Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: AP
A mi amigo Luis Bueno, él sabe porqué…
Se llama Luka, tiene seis años y una visión del mundo tan pueril como eso aunque al mismo tiempo demasiado madura.
Es hijo de Bernadien y Arjen, hermano mayor de Kai y Lynn. Para él, como para cualquier otro chico de su edad, el concepto de felicidad debería estar contenido en las cosas más simples: la mañana de Navidad, la visión de una bicicleta, un beso de su madre, un balón de fútbol.
Pero Luka no es del todo un chico normal. Su padre es un hombre famoso que aparece en televisión cada semana, y que tiene amigos tan famosos como él. Luka los ha saludado, ellos lo han sostenido en brazos, e incluso se han tomado fotografías juntos.
Luka, sin embargo, no era un chico famoso, al menos no más allá del círculo de sus compañeros de colegio, quienes seguramente alguna tarde quedaron boquiabiertos cuando su padre acudió a recogerlo. Todo eso cambió ayer.
Poco antes de las 20:00 horas del 9 de julio de 2014, tiempo horario de Sao Paulo, Brasil, millones de personas de todo el mundo contemplaron a Luka, aferrado al cuello de su madre, llorando como sólo se puede llorar cuando se tienen seis años, como sólo se puede llorar cuando ves a tu padre vencido.
No estoy seguro, es sólo una corazonada, pero creo que el padre de Luka le hizo una promesa que no pudo cumplir. Y en algún sentido era algo tan grande que sólo así se podría explicar no sólo el llanto de Luka, sino también una suerte de rechazo hacia su padre, al que no quería mirar mientras el mundo entero los miraba. O quizá, a sus seis años, Luka sabía que el mundo entero lo estaba mirando y por eso escondió su rostro en el cuello de Bernadien, quien en algún momento le dijo: “Ahí viene papá”. Pero él no quiso mirarlo.
Es cuando menos curioso que Luka y Bernadien estuviese sentados en la primera fila del estadio Arena Corinthians de Sao Paulo, Brasil, justo encima de un anuncio de la firma estadounidense Johnson & Johnson, fabricante de productos para bebés y niños. Su padre tuvo que saltar ese anuncio, luego de haber atravesado la mitad de un campo de fútbol, para decirle algo, no sé qué, y nadie sabrá nunca qué.
Arjen Robben, el padre de Luka, tal vez le prometió que ganaría la Copa del Mundo de Fútbol. Pero cuando Maxi Rodríguez, el mediocampista argentino anotó el último tiro penal que le correspondía a la Selección Argentina de Fútbol durante el encuentro que sostuvo en la semifinal del Mundial de Brasil 2014 frente a la de los Países Bajos, algo dentro de Luka se rompió, algo que quizá los brazos y los besos de Bernadien Eillert no podrán reparar jamás.
El fútbol, dijo alguna vez Javier Marías, es una suerte de recuperación semanal a la infancia. Un viaje de cada domingo a lo que alguna vez se fue y no se volverá a ser jamás. El día de ayer Luka Robben no viajó a su infancia, ésta le fue arrebatada, y tendrá que crecer y vivir toda la vida con ello.
Por supuesto, tal y como escribió Sir Walter Scott en algún momento del siglo XIX (“…si por desgracia alguno de ustedes tiene que caer, hay peores cosas en la vida que una caída sobre los brezos. La vida en sí misma no es otra cosa más que un juego de fútbol”), hay tragedias que superan el dolor de una derrota en un juego.
No me conmueve más que a cualquiera el llanto de Luka Robben, excepto por el hecho de ser mexicano y haber escuchado durante los últimos días cualquier cantidad de insultos y maldiciones proferidos en contra de Arjen Robben, por haber protagonizado la jugada polémica que dio pie al tiro penal y al gol con el que los Países Bajos eliminaron a México del Mundial de Brasil. Por eso y porque el llanto de Luka le proporcionó a los injustos una satisfacción, una suerte de justicia poética, sobre la cual cebaron su mediocridad y dolor por la derrota.
“Me alegro de que el hijo de Robben esté llorando; debería haber llorado hace dos juegos, cuando él nos robó”, escribió un miserable desconocido en Twitter.
Lo que pasa en el campo de juego debe quedarse en el campo de juego. Lo que ocurra fuera de él, es otra cosa. Luka Robben lloraba en los márgenes del campo de la Arena Corinthians, la indiscreción de un camarógrafo convirtió su llanto en una imagen que nadie olvidará.
Lo que yo pudiera decirle a Luka ahora no será mejor que lo que le dijo Bernadien, su madre, mientras Arjen, su padre, caminaba con la cabeza erguida, con el pesar en el rostro, para excusarse por no haber cumplido con la promesa que quizá le hizo. Pero lo intentaré.
Luka: Cuando yo tenía 12 años mi padre se marchó de casa. Antes de irse me prometió que volvería. Pasé el final de mi infancia, mi juventud y parte de mi vida como adulto, esperando el regreso de papá. Pero él nunca volvió.
Como tú, Luka, también lloré, y seguramente en algún momento maldije a mi padre. Pero luego, también, me arrepentí. Mi padre, como el tuyo, no era perfecto y cometía errores. Es sólo que, un día, no sé cómo, entendí que no debía juzgarlo.
Él me regaló mi primer balón, Luka, y un día, llorando una derrota en un campo de juego, me dijo que me levantase, una y mil veces si fuese necesario, porque la vida seguía.
Ponte de pie, pues, Luka, y abraza a tu padre. Porque él, pase lo que pase, siempre será tu padre. Dentro y fuera del campo de juego.