Por ANDRÉS TAPIA

No debe ser fácil vivir en un país en el que tus abuelos asesinaron a seis millones de personas. Pero si no fueron tus abuelos, entonces tuvieron que haber sido los hermanos de tus abuelos. Y si tampoco fueron los hermanos de tus abuelos, entonces fueron los amigos de tus abuelos y sus hermanos. En todo caso alguien de tu familia cercana, o cercano a tu familia, fue partícipe de uno de los horrores más terribles que haya conocido el mundo. El único requisito para que eso ocurra es que hayas nacido en Alemania un poco antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial.

A casi 75 años del final del conflicto bélico que más muertes ha causado en la historia de la humanidad, más de uno querría dar vuelta a la página y echarle un vistazo al presente y al futuro, o acaso, simplemente, dejar de mirar el pasado y atender los problemas que enfrenta el mundo el día de hoy y que, llegado el momento, podrían devenir en un conflicto tanto o más mortífero.

Por ANDRÉS TAPIA

En el principio fue sólo un destello, algo que ni siquiera podía ser llamado idea, pero nada más. Fue, quizá, la temeridad del celacanto al asomar la cabeza fuera del mar tan sólo para mirar el sol sin ese espejo de agua en el que, desde que podía recordar, y en realidad no recordaba nada, siempre había vivido.

Fue eso o acaso sólo curiosidad–otra forma, una muy arcaica, de llamar al instinto–por transgredir el territorio en el que se habita y aventurarse en uno nuevo en el que, sin darse cuenta, sus aletas ya no ejercerían la función de desplazar el agua para impulsar su cuerpo, sino de afirmarse como el habitante de un ecosistema distinto, sin la consciencia, claro está, de tal pensamiento.

Por ANDRÉS TAPIA // Foto: GETTY IMAGES

El año 2007 fue el último del calendario gregoriano en que el homo sapiens se mantuvo erguido. A contracorriente de la tecnología, que ese año alcanzó uno de los puntos climáticos en la era de Internet, los seres humanos comenzamos a perder la capacidad de contemplar al mundo desde nuestra propia óptica.

Ha pasado tan sólo una década, pero la sensación que se percibe es que se trata de un siglo. Ese año Bulgaria y Rumania ingresaron a la Unión Europea, Eslovenia pasó a formar parte de la llamada Zona Euro, un impoluto Luiz Inácio Lula da Silva tomó posesión de la presidencia de Brasil, mientras que Hugo Chávez dio comienzo a su tercer periodo al frente del gobierno de Venezuela.

El de aquel año era un mundo diametralmente distinto al que conocemos hoy: ingenuo, improbable, absurdo y hasta feliz. Entonces Corea del Norte anunció su intención de poner punto final a su programa nuclear a cambio de combustible y financiamiento económico; la carrera de Britney Spears, agotada de escándalo en escándalo, parecía estar acabada cuando decidió raparse; la selección de fútbol de los Estados Unidos se alzó victoriosa con la Copa Oro y, después de diez años de ausencia, el grupo argentino Soda Stereo anunció su regreso a los escenarios con la gira “Me verás volver”.

Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: EFE-DAVID ARMENGOU

Las que se presume fueron las últimas cargas de caballería que registra la historia, tuvieron lugar durante la Segunda Guerra Mundial. La primera de ellas el 1 de septiembre de 1939, el día elegido por Adolf Hitler para iniciar la invasión nazi de Polonia.

Una brigada llamada Pomorska –formada  por tres regimientos (dos de lanceros y uno de fusileros montados) compuestos por 6,143 hombres, 5,194 caballos, 12 cañones, 21 tanquetas, una batería antiaérea, un escuadrón de ciclistas, uno de ingenieros, uno de comunicaciones y algunas decenas de operarios–, enfrentó el asedio de la 20ª División Motorizada alemana.

Había transcurrido casi cuatro décadas del Siglo XX, pero en ciertos aspectos Polonia seguía anclada en el XIX. Disponían de una caballería compuesta de 70,000 jinetes, la más numerosa de Europa, la que les había defendido en 1920 de las tropas soviéticas y cuyo origen se remontaba a la época en que el bajito Napoleón lucía como un gigante montado a caballo mientras recorría y sometía buena parte del viejo continente y el norte de África. 

Por ANDRÉS TAPIA

A Karen, quien erróneamente cree la subestimo

En el prólogo de sus memorias (Erinnerungen, 1969), Albert Speer, arquitecto de Hitler y Ministro de Armamento del Tercer Reich, escribió a propósito de su juicio en Nuremberg:

Jamás se me borrará de la mente un documento que mostraba a una familia judía caminando hacia la muerte: un hombre estaba a punto de morir con su mujer y sus hijos (…). Fui condenado a veinte años de prisión por el Tribunal de Nuremberg (…) La condena, siempre poco adecuada para medir la responsabilidad histórica, terminó con mi existencia burguesa. Aquella fotografía, en cambio, despojo mi vida de toda sustancia. Sobrevivió a la sentencia.