A casi 53 años de distancia, la gente que pasa frente al edificio designado con el número 3 de la calle Savile Row del barrio Mayfair de Londres, aún sigue levantando la cabeza para mirar la azotea en la que tuvo lugar el último concierto en directo de Los Beatles

Por ANDRÉS TAPIA

Por ANDRÉS TAPIA

No es propiamente inusual, pero está muy lejos de ser común que una novela sea adaptada como una serie de televisión, y mucho más si se trata de una historia que se publicó hace muchos años. La era de Internet exigió que todo fuese instantáneo, móvil, inmediato y fresco, de modo que la llegada de las plataformas de video vía streaming requirió de historias actuales creadas ex profeso para ese formato, antes que recurrir a la vieja y tradicional fórmula.

Por ANDRÉS TAPIA / Fotografía: SRINI RAJAN – CC BY-SA 2.0

“La suciedad acumulada de todo su sexo y crímenes subirá como espuma hasta sus cinturas y todas las putas y los políticos mirarán hacia arriba y gritarán: ‘¡Sálvanos!’ Yo miraré hacia abajo y susurraré: ‘No’”.

Quien dice lo anterior es el gran ausente, y no, de la serie de televisión Watchmen que hace unos días consiguió una gran cantidad de Emmys que engrosarán las vitrinas de HBO. Se hace llamar Rorschach y es el superhéroe que en el universo de los cómics, alterno por naturaleza a la realidad, es algo así como la versión alcohólica y nada glamurosa de Batman.

Por ANDRÉS TAPIA

A Lilia Carolina, ella sabe por qué

“¿Qué une a la gente? ¿El oro? ¿Los ejércitos? ¿Las banderas? Las historias. No hay nada más poderoso en el mundo que una historia extraordinaria. Nada puede detenerla y ningún enemigo derrotarla. ¿Y quién tiene una mejor historia que Bran el Roto? El chico que cayó de una torre muy alta y sobrevivió”.

Las palabras las pronuncia un enano con linaje que en algún momento fue degradado a bufón: Tyrion Lannister, acaso el más sensato de los personajes de Game of Thrones, si tal cosa es posible. Y al fin y al cabo lo es. Ese medio-hombre que ha conocido el desprecio y la burla de su propia familia, y que se refugia en el vino y la ironía para hacer su vida soportable, es quien, a pesar de todo y precisamente por ello, es capaz de la poesía. Se le escucha decirlas en el último capítulo de la serie de televisión que fue adaptada de la saga literaria A Song of Ice and Fire, obra del escritor estadounidense George R. R. Martin.

Por ANDRÉS TAPIA

El Cadillac Coupe DeVille ‘65 se detiene en una esquina del barrio La Condesa de la Ciudad de México. Eso, per se, es extraño. Pero cuando el hombre que lo conduce desciende y entrega las llaves al valet de la cafetería, las miradas mórbidas y lascivas que a un mismo tiempo pulieron y rayaron la pintura del automóvil, cambian de objetivo y alternativamente se posan en el sombrero Fedora que corona un rostro afeitado y helénico, en la gabardina que, una tarde calurosa y ya casi de primavera, extraña y ominosamente cuelga de su antebrazo derecho, y en el anacrónico maletín de piel que sostiene su mano izquierda.

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: FREDERIC AMADU

No sé cuál es tu nombre, tu verdadero nombre. Pero sé de alguien que te llama Daenerys o para quien eres una princesa llamada Daenerys. Si no tienes inconveniente, te llamaré así. Seguro te preguntarás por el mío, pero no es importante, y no va a decirte nada. No hallarás un rostro aparejado a él o una historia compartida o escuchada. Tú no me conoces. Y yo no te conozco. Aunque bien es cierto que he aprendido a imaginarte a partir de mis rutinas y las rutinas de mi vecino, ese hombre que parecía ser un hombre común y que habita al otro lado de la calle.

Por ANDRÉS TAPIA

Otoño 2018, barrio de la Colonia Cuauhtémoc, Ciudad de México. Un camión del servicio de limpia cuya altura regular ronda los cuatro metros pero debido a la cantidad de basura que transporta ha crecido en tamaño, acelera y troza un cable de fibra óptica suspendido sobre una calle principal. De ese cable depende el suministro de Internet de al menos diez hogares.

