Por ANDRÉS TAPIA // Ilustración: ALGÚN HIJO DE PUTA DE TWITTER
“De verdad me estremezco por mi país cuando reflexiono en torno a que dios es justo, y que su justicia no puede estar adormilada para siempre”.
Thomas Jefferson
Hasta donde se sabe, el dios que envió un ángel para impedir que Abraham sacrificase a su hijo Isaac, es el mismo que no hizo nada para evitar la masacre de seis millones de judíos en la Segunda Guerra Mundial. El dios que según Mateo 18:2-6 condenó a quien atentara contra un niño a que “(…) se le hundiese en lo profundo del mar”, es el mismo que no ha condenado los miles de actos de pederastia perpetrados por un número similar de sacerdotes católicos desde hace décadas, y cuya sistematización e impunidad fuesen expuestas por el diario The Boston Globe el año 2002.
Ese dios, esos dioses, en realidad uno solo y a la vez todos y los mismos, si no se equivocan a veces duermen. Y cuando lo hacen nosotros padecemos sus pesadillas.
El nombre de Georg Elser puede no decirle nada a mucha gente, pero forma parte de la historia e incluso se le considera un héroe. En el Gedenkstätte Deutscher Widerstand (Centro Memorial de la Resistencia Alemana), el cual está situado en Berlín, una sala completa está dedicada a él y a su acto fallido de heroísmo.
Elser, un carpintero nacido en Hermaringen, Württemberg, en la región de Suabia, es conocido por el intento de asesinato que llevó a cabo en contra de Adolf Hitler y la plana mayor del Tercer Reich.
Consciente de que cada 8 de noviembre el Führer acudía a la cervecería Bürgerbräukeller para ofrecer un discurso y conmemorar así el llamado Putsch de Múnich (el golpe de Estado fallido que encabezó en 1923), Elser se apersonó ese día de 1938 en la capital de Baviera con la finalidad de establecer la logística del atentado, exactamente un año antes de llevarlo a cabo.
Durante ese tiempo, Elser trabajó en la creación de una bomba casera para lo cual robó explosivos de Waldenmaier, una fábrica de armamento situada en Heidenheim. Un nuevo viaje a Múnich tuvo lugar en la primavera de 1939 para tomar medidas del pilar donde colocaría la bomba, para finalmente volver en agosto de ese mismo año y poner en marcha sus planes.
A lo largo de los siguientes meses, el carpintero ingresó de manera clandestina por las noches a la cervecería con el objetivo de horadar un pilar situado exactamente detrás de la tribuna donde Hitler daría su discurso. Tras unas horas de trabajo, cada noche, se escondía a dormir en un almacén y, muy temprano, abandonaba el sitio con una maleta repleta de escombros.
La noche del atentado, 8 de noviembre de 1939, con Hitler en el estrado y Joseph Goebbels y Heinrich Himmler entre los presentes, el aeropuerto de Múnich cerró sus operaciones debido a la presencia de una capa de niebla. La Segunda Guerra Mundial ya estaba en marcha y el Führer queria volver a Berlín esa misma noche, razón por la cual decidió adelantar media hora y acortar su discurso para tomar el tren nocturno a la capital del Reich. Hitler, maestro populista de Andrés Manuel López Obrador, solía hablar un mínimo de dos horas, pero en esa ocasión su perorata duró poco más de una y abandonó el recinto a las 21:07. La bomba estalló 13 minutos después.
La minuciosidad y la planeación de Kelser no sirvieron para nada. Lo detuvieron una hora más tarde en la frontera de Suiza, sitio en el que planeaba refugiarse. Es imposible decir con precisión qué habría ocurrido de haber tenido éxito, pero no es aventurado asegurar que probablemente la guerra no habría durado tanto y que las víctimas, entre ellas seis millones de judíos, habrían sido significativa y masivamente menores.
Al igual que Hitler, Donald Trump tuvo mucha suerte. Resultó relativamente ileso del atentado perpetrado en su contra el pasado sábado en Butler, Pennsylvania, por un joven de 20 años llamado Thomas Matthew Crooks, del que excepto esto no se sabe mucho. Pero no sólo por eso: la sentencia que debía habérsele dictado tras ser hallado culpable de 34 cargos de delitos graves por falsificación de registros comerciales en torno a su relación con la actriz Stormy Daniels, fue aplazada del 11 de julio al 18 de septiembre próximo. Ello en virtud de una decisión de la Suprema Corte de Justicia (cuya mayoría es conservadora y republicana) que determinó que Trump no puede ser procesado (ni cualquier otro presidente) por hechos y actos cometidos durante su ejercicio como jefe de estado. La impunidad, pues, como garantía.
El también empresario libraría de ese modo su participación “indirecta” en el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021 y los cargos que pesan sobre él; y en lo referente a los delitos de los que ya es culpable, su pena no iría mas allá de cuatro años de prisión y, en consecuencia, podría salir libre bajo fianza.
Es curioso: Trump es el primer presidente convicto de Estados Unidos y, en consecuencia, en ser condenado por un delito (34, en su caso). Pero no sólo eso: es un racista, un populista, un criminal, un mentiroso consumado y un misógino que ha sido acusado incluso de violación. En la Era de la Corrección Política y del Me Too, parece ser que nada de eso bastará para condenarlo y su reelección como presidente de Estados Unidos está casi garantizada gracias al atentado del que fue víctima.
Es mucho más curioso cuando se piensa que Augusto Pinochet también fue objeto de un atentado. La Operación Siglo XX, ocurrida en 1986, tenía por objetivo exterminarlo. Alrededor de una veintena de guerrilleros, por lo menos diez lanzacohetes, una emboscada bien planeada y un misil que debería haberle matado y no estalló.
Es un precepto universal el que hay ocasiones en las que es menester hacer lo prudente y no lo correcto. Y lo prudente, en el caso de Elser, era “evitar la guerra”.
Lo de Pinochet, queda claro, era una venganza, sin duda: lo peor de la dictadura chilena ya había pasado y, sin embargo, los excesos de la misma continuaron ocurriendo por espacio de varios años. Pero, ¿el Mundo habría sentido tristeza por la muerte de ese monstruo? No lo creo.
En cuanto a Trump las cosas son un poco más complicadas, aunque no tanto. Los advenedizos de la Era de Internet, básicamente una panda de ignorantes que han aprendido a hacer escándalos, ya lo han arropado con palabras y con memes: intervención divina, lo llaman, y sitúan en gráficos a un ángel –quién sabe si el mismo ángel que detuvo la mano de Abraham cuando estaba a punto de asesinar a Isaac– y lo coronan rey.
Yo no creo en dios, pero hoy concedo la posibilidad de su existencia. Aunque no estoy seguro que sea por buenas razones.
No me simpatiza dios.
En realidad creo que es un hijo de puta.