores, o no sabía que lo estaban siguiendo. En tanto la Colonia Cuauhtémoc es un barrio apacible durante las noches, me inclino más por la segunda teoría.
Para ingresar a Río Duero el conductor del Passat tuvo que haber girado a la izquierda procedente de la calle de Río Lerma. Si hubiese sido objeto de una persecución declarada, se habría escuchado el chirriar de las llantas del auto. No fue así. En los días de la pandemia el silencio se ha vuelto sempiterno y omnipresente, y la noche del 29 abril, a eso de las 23:00 horas, se quebró por el ruido de ocho disparos de una pistola semiautomática calibre .38.
Por ANDRÉS TAPIA
El 15 de diciembre de 1983, el cantautor argentino Charly García se presentó en la sala de conciertos Luna Park, de Buenos Aires, para presentar Clics Modernos, el segundo álbum solista de su carrera. Cinco días atrás, la Junta Militar que gobernó Argentina por espacio de siete años, entregó el poder a un gobierno constitucional. Una canción de ese disco, “Los dinosaurios”, hacía alusión a la brutal herencia de los militares: treinta mil personas desaparecidas.
Los amigos del barrio pueden desaparecer
Los cantores de radio pueden desaparecer
Los que están en los diarios pueden desaparecer
La persona que amas puede desaparecer
Los que están en el aire pueden desaparecer
Los que están en la calle pueden desaparecer
Los amigos del barrio pueden desaparecer
Pero los dinosaurios van a desaparecer
Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: PRESIDENCIA DE LA REPÚBLICA DE MÉXICO
Me llamo Andrés en honor a mi abuelo, Andrés Díaz Romero, un carpintero que nació el año de 1913 en un pueblo llamado Apán, en el estado mexicano de Hidalgo. Andrés, mi abuelo, con muy pocos años, vivió experiencias que un niño, si bien casi un adolescente, no debería enfrentar jamás.
En la llamada “Guerra de los Cristeros”, un conflicto armado que tuvo lugar de 1926 a 1929 y que fue detonado por el entonces presidente de México, Plutarco Elías Calles, quien propuso acotar y controlar el culto de la Iglesia Católica en el país, mi abuelo formó parte, de alguna forma, de los movimientos guerrilleros que se inconformaron con la llamada “Ley Calles”.
Por ANDRÉS TAPIA
En otro tiempo, cuando los primeros navegantes de la historia decidieron hacerse a la mar en barcas primitivas que apenas ostentaban una vela y dependían del viento para moverse, excepto la posición del sol, la luna y las estrellas, aquellos aventureros nada más tenían para orientarse. La luz de esos objetos celestes, una idea incomprensible y lejana, representaba una suerte de sendero por el que transitar parecía algo seguro.
Levantar la cabeza y mirar al cielo era entonces algo habitual, tanto como lo es hoy bajarla para enfocar con los ojos la pantalla de un teléfono inteligente. El universo, si se piensa, ha cambiado de sitio.
Por ANDRÉS TAPIA / Imagen: DISNEY-PIXAR
Una amiga me envía un mensaje para felicitarme por mi cumpleaños, piensa que aún estoy de viaje y escribe: “Ojalá que estés lejos festejando. Ojalá que no tuvieras que regresar al país del horror. Te dejo un abrazo”. El país del horror es México, mi país, en el que nací, en el que nació ella, y en el que nació la mayor parte de las personas que importan en mi vida.
No es ésta la primera vez que escribo del país del horror, y probablemente tampoco sea la última aunque, en los últimos tiempos, me haya resistido a detallar los pormenores de una degradación social y cultural que ha alcanzado niveles para los que el adjetivo más contundente y certero resulta apenas un eufemismo.
Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: GADVENTURES.COM
El viajero común que por alguna extraña razón decide visitar Islandia, apenas trasponer las puertas del Aeropuerto Internacional de Keflavík, deberá abordar un autobús conocido como Flybus, el medio de transporte más común para dirigirse a Reykjavík, la capital del país, que está situada a 50 kilómetros en dirección noreste.
