The Beatles: el día de la dicha perdida

Por ANDRÉS TAPIA

A mi entrañable amigo Martín Padilla, el Sexto Beatle

A cualquier hora del día, en cualquier época del año, en el número 3 de Savile Row, una calle situada en el barrio de Mayfair, en el distrito de Westminster, en Londres, y que desemboca, o inicia, en Burlington Gardens, puede observarse cómo algunos transeúntes levantan la mirada y la dirigen hacia la azotea de ese edificio de cinco pisos que arquitectónicamente no destaca de los demás que lo rodean, excepto por una placa circular que está situada entre dos ventanas del segundo piso y en la que se lee: “Los Beatles realizaron su última actuación en vivo en la azotea de este edificio. Enero 30, 1969”.

La gente que se detiene a observar no dirige propiamente la mirada hacia la placa, sino al tejado, del que debido a la perspectiva y a lo estrecha de la calle no puede apreciarse absolutamente nada. Se trata de algo curioso, cuando no histérico: querer mirar lo que no se puede y lo que incluso no pudieron ver aquellas personas que la tarde del 30 de enero de 1969 pasaron por ahí y fueron testigos ciegos de la última ocasión que Los Beatles ofrecieron un concierto público.

Pero por muy absurda que sea esa suerte de ritual, al final –de una manera mucho más absurda y extraña– resulta comprensible: la gente no intenta mirar la azotea sino escuchar la música que de ahí surgió, como si fuese posible que cualquier tarde lo ocurrido ahí hace casi 53 años pudiera repetirse. No lo es, por supuesto, como tampoco será posible que hoy y en el futuro la gente deje de levantar la cabeza al caminar frente al número 3 de Savile Row para mirar lo que no se ve y en un desvarío de su imaginación percibir un rumor lejano de lo que ahí ocurrió.

La serie documental The Beatles: Get Back, cuya dirección ha corrido a cargo de Peter Jackson y que recién se estrenó en la plataforma de Disney +, muestra la planeación y el proceso que tuvieron lugar para llevar a cabo el mítico concierto de la azotea, y exhibe por primera vez una compilación de más de 60 horas de metraje no reveladas y más de 150 de audio que tampoco fueron hechas públicas.

Cierto, algunas situaciones de las que presenta esta producción ya se habían visto en el documental Let it Be de Michael Lindsay-Hogg (1970) cuya grabación fue el origen de esta nueva serie, pero también lo es que ese filme –que fue lanzado en formatos VHS, Beta y Videodisc a principios de la década de 1980–, no se distribuyó masivamente sino de manera muy restringida y al final fue retirado del mercado.

Más tarde, ya en los 90, Apple Corps. lo remasterizó un par de veces y planificó un lanzamiento conjunto de dos DVD junto con el álbum Let It Be Naked el año 2003. Pero incluso entonces, en pleno apogeo de la era de Internet, se decidió que la película causaría mucha controversia y se filtró que Paul McCartney y Ringo Starr bloquearon el lanzamiento por considerar que podría afectar la imagen del grupo al exhibir el lado oscuro de Los Beatles.

Todas las familias tienen secretos que guardan celosamente y Los Beatles no fueron la excepción. Sin embargo, tales secretos en ocasiones son revelados a los amigos más cercanos o bien ocurre que los vecinos, por alguna razón, aviesa o inocente, se enteran de ellos. Mucho de lo que revela The Beatles: Get Back ya se conocía: la omnipresencia de Yoko Ono en las sesiones de grabación; las disputas creativas entre Paul y John Lennon; las imposiciones musicales de Paul a George Harrison y la renuncia de este al grupo el séptimo día de la grabación.

Lo que estaba oculto, sin embargo, eran los detalles. Y son justamente estos los que convierten a The Beatles: Get Back en un extraordinario documento visual que, al igual que las más intrincadas teorías de la conspiración, se mantuvo oculto durante más de 50 años y al que Paul y Ringo, los dos Beatles sobrevivientes, más Yoko Ono y Olivia Harrison, dieron al fin luz verde.

Mas no es sólo el morbo de contemplar desde muy cerca el principio del fin de Los Beatles, sino también aquellos aspectos íntimos de una sesión de grabación en la que se originaron algunas de las canciones más trascendentes de la historia y que lo mismo van del drama a la magia, pasan por el tedio y de súbito estallan felizmente como la haría la más ingenua y frágil pompa de jabón.

La escena en la que George renuncia al grupo, de una forma tan mínima pero contundente, y la aparente indiferencia de sus compañeros a la noticia, trasciende a lo brutal cuando un poco más tarde Paul se cuelga de un andamio de los estudios Twickenham y se columpia como si fuese un adolescente irresponsable que ignora la gravedad de lo que acaba de ocurrir. Eso y el jam que protagoniza junto a John y Yoko, uno de esos performances en los que la prometida de Lennon emite una serie de gritos sin sentido, y que en un momento como ese tienen menos sentido (o quizá mas) que nunca. Todo eso para, al final del día, mirar a McCartney vencido en una silla, casi con lágrimas en los ojos, y luego hablando en privado con John y Ringo, algo que en el audio no se registra, acerca de convencer a George de que regrese.

El contrapunto de lo anterior puede hallarse en numerosos momentos en los que casi de manera inadvertida, la magia entre Lennon y McCartney surge como si no estuviesen asistiendo al final de su relación. “Two of Us”, una canción inspirada en el inicio del romance entre Paul y Linda Eastman, repentinamente se convierte en un tema que hace eco de la amistad y las experiencias vividas entre ambos compositores. Algo así como decir “te amaré siempre, lo sabes, pero tenemos que separarnos”.

Y en medio de todo eso la creación de las canciones que a la postre van convertirse en el requiem de Los Beatles y que comienzan siendo tan sólo una frase, un par de acordes, un garabato en un papel, mientras Yoko Ono permanece inmóvil en una silla al lado de John, Linda Eastman llega al estudio acompañada de su hija Heather o Billy Preston se aparece a saludar a sus amigos y de la nada es convocado no sólo a tocar con ellos en el álbum, sino también a participar en el concierto en el tejado, amén de recibir la condecoración no oficial del “Quinto Beatle”.

Experto en realizar filmes de larga duración, Jackson entrega tres capítulos de 157, 174 y 139 minutos que a mucha gente van a parecerles tediosos y que muchos más no van a entender. Eso no está mal: la poesía no es para todo el mundo y no todo el mundo cuenta con la sensibilidad que se requiere para husmear entre los bastidores del proceso creativo del grupo más grande en la historia del rock-pop, y cuya trascendencia va más allá del ámbito en el que se originó.

Por otras razones, no la que he descrito al inicio de este texto, en mis últimos viajes a Londres monté una suerte de vigilias en Savile Row y Burlington Gardens que si bien están relacionadas con Los Beatles y el concierto del tejado, van un poco más allá del ritual de levantar la cabeza y mirar ese improbable escenario.

Por supuesto, la primera vez que estuve ahí hice lo mismo, pero fue en visitas posteriores que descubrí que ese acto individual, si bien a un mismo tiempo colectivo, estaba emparentado con la nostalgia, palabra que el diccionario define como tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida.

Caminar por Savile Row y alzar la cabeza para mirar la azotea del edificio designado con el número 3 equivale a verter una lágrima por lo que ocurrió ahí la tarde del 30 de enero de 1969.

Y lo que ocurrió, sin metáforas, fue el último concierto de Los Beatles.

Es decir: el día de la dicha perdida.