Carta a Lionel Andrés

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: EFE: IGNACIO GRIMALDI

A Silvina Maricel: amiga accidental, hermana por nacimiento

Me llamo Andrés, igual que tú, aunque ese nombre, para ti, sólo aparezca en tu certificado de nacimiento y algunas veces en la memoria de algunos cronistas deportivos que, por un defecto de profesión, suelen citar a la historia con todas sus letras. Lionel, o sólo Lio, el primer nombre de tu nombre o su apócope —ambos los salvoconductos con los que habrás de cruzar, un día, las puertas de la historia—, tengo algo que preguntarte… ¿harás, por fin, campeona a la Selección de Argentina?

Antes de que te meses el cabello, bajes la cabeza, mires el suelo y luego, a modo de defensa, exhibas una sonrisa a media asta, vendría bien que supieras que yo no te estoy exigiendo nada: no soy argentino, tampoco un fanático del fútbol y Barcelona y el Barcelona no son mi segunda patria ni mi equipo alterno internacional favorito. Luego entonces, mi pregunta impertinente no es sarcástica ni irrespetuosa: tan sólo aventura la idea de saber qué se siente ser el depositario de una responsabilidad tan grande que alberga, a un mismo tiempo, la alegría o tristeza de un país.

Llevo dos noches mirando videos, secuencias fílmicas, analógicas o digitales, en las que apareces siendo niño, adolescente y adulto y que, a mi modo de ver, exhiben la vida de un ser extraordinario al que se le han endilgado misiones suicidas.

¿Qué es el fútbol, Lionel Andrés? ¿Un juego, un pasatiempo, una idea de la vida, un negocio mundial o todo lo anterior junto? Yo me habría quedado con dos o quizá tres acepciones de eso, pero, cuando te vi jugar por primera vez, atisbé algo que aceptaba todas esas definiciones y acaso podía reunirlas en un concepto que iba más allá de las aspiraciones culturales de un chico de barrio que abominaba del colegio. Con Pelé, con Di Stéfano, con Maradona, con Zidane, el fútbol aspiró a ser una actividad que renegaba de su origen humilde para convertirse en un convidado de los salones de la aristocracia y la monarquía. Contigo, empero, se convirtió en arte.

Miro rota tu estatua en el Paseo de la Gloria, en Puerto Madero, la primera vez cercenada a partir de la cintura: tan sólo tus piernas avanzando veloces en contra de los vientos infernales de la Santa María de los Buenos Aires y el balón anudado en el pie izquierdo, un apéndice que es a un mismo tiempo una maldición y una bendición mientras, a un par de kilómetros de ahí, desde hace más de 40 años, decenas de abuelas se han reunido en la Plaza de Mayo en busca de nietos que, acaso como tú, fueron partidos a la mitad.

No hubo de pasar mucho antes de que te reconstruyeran: un poco de argamasa, soldadura de bronce y la admiración intacta de quienes te consideran un artista y no el salvador de la nación. La otra mitad de tu país, sin embargo, te ha montado en el caballo del general José de San Martín y lleva 12 años esperando que te pongas a la Patria encima de los hombros y conduzcas a la Argentina al Olimpo.

Reconstruida tu efigie, el invierno pasado volvieron a mutilarte, esta vez a la altura de los tobillos. El 95 por ciento de tu cuerpo yacía en las baldosas del Paseo de la Gloria, ahí donde los vientos del Mar de La Plata han hecho singular a Buenos Aires. Tan sólo tus pies, y el balón adherido al izquierdo, permanecieron en tierra.

Quisiera montarme en esos pies, Lio, esos pies que, como los de Hermes o Mercurio en las mitologías griega y romana, estaban dotados de alas. Pero, al mismo tiempo, no quiero siquiera imaginarme la idea de representar a un país tan contradictorio como en el que naciste, tan contradictorio como en el que nací, tan contradictorio como son todos los países del mundo cuando, egoístamente, depositan en un solo individuo la responsabilidad de hacerlos visibles.

El Mundo es una gran mierda, Lionel Andrés, pero creo que eso ya lo sabes. Puedes hacer las cosas bien la mayor parte del tiempo, pero, cuando te equivocas, vienen por ti y te cortan la mitad de ti. Y, si no les parece suficiente, entonces vienen y te trozan todo… o casi todo.

La imagen de tus pies en el Paseo de la Gloria, lo único que resta de ti en el pantheon de los héroes del deporte de Argentina, es mucho más poderosa que la escultura completa creada por Carlos Benavidez, en tanto la esencia de tu vida permanece intacta: un par de pies que conducen una pelota al infinito.

No perderé el tiempo explicándote el porqué no voy a hinchar por la selección de fútbol de mi país. Tampoco lo haré dándote las razones de porqué deseo que Alemania gane de nuevo el Mundial de Fútbol. Te diré, en cambio, que clandestina, aviesa, obscena y públicamente, deseo que tú, Lionel Andrés Messi Cuccittini, hagas lo imposible, lo inimaginable, lo inconcebible, para que un juego, un pasatiempo, una idea de la vida, un negocio mundial o todo lo anterior reunido, en el futuro de todos los futuros posibles trascienda como un arte.

A mí, como a ti, me trozaron por la mitad y luego sólo nos dejaron los pies.

Hoy que lo pienso, Lionel Andrés, creo que con eso nos basta.

¡Lionel, Lionel, Lionel…!

¡Gooooooooooooooooooooool!