Por ANDRÉS TAPIA
La última entrega del videojuego Assassin’s Creed, desarrollado por la compañía canadiense Ubisoft Quebec, se titula Assassin’s Creed Oddysey. A diferencia de las ediciones anteriores de la saga, que se compone de 21 capítulos, esta historia ofrece a los jugadores la posibilidad de elegir entre dos hermanos que comparten un vínculo de sangre y una herencia histórica en tanto son nietos de Leónidas I, el guerrero espartano que contuvo a las hordas del rey persa Xerxes en el mítico Paso de las Termópilas.
El menor es un varón; la mayor una mujer. Ambos son hijos de Mirryna, la hija de Leónidas, pero fueron engendrados por padres distintos: mientras Alexios desciende de Nikolaus, el hombre que se convertirá en el Lobo de Esparta, Kassandra lo hace de Pitágoras. Sí, ese mismo en el que están pensando.
Nada de esto es trascendente, tan sólo es contexto. Quien haya jugado el juego sabrá de lo que hablo. Lo verdaderamente trascendente es elegir al personaje que nos representará: si Alexios o Kassandra.
El portal de Internet Statista ofrece cifras que no parecen decir nada y dicen mucho en relación al género de los aficionados a los videojuegos en Estados Unidos: en el año 2006, 62% eran hombres mientras que el 38% restante mujeres. Tales porcentajes habrán de variar de manera ínfima pero significativa a lo largo de los 12 años siguientes. Sin embargo, la mayoría siempre recaerá en el género masculino. Los números de 2018 son los siguientes: 55% hombres; 45% mujeres.
Assassin’s Creed Oddysey fue puesto a la venta a nivel mundial el 5 de octubre de 2018. A principios de 2019, en una entrevista que concedió a Game Informer, el co-director del juego, Scott Phillips, reveló que dos terceras partes de las personas que adquirieron el videojuego, de manera independiente a su género, eligieron como protagonista del mismo a Alexios.
Llegado a este punto debo decir que yo no formo parte de ese universo: yo elegí a Kassandra.
Los porqués de mi decisión, pocos y acaso simples, se fincan en el aburrimiento sempiterno de un gamer que está condicionado a despersonalizarse y personalizarse en un sujeto masculino –la mayor de las veces un macho alfa– que es poseedor de habilidades excepcionales de las que, llegado el momento, hará uso para protagonizar una revolución y salvar en consecuencia al mundo.
Hacer lo mismo y lo propio encarnando a un personaje femenino, me pareció en primera instancia maravillosamente atractivo, si bien en el momento de mi elección ignoraba que en el futuro de mi historia –la historia de Kassandra–, conceptos relacionados con la genética, la moral, la ética y la filosofía, me harían cuestionarme en tanto hombre que suplanta a una mujer, acerca de los motivos y razones que impulsan a uno y otro género a actuar de manera determinada.
No puedo hablar de la personalidad de Alexios. Simplemente no la conozco porque no es el personaje que elegí para jugar Assassin’s Creed Oddysey. En cambio, puedo tratar de explicar por qué Kassandra ha actuado de tal o cual manera en la conciencia de que existe una predisposición en la trama que obliga a los jugadores a elegir entre un sí y un no, entre dos caminos, entre la vida y la muerte.
Mujer, femenina, compasiva, impulsiva e idealista, Kassandra –mi Kassandra– se exhibe empática y comprensiva delante de otras mujeres. Sin embargo, cuando debe interactuar con hombres en una sociedad diseñada por hombres –el juego está ubicado históricamente en el año 431 A.C., en la plenitud de la Guerra del Peloponeso– Kassandra no puede ni debe mostrar debilidad alguna, debe exhibirse desafiante, plenipotenciaria, poderosa y soberbia: sólo así podrá sobrevivir en un mundo que no fue propiamente concebido para ella.
Dueña absoluta de su sexualidad, Kassandra seduce a mujeres y a hombres en la conciencia (o la inconsciencia) de que los dioses deben recompensar el sacrificio de una heroína con los placeres más excelsos, divergentes y variados. Pero Kassandra, mi Kassandra, es mucho más proclive a los encantos de una mujer que a los de un hombre.
No pasa mucho tiempo, muchas horas de juego, antes de que Kassandra deba tomar una decisión que alterará la trama de su historia: enfrentada a Nikolaus, el Lobo de Esparta, el hombre que ella cree en ese momento es su padre y siendo niña la dejó caer de un acantilado para aplacar la ira de los dioses en tanto ella quiso evitar la muerte de Alexios, Kassandra debe elegir entre matarlo o dejarlo vivir.
Kassandra, mi Kassandra, empuñando la lanza rota de su abuelo Leónidas, asesina a Nikolaus que antes de expirar le confiesa que él no es su padre biológico, que decidió sacrificarla por la gloria de Esparta.
En la psique de Kassandra las ideas de parricidio y venganza se ciñen al concepto de justicia. Ella no sobrevivirá a la guerra entre Esparta y Atenas si muestra la más mínima debilidad. Pero, más allá de eso, no puede soportar el haber sido despreciada por un padre putativo al que, sin embargo, ella veneraba como a un dios.
Imagino la misma escena personificando a Alexios y estoy seguro que en virtud a la consaguineidad y a esa complicidad que caracteriza a los hombres, el héroe masculino de Assassin’s Creed Oddysey habría perdonado a su padre, pese a que fue él quien autorizó fuese sacrificado para conseguir el favor de los dioses. Eso lo sé porque cuando uno es hombre piensa como hombre. Y porque cuando una es mujer, piensa como mujer. Lo que ignoro, aunque la banalidad de un videojuego me lo ha dejado entrever, es cómo pensaríamos si fuésemos capaces de suplantarnos otros a unas, o unas a otros.
Mi odisea con Kassandra ya ha durado cinco meses… aún no he podido concluir el juego. Juntos hemos recorrido todos los confines de la Grecia antigua: navegado el Jónico, el Egeo y alguna parte del Adriático. Ahora mismo nos enfrentamos al Minotauro, un ser mitológico, imposible e improbable. Y en esa batalla, en el centro de un laberinto, ella se ha descubierto tan frágil como cuando era niña. Y yo incapaz, imbécil, absurdo.
Mañana, pasado, dentro de cinco siglos, Kassandra vencerá al Minotauro y abandonará orgullosa el laberinto. Y erguirá la cabeza, pensará en Myrrina, volverá sin culpa al instante en que asesinó a Nikolaus, y también mirará al suelo, avergonzada, no por ese crimen, sino por todos los otros que perpetró para ser ella.
Para ser uno hay que ser otros.
Quizá por ello, quizá, elegí ser Kassandra.