Por ANDRÉS TAPIA
Cuando la gente viaja suele llevar consigo sus obsesiones y sus costumbres.
Un amigo mío que vive en Berlín, cada vez que visita la Ciudad de México suele llenar su maleta de frascos de chiles y salsas picantes. Al día de hoy, no ha tenido un problema significativo en las aduanas alemanas.
Otro amigo, que consume marihuana y que suele viajar frecuentemente, suele ocultar la hierba en las tapas de desodorantes y lociones. El agudo y entrenado olfato de los perros policías, nacionales o extranjeros, ha resultado incapaz para descubrir su trampa.