El viaje hacia la ciudad, que no toma más de 45 minutos, discurre por la costa norte de la Península de Reykjanes y la mayor parte del tiempo, en la cercanía o en la distancia, puede observarse el romper de las olas del Océano Atlántico Norte. La inmensidad del mar que se avizora y adivina, empero, no es lo que atrae la mirada de los viajeros, sino los restos de las rocas volcánicas de color negro que, a modo de arrecifes que sobresalen por encima del agua, advierten que esa isla que está situada al este de Groenlandia y en consecuencia muy cerca del Polo Norte, es un país que no se parece a ningún otro sobre la Tierra.
Por ANDRÉS TAPIA
El año 1999 los motores de búsqueda más populares de Internet eran Yahoo!, Netscape Navigator, Lycos, Geocities, WebCrawler, Altavista, AskJeeves y LookSmart. Google, que había sido fundada en septiembre de 1998, estaba muy lejos de convertirse en un emporio rayano en un monopolio, y MSN Search, que también ya existía, a pesar de tener un buen comienzo no logró consolidarse con el paso del tiempo. La oferta, empero, era diversa, amplia y ecléctica, y cada nuevo internauta podía elegir a la compañía de su preferencia.
Sin embargo, durante el segundo lustro de la década de 1990, cuando la Internet apenas empezaba a propagarse en el mundo y la navegación implicaba una infraestructura alámbrica vinculada a las líneas telefónicas, acceder a una página tomaba mucho tiempo y la comunicación estaba sujeta a interrupciones constantes. Tales vicisitudes afectaban mayormente a los receptores del mensaje, pero los emisores del mismo no estaban exentos de ellas: subir contenido a Internet era tan complejo como jugar una partida de ajedrez con Gary Kasparov.
Por ANDRÉS TAPIA
Es la madrugada de un domingo de hace, quizá, cuatro años. Un grupo de periodistas, amigos algunos, colegas muchos, departen en un bar del barrio de La Condesa en la Ciudad de México. Cumplido el horario que por ley le ha sido asignado, el lugar cierra sus puertas, entrega la cuenta y pide al ruidoso grupo que abandone el sitio. Así lo hace.
Una vez afuera hay abrazos de despedida, besos, y el deseo de algunos cuantos de continuar la parranda en otro bar, en la casa de alguno, donde sea. Y mientras charlan y se dicen “hasta pronto”, una pelea entre motociclistas que en su mediocridad aspiran a comportarse como miembros de los Hells Angels tiene lugar a unos cuantos metros. Vuela un casco, una cadena se estrella en el torso de alguno de ellos, y proliferan maldiciones en mexicano: nunca egregias, siempre vulgares.
Por ANDRÉS TAPIA
Un hombre llamado Francisco Zea, teléfono móvil en mano, se videograba a sí mismo frente a un espejo. Zea trabaja para una empresa de medios de comunicación llamada Grupo Imagen. Es presentador en un programa de noticias y se dice periodista. Lo suyo es una rutina que realiza todos los días: mientras se prepara para ir al trabajo, graba un video de sí mismo mientras baila y ofrece un resumen con la información más relevante. El día anterior, en un sitio cercano a un pueblo llamado Bavispe perteneciente a un estado del norte de México, tres mujeres y seis niños fueron asesinados e incinerados por miembros de un cártel del narcotráfico que opera en esa zona. Zea no siente pudor alguno: tres mujeres y seis niños asesinados y él baila mientras habla no de una tragedia, sino de un acto brutal que retrata y define al país en el que vive. De fondo se escucha la canción “Sugar” del grupo estadounidense Maroon 5. Zea dice: “Mientras tanto, nosotros seguimos y tenemos que seguir con la actitud para construir un nuevo y mejor México todos los días”.
Por ANDRÉS TAPIA
Lo pienso una y otra vez. Regreso en el tiempo, en mi vida, tanto como puedo, y trato de hallar el momento primigenio en que mi imaginación quedó marcada de una forma oscura y fantástica… para bien y para mal.
Siendo muy niño (¿a qué edad se es muy niño?), mi padre, mi madrina, me obsequiaron distintas ediciones del compendio Narraciones extraordinarias de Edgar Allan Poe, un libro que constituye una puerta de entrada a una de las más egregias manifestaciones de la literatura, así esa puerta sea la del infierno. Escritor y poeta maldito, tan sólo por endilgarle los adjetivos y lugares más comunes, Poe se convirtió en mi Virgilio y me condujo por los círculos de un averno mucho más real que el concebido por Dante. Ahí, en los recovecos de una mente atribulada por circunstancias que no se correspondían con las expectativas de su vida, descubrí emociones que no por insanas resultaban ajenas e insustanciales a la naturaleza humana.
