Por ANDRÉS TAPIA
Alguna vez una mujer me contó una historia muy extraña y sórdida que define a la perfección a México. En la familia de esta persona había dos hombres con el mismo nombre, pongamos, Pedro. Hijos de dos hermanos, para distinguirlos, solían llamarles Pedro “el nuestro” y Pedro “el suyo”.
Un día uno de ellos murió. Se hicieron llamadas telefónicas para avisar a los amigos y a la familia del deceso, y uno de los familiares, un hombre, cuando se enteró de la noticia, obvió preguntar cuál de los dos Pedros había muerto, si “el nuestro” o “el suyo”. De ese modo, en su cabeza, en su imaginación y, sí, en su estupidez, supuso que el muerto era quien estaba vivo y viceversa.
Con esta idea en la cabeza se presentó en el funeral y en algún momento vio por ahí al Pedro que él creía muerto. No se cuestionó a sí mismo, no se sorprendió, no preguntó a nadie. No hizo nada. Simplemente, en su desvarío, supuso que debido al afecto que sentía por el difunto podía verlo mientras los demás no.
Mi abuela solía emplear frecuentemente una frase popular: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”. Teniendo la verdad frente a sí, el hombre al que hago referencia se negó a verla y la convirtió en una mentira.
Quizá no de manera tan grotesca, pero eso ocurre en México con más frecuencia de lo que uno pudiera imaginar. Tenemos la verdad delante nuestro, pero, por las razones que sean, nos negamos a verla.
Ahora bien, las verdades que no quieren verse no son gratas: duelen, lastiman y desgarran la mayor de las veces, lo cual si bien es un atenuante, no justifica nuestra renuencia a aceptarlas.
La guerra emprendida en contra de los cárteles del narcotráfico por parte de Felipe Calderón, no sólo ha provocado una cifra cercana a los 70,000 muertos en el país, lo cual por sí mismo ya es bastante grave, independientemente de que la mayoría de los muertos sean criminales, sino también ha hecho evidente que no se trata de una guerra convencional, que la crueldad y la saña empleados por tales sujetos acusan un retraso cultural sólo propio de culturas primitivas o medievales, y que, consecuentemente, México es un estado fallido.
Los narcotraficantes son dueños de pueblos, regiones, ciudades y en ocasiones estados completos, y cuentan muchas veces con el visto bueno de las autoridades, locales o federales, para cometer sus fechorías. Y si no hay complicidad, hay ineptitud, ineficacia o incapacidad.
Los horrores perpetrados por esos miserables van más allá de deshacerse de un oponente: si un enemigo es capturado, será sometido a un interrogatorio en el que diga o no la verdad, hable o no hable, será torturado de manera salvaje e inevitablemente asesinado.
Hombres y mujeres, criminales en mayor o menor grado, culpables casi siempre y sin duda en muchos casos inocentes, son sometidos a vejaciones infinitas e inenarrables antes de ser decapitados vivos y conscientes, mientras uno de sus victimarios graba en video su muerte con la finalidad de hacerlo público a través de Internet, e inseminar así a la sociedad de miedo y terror, a la par de enviar un mensaje a sus enemigos.
Atestiguar eso no es, por supuesto, algo agradable, incluso en el caso de que la víctima sea un criminal sanguinario; basta con una vez para no querer contemplarlo jamás. Pero la realidad no se construye o deconstruye a capricho, ni se esfuma o embellece a partir del deseo.
Han pasado ya cinco meses del relevo de gobierno en México. Ni la partida de Felipe Calderón ni la llegada de Enrique Peña Nieto han disminuido la suma de ejecutados (alrededor de 5,000 del 1 de diciembre hasta hoy) ni hecho menguar los horrores que conducen a ello.
Estos días el Presidente Barack Obama visita México. Los principales puntos de la agenda que tocará con Enrique Peña Nieto pasan por la relación económica bilateral, los esfuerzos conjuntos para combatir el cambio climático y la seguridad en la frontera común. Y si bien no se han hecho públicos, seguramente también hablarán de la migración ilegal mexicana hacia Estados Unidos y del combate al narcotráfico.
¿Por qué éste no es el tema central de este encuentro? ¿Cerca de 70,000 muertos el sexenio pasado, y 5,000 en lo que va de éste (aunque sean criminales la mayoría) no bastan para convertir al combate al narcotráfico en el tema principal de la agenda bilateral? Sí, es verdad, México es la economía número 11 del mundo y un socio y aliado comercial muy importante para los Estados Unidos. Pero… ¿se puede ser la economía número 11 del mundo cuando los habitantes de un país viven inmersos en una escalada delincuencial que alude al primitivismo y a prácticas sanguinarias y medievales?
Por lo que se ve, parece que sí, que son otros los intereses que privan entre México y Estados Unidos y que incluso teniendo la verdad frente a uno, es posible no verla o simplemente negarla, desviar la mirada, cerrar los ojos e imaginar que no nada pasa.
O como le ocurrió al pariente tonto de Pedro “el vivo”, que cuando se dio cuenta que la realidad no era como él la había imaginado, mató a la verdad y se inventó una mentira.