Por ANDRÉS TAPIA / Fotografía: Cortesía NEW YORK YANKEES
A mi hermano Pablo y a mi amigo Iván, por la paciencia de tantos años
El año de 1977, con tan sólo nueve años, en un viejo televisor blanco y negro vi el último juego de la Serie Mundial de Béisbol que enfrentó a los Dodgers de Los Ángeles y a los Yankees de Nueva York. Es muy posible que haya sido a instancias de mi padre, pero si fue así no lo recuerdo y no puedo precisarlo. Lo que sí tengo claro es que tuve la oportunidad de ver a Reggie Jackson conectar tres home runs que a la postre fueron determinantes para que los también llamados “Bombarderos del Bronx” se alzaran con su 21er título de las Grandes Ligas.
No son muchos nueve años, en realidad muy pocos, pero en la nimiedad de los mismos el béisbol se clavó en mí como una astilla que, a un mismo tiempo, a lo largo de mi vida ha sido dolorosa y gozosa. Pero no fui el único: mi hermano menor, Pablo, también experimentó lo mismo, es sólo que a él le ocurrió con tan sólo seis años de edad.
Un cronista de la época, en realidad el más grande cronista del béisbol en México, Pedro “El Mago” Septién, acuñó una frase que utilizaba regularmente como moneda de cambio –en realidad era poesía– para definir a ese momento en que un pelotero conseguía sacar la pelota del parque: “El batazo de home run edifica monumentos y destruye castillos”.
La noche de ayer, en el estadio Globe Life Field de la ciudad de Arlington, Texas, Aaron Judge, un hombre de 30 años que fue dado en adopción el día de su nacimiento y al día siguiente fue adoptado por la pareja formada por Patty y Wayne Judge, rompió el récord establecido por el también Yankee Roger Maris en 1961: 61 home runs anotados en una sola temporada en la Liga Americana de la MLB.
Y lo hizo, curiosamente –sólo curiosamente– 61 años después.
Los asistentes al estadio de los Rangers de Texas, en rigor un rival de los Yankees que como todos los rivales del equipo neoyorquino les odian profundamente, se pusieron de pie mientras la pelota viajaba al jardín izquierdo del parque y emitieron los sonidos sólo propios de los dementes de un manicomio que por alguna extraña razón acaban de ser liberados.
No podía ser de otra manera: Judge conectó la recta del pitcher venezolano Jesús Tinoco –un novato que, sin pretenderlo e inadvertidamente, ya ha pasado a la historia– y relegó el récord de Maris mientras su madre, incrédula y acaso sorda, se negaba a creer durante el viaje de la pelota que su hijo al fin lo había conseguido.
En un mundo en el que Corea del Norte dispara sin razón un misil que sobrevuela Japón y al día siguiente Corea del Sur y Estados Unidos responden lanzando cuatro al Mar del Este a modo de respuesta, la hazaña de Aaron Judge parecería ínfima y sin sentido.
Fútil, si se considera que en semanas recientes Rusia “convocó” a los hombres del país a sumarse a las reservas del ejército para dar continuidad a la invasión de Ucrania y Vladimir Putin blandió la carta –haya sido a modo de un farol o de una mentira verdadera– de las armas nucleares.
Y banal –acaso y también, pero no por ello insignificante– en virtud de que en México un aprendiz de dictador haya conseguido que las fuerzas armadas del país tengan potestad para intervenir en asuntos que en cualquier democracia del mundo deberían corresponder a civiles, cuando en su narrativa del pasado, siempre encaminada a conseguir votos, el sátrapa tropical llamaba a gritos a devolver al ejército a los cuárteles.
Uno de los significados de la palabra “catarsis” refiere que se trata de la purificación, liberación o transformación de emociones que han sido suscitadas por “una experiencia vital profunda”.
Tengo nueve años y veo en la televisión a un beisbolista llamado Reggie Jackson botar tres veces en un mismo partido la pelota del parque. En mi interior decido, de una manera inconsciente y extraña, que ese hombre y el equipo al que pertenece han marcado mi vida de una forma improbable. “Yankees forever”, me digo, y aún no sé hablar inglés.
“El fútbol es lo más importante entre las cosas menos importantes”, dijo alguna vez el futbolista y filósofo argentino Jorge Valdano. Si es así, entonces el béisbol es un poco menos importante entre las cosas más importantes de las menos importantes.
Pero, a final de cuentas, importa.
A 45 años de distancia he vuelto a un momento feliz de mi infancia –lamento la cacofonía–: el home run 62 de Aaron Judge me ha devuelto la inocencia en un tiempo en el que el mundo que habito y del cual soy parte es una bomba de relojería a punto de estallar.
“El batazo de home run edifica monumentos y destruye castillos”.
La pelota viene a home, Judge hace el movimiento…
¡Pock!
Ten piedad, Aaron, ten piedad de nosotros.
¡No es justo que nos des tanta esperanza!
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