Por ANDRÉS TAPIA / Fotografía: GIRL WITH RED HAT – UNSPLASH
Cuando llega septiembre, el mes que marca el final del verano y el principio del otoño, Kukulkán, la serpiente emplumada –el equivalente en la mitología maya a Quetzalcóatl, acaso la divinidad más importante de la cultura mesoamericana– desciende a la Tierra y yo empiezo a ganar.
Lo que digo no es un mito, como sí lo son Kukulkán y Quetzalcóatl, dos deidades de la idiosincrasia mexicana –en realidad sólo uno y el mismo– de las que no existen mas que referencias románticas y apasionadas a las cuales para resistir su influencia he debido, como Ulises, ese personaje de la mitología griega que probablemente no haya existido, atarme al mástil de un barco para no sucumbir a sus encantos.
He dicho que empiezo a ganar y es así.
Juego a las apuestas y septiembre es para mí como la temporada de caza de un oso polar: los meses postreros del invierno en el Círculo Polar Ártico en los que las banquisas aún son firmes y los rayos del sol más brillante incapaces de derretirlas.
He de decir ahora que la frontera del inicio de mi racha ganadora está marcada por el Equinoccio de otoño, el instante de ese día en el que, en el hemisferio norte, existirán por igual 12 horas de luz y 12 horas de oscuridad.
En ese momento preciso, el cual este año tendrá lugar en algún instante del 23 de septiembre, en las escalinatas de la pirámide de Chichén Itzá, un prodigioso observatorio astronómico concebido por los mayas en el siglo XII D.C. en el sur de México, Kukulkán habrá de descender a la Tierra.
Pero basta de mitología.
Los días 19 de septiembre de 1985, 2017 y 2022, México experimentó tres terremotos: los dos primeros absolutamente trágicos; el último –por fortuna– casi meramente anecdótico. La tierra se sacude y, con ella, los cimientos de una sociedad que incluso hoy en día se niega a llamar mitología al “conjunto de mitos de una cultura, un pueblo, una religión”, y le otorga el beneficio de la duda como si las supercherías que surgen de la ignorancia y del exceso de fe tuviesen asidero en un mundo tan tecnologizado como en el que hoy vivimos.
México está lleno de coincidencias, no siempre probables como suelen ser las coincidencias, pero, en la idiosincrasia de sus habitantes, siempre justificables y divinas. Una de ellas tiene que ver con el abandono de Quetzalcóatl y su partida de Tollán, la ciudad que gobernaba, y la promesa que hizo de regresar a ese sitio.
Guilhem Olivier, catedrático del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, en un texto menciona lo siguiente: “Se decía que Quetzalcóatl se había ido rumbo a la costa del Golfo, a Veracruz, hacia el mismo rumbo de donde llegaron los españoles, fecha que coincide en el calendario mesoamericano con el nacimiento de Quetzalcóatl. De ahí la creencia de su regreso. Quizá fue esto lo que influyó en Moctezuma para presentar una actitud pasiva en torno al recibimiento que le hizo a Cortés en Tenochtitlán”.
¿Mitología o historia? Imposible determinarlo a ciencia cierta. Lo medianamente verdadero es que la promesa de Quetzalcóatl/Kukulkán en la narrativa mesoamericana coincide con la llegada de los conquistadores a México.
Los tres terremotos ocurridos el día 19 de septiembre en México en años distintos, precisamente la víspera del Equinoccio de otoño, coinciden con la temporada de huracanes que mayormente azota la Costa del Pacífico. Cinco placas tectónicas rodean al territorio (Rivera, Cocos, Norteamérica, Caribe y Pacífico), todas ellas siempre en movimiento: no es posible evitar los sismos en México, han ocurrido y seguirán ocurriendo ad infinitum.
La pregunta, sin embargo, es inevitable: ¿por qué en septiembre?, ¿por qué el 19 de septiembre?
Sin acudir a teorías de la conspiración que involucran a dios, habría que considerar que al final del verano y el inicio del otoño en el hemisferio norte, los huracanes son comunes y en su mayoría azotan la Costa del Pacífico de México.
La ya declarada inestabilidad de las placas tectónicas, eternamente en movimiento, se ve también afectada por la fuerza de los vientos y las corrientes marinas. A eso habría que agregar el incremento del deshielo en el Círculo Polar Ártico y, aunque parezca excesivo, la fragilidad de una sociedad democrática que, a su imagen y semejanza, suele equivocarse al elegir como gobernantes a individuos que ponderan a la fe por encima de la ciencia.
Un reporte de Greenpeace en torno al deshielo del Círculo Polar Ártico advierte que los efectos de este fenómeno “probablemente varíen por zona geográfica: algunas sufrirán veranos más calurosos y secos, otras veranos más lluviosos mientras que en otras los inviernos serán más fríos y habrá más tormentas. Es probable que el cambio en los patrones de circulación atmosférica, entre ellos un cambio en la trayectoria de la corriente del Golfo, así como un ‘bloqueo’ de las ondas atmosféricas planetarias, contribuyan a estos cambios climáticos extremos. Igualmente es probable que los episodios meteorológicos extremos sean más comunes en el futuro: habrá más probabilidad de sufrir olas de calor, inundaciones y tormentas muy intensas”.
Pero, incluso con tales datos, hasta el día de hoy los científicos son incapaces de resolver la coincidencia y ni siquiera están interesados: tres terremotos en la misma fecha, en el mismo territorio, el mismo país, espaciados por 32 y 5 años: 1985, 2017, 2022.
En un texto publicado días después que aconteciera el Terremoto del Océano Índico (26 de diciembre, 2004) que mató a más de 250,000 personas y devastó por causa de los tsunamis a los países e islas cercanos, el escritor Homero Aridjis relata:
“En la tradición apocalíptica mexicana se dice que el Quinto Sol, la era solar bajo la cual estamos viviendo, y que lleva el signo Nahui-Ollin, cuatro-movimiento, Ollintonatiuh, Sol de Movimiento o del temblor de tierra, acabará por terremotos. Según la leyenda de los soles, esta tradición afirma que el día del nacimiento de un sol es el día de su muerte. En el año 13 Caña vino a existir, nació el sol nuestro. Desde el día de su nacimiento, como un organismo vivo, este sol lleva en sí los elementos de su destrucción, pues está formado con los restos de los cuatros soles anteriores: Nahui-Ocelotl, cuatro-tigre, Nahui-Ehecatl, cuatro-viento, Nahui-Quiahuitl, cuatro-lluvia, y Nahui-Atl, cuatro-agua”.
El centro de la Piedra del Sol, también conocida como Calendario Azteca, contiene a los cinco soles a los que se refiere Aridjis, siendo Ollintonatiuh el que ocupa el lugar de privilegio. Un mito grabado en piedra que cada vez que la tierra se sacude en México adquiere los modos de la más ominosa de las profecías.
Una vez es casualidad. Dos, coincidencia. Tres, un patrón. Sin embargo, lo que sea que ocurra en México durante el mes septiembre, en específico el día 19, debe tener en su origen una explicación científica que, hasta ahora, nadie se ha tomado la molestia de investigar, quizá porque la coincidencia de los terremotos de 1985 y 2017 fue, hasta hace unos días, sólo eso: una coincidencia.
Como también lo es que, dentro de unos días, cuando juegue a las apuestas, empezaré ganar por el tiempo que dure el otoño.
Con la bendición, por supuesto, del segundo descenso de Quetzalcóatl/Kukulkán a la Tierra.
Y la maldición, sin duda, del 19S.
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