“Ahora mismo enfrentamos un desastre provocado por el hombre a escala global, es nuestra mayor amenaza en miles de años. Si no tomamos medidas, el colapso de nuestras civilizaciones y la extinción de gran parte del mundo natural se miran en el horizonte”

Por ANDRÉS TAPIA

Por ANDRÉS TAPIA

No es propiamente inusual, pero está muy lejos de ser común que una novela sea adaptada como una serie de televisión, y mucho más si se trata de una historia que se publicó hace muchos años. La era de Internet exigió que todo fuese instantáneo, móvil, inmediato y fresco, de modo que la llegada de las plataformas de video vía streaming requirió de historias actuales creadas ex profeso para ese formato, antes que recurrir a la vieja y tradicional fórmula.

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: NETFLIX

Los Millennials apenas tienen idea de que alguna vez el Mundo estuvo dividido. Que la mitad de la Tierra era propiedad de la libre empresa y sus beneficios económicos –en teoría disponibles para cualquiera, pero en la práctica no asequibles para todos–, mientras que la otra parte había hipotecado su libertad en aras de un bienestar común que, a la menor provocación, aprisionaba los egos individual y colectivo en las mazmorras de un concepto conocido como GULAG que tuvo su origen en los confines de un país mitológico llamado Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Ese Mundo era una mierda, pero tenía algo de romántico y de trágico, tal y cual hubiese sido concebido por la pluma de Shakespeare: estaba formado por héroes y villanos y los habitantes de la Tierra disponían de la libertad de situarse en uno u otro bando, en la consciencia o inconsciencia de que podían estar jugando en el lado equivocado.

Por ANDRÉS TAPIA

Otoño 2018, barrio de la Colonia Cuauhtémoc, Ciudad de México. Un camión del servicio de limpia cuya altura regular ronda los cuatro metros pero debido a la cantidad de basura que transporta ha crecido en tamaño, acelera y troza un cable de fibra óptica suspendido sobre una calle principal. De ese cable depende el suministro de Internet de al menos diez hogares.

La compañía propietaria de la línea tarda una semana en atender las quejas de los afectados y repararla. Durante ese tiempo, los usuarios del servicio carecen de acceso a Internet y por ende de canales de televisión y plataformas de música por streaming. No se pierden de mucho si se considera que disponen de una biblioteca mediana y una colección, digamos, humilde de CD’s y películas en formato Blu Ray. Pero si no las tienen habrán de vivir una semana por demás aburrida.

Por ANDRÉS TAPIA

El año 1992 Charlie Brooker cursaba la licenciatura en Ciencias de la Información en el Politécnico Central de Londres, que por ese entonces se convertiría en la Universidad de Westminster. Había nacido en 1971, de modo que el final de su niñez, su adolescencia y el principio de su juventud tuvieron lugar durante la década de 1980.

Para graduarse, Brooker presentó una tesis en torno a los videojuegos y la industria que los rodeaba, la cual había crecido de manera notable durante los años 80. Pese a esto, su disertación fue rechazada en virtud a que dicho tema no era un tópico aceptable en una institución de enseñanza superior cuyo origen se remontaba al año 1838, entonces bajo el nombre de Royal Polytechnic Institution. Consecuentemente, Brooker no pudo obtener su título universitario.

Por ANDRÉS TAPIA

No es mi historia. Sin embargo, se parece. No al modo de la exactitud, acaso tan sólo de la coincidencia, y en cualquier caso de manera circunstancial. Pero se parece, se parece mucho.

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Cogí mi bicicleta y me dirigí al Centro de la Ciudad de México. Necesitaba una bombilla singular que sólo puede conseguirse en una zona aledaña al Barrio Chino, un lugar eternamente repleto de transeúntes, basura, ruido y delincuencia. Aun así, por alguna extraña razón, ese sitio siempre ha sido fascinante. Lo fue para el niño y adolescente que fui; lo es todavía para el adulto que soy.