La compañía propietaria de la línea tarda una semana en atender las quejas de los afectados y repararla. Durante ese tiempo, los usuarios del servicio carecen de acceso a Internet y por ende de canales de televisión y plataformas de música por streaming. No se pierden de mucho si se considera que disponen de una biblioteca mediana y una colección, digamos, humilde de CD’s y películas en formato Blu Ray. Pero si no las tienen habrán de vivir una semana por demás aburrida.

Por ANDRÉS TAPIA

El año 1992 Charlie Brooker cursaba la licenciatura en Ciencias de la Información en el Politécnico Central de Londres, que por ese entonces se convertiría en la Universidad de Westminster. Había nacido en 1971, de modo que el final de su niñez, su adolescencia y el principio de su juventud tuvieron lugar durante la década de 1980.

Para graduarse, Brooker presentó una tesis en torno a los videojuegos y la industria que los rodeaba, la cual había crecido de manera notable durante los años 80. Pese a esto, su disertación fue rechazada en virtud a que dicho tema no era un tópico aceptable en una institución de enseñanza superior cuyo origen se remontaba al año 1838, entonces bajo el nombre de Royal Polytechnic Institution. Consecuentemente, Brooker no pudo obtener su título universitario.

Por ANDRÉS TAPIA

Dicen que en política no hay coincidencias. Por lo menos los políticos no creen en su existencia. Han escuchado de ellas, sí, pero nunca han visto una. Y si se diese el caso que ocurriese una y la viesen, no la reconocerían. Básicamente porque se rigen bajo el principio de que en política las coincidencias no existen.

Luego entonces, el estreno en Netflix de la primera temporada de la serie de televisión Narcos México, dos semanas antes de la asunción de Andrés Manuel López Obrador como presidente de México, no es una coincidencia… aunque así lo parezca.

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: GTRESONLINE

Un amigo me mostró hace unos días un video que puede hallarse en los archivos de YouTube, en el que el presentador de un programa de variedades de la televisión mexicana —un show en algún sentido muy similar al que condujo Ed Sullivan en Estados Unidos de 1948 a 1971—, ofrece una disculpa a un cantante llamado Zorro, al que tiempo atrás, en un programa en directo, interrumpió por considerar que su personaje era “afectado y demasiado sofisticado”, dicho esto a la manera de un eufemismo, cuando en realidad quería decir que lo hallaba demasiado “femenino”.

El conductor se hacía llamar Raúl Velasco y durante cerca de tres décadas fue una suerte de guardián de la moral en México. Su programa, llamado Siempre en Domingo, fue el escaparate en el que se exhibía a los ídolos musicales de la época, bajo la condición de que ni su imagen ni su música atentasen, en modo alguno, contra las buenas costumbres.

Por ANDRÉS TAPIA

Zoe Marie Barnes nació el 10 de junio de 1986 en la ciudad de Chicago, Illinois, y murió el 5 de noviembre de 2013 en la estación del metro Cathedral Heights de Washington D.C.; en el momento de su muerte tenía 27 años.

Tiempo antes había conseguido un trabajo como reportera en el diario Washington Herald, pero sus asignaciones siempre estaban consignadas después de la página 15 y en las partes más recónditas del impreso. Quizá porque su signo zodiacal era Géminis, Barnes era ambiciosa, inteligente, bella y medianamente naïve. Tal vez –y sólo tal vez–, por ello hizo todo lo posible por ascender en el periódico hasta que, debido a la futilidad que mostraba su editor por su trabajo, decidió renunciar y unirse al portal de noticias en línea Slugline.

Por ANDRÉS TAPIA

La cinematografía, en tanto invento, precede a la televisión y su origen se remonta a los últimos años del siglo XIX. A partir de una máquina llamada cinématographe patentada en 1895, los hermanos Louis y Auguste Lumière fueron capaces de filmar y proyectar imágenes en movimiento. La televisión, sin embargo, si bien en los hechos ofrecía cierta similitud con la cinematografía, difería de aquella en tanto estaba dotada de la capacidad de ofrecer la proyección de imágenes en tiempo real.

Tres décadas separan a la invención del cinematógrafo y el primer televisor comercial, cuya creación fue obra del ingeniero escocés John Logie Baird en 1925. Consecuentemente, el cine dispuso del privilegio de imaginar, crear y establecer una narrativa visual.

