Por ANDRÉS TAPIA
“La mañana del tercer día era fresca y serena. Una vez más, el solitario vigía de la noche fue reemplazado en el trinquete por una multitud de vigías diurnos que puntearon cada mástil, cada verga.
––¿La ven? ––gritó Ahab.
Pero la ballena aún era invisible.
––No tienen más que seguir su estela. Es infalible. Y eso es todo. ¡Eh, timonel, en rumbo! ¡Siempre el mismo! (…)”.
Moby Dick o La Ballena Blanca (La caza. Tercer día)