Por ANDRÉS TAPIA

Dicen que en política no hay coincidencias. Por lo menos los políticos no creen en su existencia. Han escuchado de ellas, sí, pero nunca han visto una. Y si se diese el caso que ocurriese una y la viesen, no la reconocerían. Básicamente porque se rigen bajo el principio de que en política las coincidencias no existen.

Luego entonces, el estreno en Netflix de la primera temporada de la serie de televisión Narcos México, dos semanas antes de la asunción de Andrés Manuel López Obrador como presidente de México, no es una coincidencia… aunque así lo parezca.

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: GTRESONLINE

Un amigo me mostró hace unos días un video que puede hallarse en los archivos de YouTube, en el que el presentador de un programa de variedades de la televisión mexicana —un show en algún sentido muy similar al que condujo Ed Sullivan en Estados Unidos de 1948 a 1971—, ofrece una disculpa a un cantante llamado Zorro, al que tiempo atrás, en un programa en directo, interrumpió por considerar que su personaje era “afectado y demasiado sofisticado”, dicho esto a la manera de un eufemismo, cuando en realidad quería decir que lo hallaba demasiado “femenino”.

El conductor se hacía llamar Raúl Velasco y durante cerca de tres décadas fue una suerte de guardián de la moral en México. Su programa, llamado Siempre en Domingo, fue el escaparate en el que se exhibía a los ídolos musicales de la época, bajo la condición de que ni su imagen ni su música atentasen, en modo alguno, contra las buenas costumbres.

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Zoe Marie Barnes nació el 10 de junio de 1986 en la ciudad de Chicago, Illinois, y murió el 5 de noviembre de 2013 en la estación del metro Cathedral Heights de Washington D.C.; en el momento de su muerte tenía 27 años.

Tiempo antes había conseguido un trabajo como reportera en el diario Washington Herald, pero sus asignaciones siempre estaban consignadas después de la página 15 y en las partes más recónditas del impreso. Quizá porque su signo zodiacal era Géminis, Barnes era ambiciosa, inteligente, bella y medianamente naïve. Tal vez –y sólo tal vez–, por ello hizo todo lo posible por ascender en el periódico hasta que, debido a la futilidad que mostraba su editor por su trabajo, decidió renunciar y unirse al portal de noticias en línea Slugline.

Por ANDRÉS TAPIA

La cinematografía, en tanto invento, precede a la televisión y su origen se remonta a los últimos años del siglo XIX. A partir de una máquina llamada cinématographe patentada en 1895, los hermanos Louis y Auguste Lumière fueron capaces de filmar y proyectar imágenes en movimiento. La televisión, sin embargo, si bien en los hechos ofrecía cierta similitud con la cinematografía, difería de aquella en tanto estaba dotada de la capacidad de ofrecer la proyección de imágenes en tiempo real.

Tres décadas separan a la invención del cinematógrafo y el primer televisor comercial, cuya creación fue obra del ingeniero escocés John Logie Baird en 1925. Consecuentemente, el cine dispuso del privilegio de imaginar, crear y establecer una narrativa visual.

Los primeros televisores se comercializaron a finales de la década de 1920, pero representaron tan sólo el privilegio de unos cuántos y lo que proyectaban era prácticamente nada. Y si bien su auge se potenció durante las siguientes dos décadas, su oferta era mínima y circunscrita a ámbitos locales. El cine, en cambio, comenzaba a experimentar.

Por ANDRÉS TAPIA

Cuando tenía siete años, Roger Stone participó en un ejercicio electoral en el colegio. Era el otoño de 1959 y John F. Kennedy y Richard Nixon contendían por la presidencia de los Estados Unidos. Los padres de Stone eran republicanos, pero sentían simpatía por Kennedy en tanto era católico como ellos. El imberbe Roger, político precoz, decidió que Kennedy debería ganar a costa de todo. Para ello informó a sus condiscípulos, uno a uno, que una de las políticas de Nixon era instaurar clases los sábados.

Eventualmente John F. Kennedy ganaría en el ejercicio del colegio de Stone. Y en la elección real se convertiría en el 35º presidente de los Estados Unidos.