Por ANDRÉS TAPIA

Lo primero que eché de menos fueron tres fotografías: dos de Emily Ratajkowski y una de Emma Watson: las había robado en tiempos recientes de sus páginas de Facebook y las incorporé a mi cuenta de Instagram. A las primeras las titulé “Simply Emily”; a la segunda, “Emma forever”. Un poco más tarde noté que habían desaparecido muchas más.

Faltaban las imágenes de mi apartamento, recogidas una tarde soleada y aterrenal en la Ciudad de México: un caleidoscopio improbable de luces y sombras proyectado en el Parquet, producto de la interacción del sol con las persianas, las sillas y la mesa de cristal del comedor, que parecía haber sido extraído de la novela más optimista de Jane Austen.

No fue lo único.

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: AP

Un ex gobernador del estado mexicano de Monterrey, hoy caído en desgracia (su nombre es Rodrigo Medina), durante una comida que sostuve con él alguna vez, jactándose de su cercanía con Enrique Peña Nieto, dejó entrever que éste, tras ser elegido presidente de México, le habría dicho que más allá de las bondades de la amistad, en adelante la relación entre ambos tendría que ser formal y apegada a los protocolos de la política, el respeto y (esto no lo dijo) la disciplina tiránica y sempiterna del Partido Revolucionario Institucional. Es decir: “señor presidente” y “señor gobernador”.

Por ANDRÉS TAPIA

I have this fear of clowns, so I think that if I surround myself with them, it will ward off all evil.

Johnny Depp

 

Al final de la única novela que ha publicado, William Pescador, el crítico literario mexicano Christopher Domínguez Michael, describe a una hermosa nariz roja de payaso como “la madre de las máscaras”.

Esa nariz roja, esa máscara, en la historia representa una herencia y a la vez una compleja moraleja del Mundo, toda vez que ha sido acompañada de una serie de piezas de un juego de ajedrez (inconexas entre sí a partir de sus formas) que recibe de su abuelo un chico de 11 años cuyo universo –un espacio de cuatro paredes y en ocasiones unas cuantas calles a la redonda llamado Omorca– acaba de colapsar. Pero ese universo, a pesar de todo y precisamente por ello –y por esa máscara– es un sitio feliz.

Por ANDRÉS TAPIA // Foto: LEONARDO MUÑOZ (EPA)

Conocí a Enrique Patiño los últimos días de febrero de 2001 en la ciudad de Hamburgo, Alemania. Tanto él como yo y otros ocho periodistas latinoamericanos (Maricel, Malena, María Elena, José Luis, Marcelo, Ana, Ligia y Eduardo), habíamos sido seleccionados por el Internationale Journalisten-Programme para pasar una temporada en Berlín colaborando en un medio de comunicación afincado en esa ciudad.

La IJP nos proporcionó una suma que amparaba los billetes de avión, así como el costo de una estancia promedio para renta y alimentos. Tuve la suerte de entrar en contacto, a través de Martin Spiewak, el director del programa, con Araceli Vicente Álvarez, una profesora que daba clases de español en Berlín. Intercambiamos algunos correos electrónicos y ella accedió a hospedarme en su casa: un apartamento ubicado en el número 46 de la Görlitzer Strasse, en el barrio de Kreuzberg.