Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: CHRIS GOLDBERG
Miré a una mujer que tenía el rostro
hecho por la pluma de Borges:
finito, geométrico, fantástico… así.
Era Broadway y era un bar;
era Nueva York y llovía, llovió.
Ella estaba húmeda de algo… no sé.
La supe tan niña como el viejo neón
en el barniz de las aceras y la basura nueva
acumulada, perdida, esperando por alguien.
En el ir sin regreso me hundí:
los zapatos que no hacen ruido,
los ojos que no miran a otros,
los sueños muertos yacientes en las calles,
un blues lejano acometiendo frívolo
y aquel rostro siguiéndome a todos lados.
Ya crepitan los huevos y el tocino
el pan sabe a sus labios y el jugo a sus cabellos:
ella está extraviada en el desayuno neoyorquino,
y yo mendigo en el verde inédito de sus ojos.
Era un hotel y Broadway le pertenecía,
era su mañana fría y una Nueva York.
Ella estaba incierta de algo… no sé
por la pluma de Borges su rostro hecho,
finito, geométrico, fantástico… así.