Los primeros televisores se comercializaron a finales de la década de 1920, pero representaron tan sólo el privilegio de unos cuántos y lo que proyectaban era prácticamente nada. Y si bien su auge se potenció durante las siguientes dos décadas, su oferta era mínima y circunscrita a ámbitos locales. El cine, en cambio, comenzaba a experimentar.

Por ANDRÉS TAPIA

Cuando tenía siete años, Roger Stone participó en un ejercicio electoral en el colegio. Era el otoño de 1959 y John F. Kennedy y Richard Nixon contendían por la presidencia de los Estados Unidos. Los padres de Stone eran republicanos, pero sentían simpatía por Kennedy en tanto era católico como ellos. El imberbe Roger, político precoz, decidió que Kennedy debería ganar a costa de todo. Para ello informó a sus condiscípulos, uno a uno, que una de las políticas de Nixon era instaurar clases los sábados.

Eventualmente John F. Kennedy ganaría en el ejercicio del colegio de Stone. Y en la elección real se convertiría en el 35º presidente de los Estados Unidos.

Por ANDRÉS TAPIA

Un verso de una canción de Joaquín Sabina reza lapidario: “Más vale que no tengamos que elegir entre el olvido y la memoria”. El cantautor andaluz planteó tal disyuntiva en 1994, año en que la telefonía móvil era sólo el privilegio de unos cuantos y la Internet un mito urbano con los modos de una profecía.

La advertencia de Sabina, formulada al amparo del romanticismo, nada tenía que ver con el mundo en el que hoy vivimos. Y, sin embargo, hoy describe el modus operandi de los seres humanos, quienes puestos a elegir decidimos que era preferible el olvido en tanto podíamos hacernos de una memoria alterna que no ocupase espacio en nuestros cerebros.

Por ANDRÉS TAPIA

Hola, soy Hannah. Hannah Baker. Así es. No ajustes el… cualesquier que sea el aparato en el que escuchas esto. Soy yo, en vivo y en estéreo. Debes saber que no haré una gira del regreso, tampoco bises y en esta ocasión no habrá complacencias. Ve por un bocadillo, ponte cómodo… porque estoy a punto de contarte la historia de mi vida. O, siendo más precisa, las razones de por qué terminó mi vida. Y si estás escuchando este casete es porque tú eres una de esas razones.

Por ANDRÉS TAPIA

Pablo Escobar yace junto a mí, en el tejado de un edificio en Medellín. Postrados bocabajo, creo recordar que ambos tratamos de esquivar los disparos que una tropa de élite nos prodiga a discreción. Pero no percibo el sonido de las balas, tampoco el olor a pólvora, y mucho menos la sensación de temor.

El edificio tiene cuatro, cinco pisos, no demasiados pero sí suficientes para causar la muerte de alguien que cayese de ahí. Veo los pies descalzos de Escobar, sus vaqueros desteñidos y su polo color azul marino. No veo su rostro.

Por ANDRÉS TAPIA

En el episodio nueve de la temporada número uno de la serie de televisión Better Call Saul, Mike Ehrmantraut (Jonathan Banks), un ex policía que trabaja como dependiente en un estacionamiento, y Daniel “Pryce” Wormald (Mark Proksch), vendedor especializado de una compañía farmacéutica que roba lotes de pastillas y los vende a un narcotraficante, sostienen el siguiente diálogo.

Mike: La lección es: Si vas a ser un criminal, haz la tarea.

Pryce: Espera, no soy un tipo malo.

Mike: No dije que fueras malo. Dije que eres un criminal.

Pryce: ¿Cuál es la diferencia?

Por ANDRÉS TAPIA

El año 1991, en Holanda, se transmitió un programa de televisión llamado Nummer 28. Siete jóvenes que no se conocían entre sí, fueron alojados en una residencia de estudiantes y sus vidas observadas por espacio de varios meses. Parecía un experimento interesante, pero la audiencia no lo vio así y el programa fue cancelado luego de una temporada. El año siguiente MTV intentó algo similar, y también la BBC, pero el resultado fue el mismo.

Las cosas cambiarían algo menos de una década más tarde con la aparición de los programas Survivor y Big Brother. Por un tiempo pareció interesante observar a un grupo de extraños reunido en un sitio cercado, fuese éste una isla, una región o una residencia. Sin embargo, con el paso de los años, el modelo se agotó –si bien no por completo– y la vida de una decena de desconocidos que interactuaban y competían entre sí se volvió un asunto soso e idiota.