Por ANDRÉS TAPIA
No es propiamente inusual, pero está muy lejos de ser común que una novela sea adaptada como una serie de televisión, y mucho más si se trata de una historia que se publicó hace muchos años. La era de Internet exigió que todo fuese instantáneo, móvil, inmediato y fresco, de modo que la llegada de las plataformas de video vía streaming requirió de historias actuales creadas ex profeso para ese formato, antes que recurrir a la vieja y tradicional fórmula.
Que el planteamiento funcionó no admite la más mínima duda, pero precisamente por eso el estreno de la serie Gambito de Dama (The Queen’s Gambit, Netflix, 2020), que está basada en la novela homónima de Walter Tevis y que se publicó en 1983, representa un parteaguas en la producción televisiva actual.
La serie, que es absolutamente fiel a la novela, narra la historia de una mujer ficticia: Elizabeth “Beth” Harmon (Anya Taylor-Joy), una niña que ha quedado huérfana y es destinada a un orfanato en el que por casualidad comenzará a interactuar con el conserje del mismo, Mr. Schaibel (Bill Camp), un hombre mayor que eventualmente la enseñará a jugar ajedrez.
La vida de Beth trasciende ese orfanato que abandonará unos años más tarde convertida en una adolescente luego de ser adoptada por una pareja extraña. Y lo hará tras haber desarrollado un talento extraordinario: es una mujer prodigio que puede derrotar, en principio, a los mejores jugadores de ajedrez de Kentucky y más tarde convertirse en campeona de los Estados Unidos.
La historia creada por Tevis, un escritor que a los legos y a los millennials les parecerá desconocido y, sin embargo, no lo es (es el autor de The Hustler y de su secuela The Colour of the Money, obras que dieron pie a las películas homónimas), hurga en la fascinante y atormentada mente de una mujer que encuentra en el ajedrez una manera de evadirse en la realidad, aunque también, a edad muy temprana, en las drogas y un poco más tarde en el alcohol.
Esa es una primera premisa. La otra es un momento en el tiempo: las décadas de 1950 y 1960, en las cuales se desarrolla la Guerra Fría, y en las que desafiar la hegemonía de los ajedrecistas soviéticos era absolutamente impensable. Y aunque Beth de alguna manera quiere ser una mujer “normal” y se deja llevar por momentos por el movimiento hippie, su vitalidad, idealismo y excesos, lo cierto es que desea por sobre todas las cosas ser campeona del mundo. Y eso implica desafiar al establishment y al machismo reinante.
Gambito de Dama fue creada producida por Scott Frank y Allan Scott, y en la elección de Anya Taylor-Joy para personificar a Beth Harmon halla uno de sus más grandes aciertos. Pero no el único: Isla Johnston interpreta a la Beth niña que llega al orfanato y a sus muy pocos años es justo decir que también es una actriz prodigiosa. Más importante, sin embargo, es la decisión de Frank y Scott de ser fieles a la historia creada por Tevis y plasmarla tal y cual en siete capítulos.
Hay quizá por ahí una concesión a la modernidad, la tentación de ceder a la banalidad de los tiempos que corren, pero es tan simple como fumar alguna vez un cigarrillo de mariguana. En el fondo, y eso queda claro en la novela y en su adaptación televisiva, se trata de una oda al feminismo y de un homenaje al ajedrez, a los grandes maestros de esta disciplina y también a los ancianos que en cualquier plaza o parque del mundo se reúnen frente a un tablero de 64 escaques –todo un universo– para agotar el último hálito de sus vidas.
No por la puerta de atrás sino por la que está al frente, la literatura más prístina y pura se hace presente en la creación de las series televisivas y deja claro que no todo es un grupo de escritores trabajando a marchas forzadas para recrear una idea que no es propia ni estrictamente literaria: hay ocasiones en que basta el talento de una sola persona. Con Gambito de Dama de Walter Tevis, la literatura ha dado –literalmente y nunca mejor dicho– un portazo en la cara de la narrativa visual del Siglo XXI.