Por ANDRÉS TAPIA

Cuando tenía siete años, Roger Stone participó en un ejercicio electoral en el colegio. Era el otoño de 1959 y John F. Kennedy y Richard Nixon contendían por la presidencia de los Estados Unidos. Los padres de Stone eran republicanos, pero sentían simpatía por Kennedy en tanto era católico como ellos. El imberbe Roger, político precoz, decidió que Kennedy debería ganar a costa de todo. Para ello informó a sus condiscípulos, uno a uno, que una de las políticas de Nixon era instaurar clases los sábados.

Eventualmente John F. Kennedy ganaría en el ejercicio del colegio de Stone. Y en la elección real se convertiría en el 35º presidente de los Estados Unidos.

Por ANDRÉS TAPIA

En la última página de El corazón de las tinieblas, Joseph Conrad hace decir a Charlie Marlow, el protagonista y narrador de la historia, lo siguiente: “Me parecía que la casa iba a derrumbarse antes de que yo pudiera escapar, que los cielos caerían sobre mi cabeza. Pero nada ocurrió. Los cielos no se vienen abajo por semejantes tonterías”. Conrad alude con esta frase a un aforismo en latín: Fiat justitia, ruat coelum (Que se haga justicia, aunque los cielos caigan).

Marlow la pronuncia tras escuchar los ruegos de la prometida del agente Kurtz, quien desea saber cuáles fueron las últimas palabras de éste antes de morir («Repítalas”, murmuró con un tono desconsolado. “Quiero… algo… algo… para poder vivir”). Marlow le dice que la última palabra que pronunció fue el nombre de ella. Pero está mintiendo. Las últimas palabras de Kurtz fueron: “¡Ah, el horror! ¡El horror!”.