La discusión que compraron los borrachos de la mesa contigua

Por ANDRÉS TAPIA / Fotografía: ALEXANDER POPOV / UNSPLASH

Chris Wetherell, el desarrollador tecnológico que lideró el equipo que inventó la función retweet en la plataforma de Twitter, hace poco más de un año declaró en una entrevista con el portal de noticias Buzzfeed News que la primera vez que contempló a un Twitter Mob (mafioso o capo de Twitter) hacer uso de la herramienta que ayudó a crear, pensó: “Quizá le dimos un arma cargada a un niño de cuatro años”.

A simple vista podría parecer una afirmación exagerada, pero Wetherell está convencido que el botón de retweet ha contribuido a amplificar el odio y las noticias falsas, a polarizar a la opinión pública y a crear una suerte de mentalidad criminal.

Desde que fue elegido presidente de los Estados Unidos, Donald Trump convirtió su cuenta de Twitter en un cañón de artillería desde el cual no sólo dio cuenta de sus acciones como mandatario del país más poderoso del mundo, sino también se dedicó a fustigar, humillar y atacar a sus adversarios políticos, polarizar a su país y denostar a los medios de comunicación llamándolos mentirosos.

Desde antes de asumir la presidencia, y también después de hacerlo, quedó muy claro que el actual inquilino de la Casa Blanca es un hombre que padece Trastorno Narcisista de la Personalidad, que es misógino, racista, mentiroso compulsivo y que necesita de manera permanente tener a una víctima sobre la cual descargar sus arrebatos, amén de servirle para apuntalar sus políticas y propaganda.

Hace unos días ofreció una declaración en la Sala de Prensa de la Casa Blanca en la que acusó que la elección en la que enfrentó a Joe Biden estuvo repleta de irregularidades, que se había instrumentado un fraude y que se la habían robado. Las tres principales cadenas de televisión de los Estados Unidos, así como algunas otras, en algún momento suspendieron la transmisión argumentando que lo dicho por Trump era falso.

En Estados Unidos, en tanto fue un hecho inédito por tratarse del presidente de ese país, el asunto no trascendió de manera significativa. En México, sin embargo, el vecino del sur, generó un debate en torno a la censura y la libertad de expresión que parece un pleito de borrachos en una cantina que han comprado gratuitamente la discusión de un grupo de comensales que departían en la mesa contigua.

Censura y libertad de expresión. En tanto la Casa Blanca posee sus propias plataformas para difundir sus mensajes, y estas en ningún momento dejaron de transmitir el mensaje de Trump, el llamado acto de censura no se perpetró por “completo”. Y en tanto dijo todo lo que tenía decir, su derecho a la libertad de expresión permaneció intacto. Si las cadenas de televisión ABC, CBS y NBC decidieron interrumpir la transmisión por considerar que Donald Trump estaba ventilando mentiras y noticias falsas, más allá de haber incurrido en un acto cuestionable, les asistía el derecho de reproducir, o no, la información que les pareciese conveniente.

Esa es la manera en que operan los medios de comunicación: toman partido, un bando, la derecha o la izquierda, y reproducen con cierta, poca, mucha ética, lo que consideran, o no, relevante. Y también atacan la posición contraria con argumentos fundados e infundados, lo mismo que hizo Donald Trump: atacar a las instituciones de los Estados Unidos sin presentar una sola evidencia.

Pero todo lo anterior es problema de los Estados Unidos, de Donald Trump y de los que votaron, o no, por él. Allá ellos, que se maten, que resuelvan sus diferencias y división, y en la resolución de sus conflictos, que sin duda afectarán significativamente al Mundo, ojalá ocurra lo mejor o lo menos malo.

En México los títeres de Andrés Manuel López Obrador, una panda de borrachos igual que los rednecks estadounidenses, escucharon en una cantina la discusión de la mesa contigua y la compraron por completo. “Es de que hay que defender la libertad de expresión”, “es de que se trata de un acto reprobable de censura”, “ es de que…”

Machistas de mierda, feministas sin brújula, apocalípticos integrados y desintegradas, se lanzaron en la cruzada más idiota que registra la historia: defender a Donald Trump, el misógino por antonomasia y uno de los políticos más mentirosos de la historia.

Una de las sociedades más avanzadas de nuestro tiempo es la alemana. A contracorriente de ello, en la década de 1930 eligieron a un dictador que condujo al Mundo a una guerra atroz: un individuo que no aprobó el examen para ser admitido en una universidad de arquitectura y por ello se vengó de todo el planeta ocasionando un conflicto global. Ese individuo, un campesino venido a más, se parece mucho a los actuales presidentes de Estados Unidos y México, aunque haya atorrantes que se nieguen a concederlo.

En Alemania existen una serie de prohibiciones que en cierto modo parecen atentar contra la libertad de expresión y sugieren un acto de censura: el saludo nazi, los símbolos con svasticas, insignias, lemas, canciones y saludos. Leer Mein Kampf de Adolf Hitler, requiere de un permiso otorgado por el estado que sólo se otorgará si los fines son estrictamente académicos. Sí, sin duda, una sociedad que puso candados de hierro para evitar que un malnacido la vuelva a convertir en un mal referente de la historia. Y hasta ahora, pese a la existencia de los radicales de ultraderecha y los neonazis, han tenido éxito.

Donald Trump dejará la presidencia de Estados Unidos en algo más de un par de meses. Andrés Manuel López Obrador, el tipo que se arrodilló delante de él, seguirá gobernando por cuatro años más. Ni modo: habrá que aguantar al niño cobarde y megalómano al que Twitter le dio un arma cargada y habla, habla, habla y habla y no dice nada coherente.

Los gringos ya se marcharon. Los borrachos de la mesa contigua, una mesa llamada México, siguen discutiendo y hacen desfiguros en torno a la libertad de expresión y la censura.

País de mierda.