Por ANDRÉS TAPIA
En la obra de teatro Esperando a Godot, de Samuel Beckett, dos vagabundos, Vladimir y Estragon, aguardan a la sombra de un árbol por alguien a quien llaman Godot, con quien presumiblemente tienen una cita, pero esto no queda del todo claro. Mientras lo hacen, dos personajes más aparecen: Pozzo, un hombre cruel que afirma ser el dueño de la tierra en la que están postrados, y Lucky, su criado.
Tras sostener alguna interacción, Pozzo y Lucky se retiran, y Vladimir y Estragon permanecen a la espera de Godot, que jamás llega. En su lugar, aparece un chico que porta un mensaje del ausente. Llanamente les dice que Godot no ha podido presentarse, pero que “mañana seguramente lo hará”. Vladimir y Estragon, que han pasado largo tiempo a la espera de alguien que probablemente no existe, o quizá sí, deciden marcharse… pero al final no lo hacen.
Por ANDRÉS TAPIA
Cuando era niño era menester que los padres firmasen la boleta de calificaciones de sus hijos cada mes: esa era la forma en que en México los colegios de educación primaria enteraban a los progenitores o tutores de los alumnos de su desempeño escolar. No puedo hablar por el resto del Mundo, pero supongo y estoy casi seguro que dicha práctica es común y, quizá, universal.
Durante su infancia, mi padre vivió una transición que acaso no fue tersa –como no lo suele ser nada de lo que ocurre en México– en cuanto a la enseñanza de la escritura. Nació justo a la mitad de la década de 1940 e ingresó al colegio en los primeros años de la de 1950. Entonces la mayoría de las personas alfabetizadas había sido educada para escribir con letras cursivas, también llamadas de carta o manuscritas.
Por ANDRÉS TAPIA
Germán Loza era mi amigo. Murió hace casi 17 años. Esto no es del todo cierto. Germán no murió: lo asesinaron.
Nos conocimos por azar, por cercanía, por casualidad. Por todo eso junto.
Mi hermano Pablo y su hermano Alfredo acudían a la misma escuela secundaria. Ahí se conocieron y trabaron amistad. Pronto descubrieron que vivían a una sola calle de distancia. Y que yo y Germán estábamos inscritos en la misma escuela preparatoria.
Por ANDRÉS TAPIA
No es mi historia. Sin embargo, se parece. No al modo de la exactitud, acaso tan sólo de la coincidencia, y en cualquier caso de manera circunstancial. Pero se parece, se parece mucho.
* * *
Cogí mi bicicleta y me dirigí al Centro de la Ciudad de México. Necesitaba una bombilla singular que sólo puede conseguirse en una zona aledaña al Barrio Chino, un lugar eternamente repleto de transeúntes, basura, ruido y delincuencia. Aun así, por alguna extraña razón, ese sitio siempre ha sido fascinante. Lo fue para el niño y adolescente que fui; lo es todavía para el adulto que soy.
Por ANDRÉS TAPIA
Dicen que en política no hay coincidencias. Por lo menos los políticos no creen en su existencia. Han escuchado de ellas, sí, pero nunca han visto una. Y si se diese el caso que ocurriese una y la viesen, no la reconocerían. Básicamente porque se rigen bajo el principio de que en política las coincidencias no existen.
Luego entonces, el estreno en Netflix de la primera temporada de la serie de televisión Narcos México, dos semanas antes de la asunción de Andrés Manuel López Obrador como presidente de México, no es una coincidencia… aunque así lo parezca.
Por ANDRÉS TAPIA
El año 2002, David Bowie, refiriéndose a los cambios que a partir de la tecnología se estaban gestando en la industria musical, aseguró que un día la música llegaría hasta nosotros de la misma manera en que lo hacen el agua o la energía eléctrica. Bowie, que ciertamente tenía mucho de visionario pero también era un hombre culto y actualizado, estaba consciente de la reciente creación del iPod (2001) y de la revolución musical gestada por Napster (2000).
Sin embargo, faltaban todavía algunos años para que el mundo pudiera disponer de la música de una manera tan simple y sorprendente como girar una llave u oprimir un interruptor.