Por ANDRÉS TAPIA / Fotografía: CHRIS STENGER / Unsplash
Un asesinato en el barrio en el que uno vive es una tragedia y una amenaza, pero si tiene lugar en el barrio vecino tan sólo es un infortunio. A final de cuentas no es algo extraño: si las tragedias ocurren lejos y les ocurren a otros, bajo la perspectiva de los narcisistas entonces no son trágicas. O cuando menos no tanto.
En el extremo más oriental de Rusia, desde hace algunos años las morsas llevan a cabo un ritual suicida ante la imposibilidad de volver a su hogar: la banquisa del Círculo Polar Ártico, un sitio que en tiempos recientes se derrite en exceso durante el verano por causa del calentamiento global. Hacinadas en una isla a cuyas costas han acudido en masa a cazar, algunas de ellas escalan ingenuas los acantilados en busca de un lugar más confortable donde descansar. Es sólo que su ignorancia de la ley de la gravedad las hará precipitarse al agua desde una altura cercana a los 80 metros tan sólo para estrellarse en las rocas que forman los arrecifes.
A esa isla y otras que rodean el Polo Norte, llegarán algunos osos polares solitarios que, desesperados ante la falta de alimento por causa de la desaparición de la banquisa que es su coto de caza, se habrán aventurado a regiones desconocidas con tal de hallar tierra firme y alguna especie susceptible de ser su presa. Ello implica nadar días enteros y cientos de kilómetros, una odisea casi imposible, pero el mayor de los carnívoros terrestres es capaz de eso y mucho más.
En condiciones normales un oso polar podría enfrentar a una morsa o a varias de ellas y salir victorioso. Pero tras haber quemado su grasa corporal en el viaje náutico, excepto las que provienen de su instinto de sobrevivencia, pocas fuerzas le restan. Acaso, con un poco de suerte, podrá alimentarse de aquellas morsas que murieron al caer de los acantilados, pero emprender el viaje de regreso no será sencillo. Eventualmente, al igual que sus presas, morirá.
Pero ¿qué son las morsas y los osos polares –por nombrar dos ejemplos– ante la especie humana que vive debajo de ellos y en su sempiterna soberbia les ignora? No mucho: apenas dos especies de las miles que pueblan la Tierra y que, en tanto habitan una de las regiones más lejanas y agrestes del planeta, resultan prescindibles y extinguibles.
Los neosátrapas, esos individuos que, amparados en sus taras, en un discurso rimbombante en apariencia políticamente correcto y en la práctica de la democracia que, al mismo tiempo, supone un defecto mayúsculo de la misma, serían capaces de hipotecar el Círculo Polar Ártico, el Delta del Okavango y el Amazonas con tal de apuntalar no precisamente sus ambiciones políticas, sino su ignorancia, tan grande o más que la de las morsas que pueden escalar un acantilado con tal de hallar un sitio más confortable para descansar, pero que llegado el momento son incapaces de volver sobre sus pasos restándoles solo la muerte como única opción.
La analogía no es ociosa, pero sí retórica: si la especie humana no toma conciencia de lo que está en juego, llegará un momento en que será imposible desandar el camino andado y sólo quedará ante nosotros el vacío que ofrece un acantilado.
Es sólo que las consecuencias del calentamiento global no se circunscriben únicamente a la desaparición del hábitat de determinadas especies y a la extinción de estas, también amenazan a los humanos. El deshielo de los glaciares de Groenlandia, que entre 1994 y 2017 registra una pérdida de 28 billones de toneladas de hielo, ha provocado un incremento del nivel del mar que, de mantenerse como hasta ahora, alcanzará un metro para finales de siglo. Un metro no parecería ser algo grave, lo que ignoran los ignorantes es que, en un contexto macro, tan sólo un centímetro de aumento implica que alrededor de un millón de personas sean desplazadas del lugar que habitan.
Es difícil entender qué es lo que ocurre en la mente de los negacionistas, aquellos que aseguran que el Holocausto jamás ocurrió, que vacunarse en contra del virus SARS-CoV-2 forma parte de una conspiración mundial o que el calentamiento global es una superchería creada por gobiernos neoliberales para distraer al mundo de asuntos más importantes. Pero resulta mucho más incomprensible que algunos de ellos sean o hayan sido líderes mundiales y que existan hordas que los respalden.
El universo de una persona puede ser tan grande como el barrio en el que vive, la ciudad en la que nació, el país que le dio una nacionalidad, el continente que lo contiene, el planeta en el que existe e incluso el infinito. Sin embargo, sólo unos cuantos son capaces de dejar de mirar su ombligo y de imaginarse parte de algo mucho más grande en el que todo, absolutamente todo está vinculado, y no precisamente por la Internet.
De continuar como hasta ahora la emisión de gases de efecto invernadero y la desaparición de las placas de hielo del Ártico por causa del calentamiento global, los científicos y naturalistas estiman que los osos polares podrían desaparecer antes del año 2100.
Algunos de quienes han nacido en este siglo y en este momento son jóvenes o niños, al llegar a su vejez es posible que contemplen un escenario inédito: la extinción del más grande de los carnívoros que habitan el planeta. Concediendo, claro está, que para entonces todavía exista la especie humana sobre la Tierra.