El llanto de Cristiano Ronaldo y García Aspe

Soccer Football - Euro 2024 - Round of 16 - Portugal v Slovenia - Frankfurt Arena, Frankfurt, Germany - July 1, 2024 Portugal's Cristiano Ronaldo looks dejected after missing a penalty kick REUTERS/Kai Pfaffenbach

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: REUTERS

Sin que representen demasiado en mi vida –para bien o para mal–, tengo tres recuerdos de un evento que no recuerdo haber visto y que, sin embargo, estoy seguro vi: la derrota de la Selección Mexicana de Fútbol en el Mundial de Estados Unidos 1994 a manos (en realidad a pies) de su similar de Bulgaria.

Era la fase de octavos de final, el quinto día de julio, y en el Giants Stadium de New Jersey (hoy MetLife), el que se presume como uno de los mejores representativos de fútbol que ha tenido México, cayó derrotado en la instancia de tiros penales tras prevalecer un empate a uno en tiempo regular y suplementario.

El primer tiro penal de México correspondió a Alberto García Aspe, quien voló la pelota por encima del arco. Tras su fallo, el mediocampista giró en dirección a la media cancha y se llevó las manos a la cabeza, visiblemente afectado. Jorge Campos, el portero, se acercó a consolarle y algo le dijo que pareció calmarlo, pero que a la postre no sería suficiente. Ese es el primer recuerdo.

El segundo contiene a Marcelino Bernal, un volante mixto que en la narración de Javier Alarcón “entregó la pelota” al arquero Borislav Mijailov. La reacción de Bernal es erguir el rostro después de mirar la hierba y decir en voz alta “¡no mames!” (slang mexicano que en este contexto significa “no puede ser”) para luego mirar nuevamente la hierba.

El último y tercer recuerdo de ese partido que no recuerdo haber visto, tiene por protagonista a Jorge Rodríguez. Este también falla. Y su reacción es, primero, escupir. Y, acto seguido, vociferar: “¡Puta madre!” (también slang mexicano, en este caso más complejo de interpretar pues si bien refiere una expresión que acusa un acto fallido y de frustración, también alude al consciente e inconsciente colectivo de una nación en cuya idiosincrasia culpar y alabar a la madre es, a un mismo tiempo, un concepto cultural ambivalente y una tara difícil de explicar).

Hay un cuarto recuerdo, aunque en realidad es una continuación del primero: eliminada la Selección Nacional de México, García Aspe rompe a llorar como un niño, acaso acusando la responsabilidad de la derrota, algo que ninguno de sus otros compañeros hace.

Periodista de oficio, guardé esas imágenes en la memoria con el celo del profesional que se dice a sí mismo: “Recorta y guarda esa nota del periódico, puede ser que algún día la puedas utilizar”.

Treinta años después tengo ese “recorte” frente a mí. Y es así porque Cristiano Ronaldo, en la fase de octavos de final de la Eurocopa 2024, falló un tiro penal en tiempo suplementario que le daba el pase a Portugal a la siguiente instancia a costa de la Selección de Eslovenia. El evento ocurrió uno o dos minutos antes de la pausa entre el primero y segundo tiempo extra. En el intervalo, Cristiano rompió a llorar cual si fuera un niño, de la misma manera en que lo hizo García Aspe casi exactamente 30 años antes.

¿Conmovedor? No. ¿Sorprendente? Sí. Cristiano Ronaldo está más allá del bien y del mal y, sin embargo –y precisamente por eso–, su reacción evidenció no solamente saberse y hacerse responsable de un fracaso personal, sino de uno colectivo en el que estaban cifrados los deseos y esperanzas de sus coequiperos. Es sólo que los de una nación, por razones complicadas (o simples) de señalar, también estaban inmiscuidos.

En un texto que publicó en un periódico, Javier Marías definió al fútbol como “la recuperación semanal de la infancia”. En esa vuelta al pasado, nostálgica y melancólica por razones obvias, los que gustamos de ese deporte y de otros solemos invocar recuerdos gozosos y terribles sin saber en ocasiones diferenciar unos de otros.

Vuelvo al pasado y me descubro llorando. Mi padre me ha inscrito en un torneo de ajedrez en el que compito con personas mayores que yo. Tendría siete u ocho años, no más que eso, y la vanidad de mi padre, al que he vencido en varias ocasiones, lo conduce a imaginarme un prodigio.

“No quiero jugar más”, le digo, “pierdo siempre”. Él me abraza, como Jorge Campos a García Aspe, y me dice algo que no recuerdo.

Hace tres días la Selección de México empató frente a Ecuador y quedó eliminada de la Copa América. Su derrota, sólo suya –sólo suyas, en plural, porque ya se acumulan–, no me dolió ni me dolerán las que vengan en el futuro, es más, voy a festejarlas porque van a seguir ocurriendo. Y serán derrotas de caras largas, pero inexpresivas, incapaces de exhibir sentimientos porque lo que mueve a los futbolistas mexicanos no es ganar la gloria o volver a la infancia, sino tan sólo percibir un sueldo exuberante.

La visión de Cristiano Ronaldo un día despúes, empero, me hizo recordar mi infancia y también a un futbolista mexicano decente: Alberto García Aspe.

El único que lloró cuando, quizá excepto eso, no había nada más qué hacer.

P.D.: Francisco Javier González: en algún momento fuiste un periodista extraordinario, mesurado, crítico, asertivo. Hoy sólo eres un publirrelacionista de Televisa que tiene que defender a la Selección a ultranza. México podría perder por 10 goles a 0 con el que sea, Argentina o Nueva Zelanda; tú siempre hallarás una manera de justificarlos. Eso se llama ser pusilánime y patético. Por lo menos.