Mis amigos que consumen drogas

Por ANDRÉS TAPIA

Tengo amigos que consumen drogas. De algunos lo sé porque los he visto. De otros me lo ha dicho alguien más. Y hay algunos más de los que sólo lo intuyo.

Yo fumo cigarrillos. Y el cigarrillo es una droga legal que entre los no fumadores hoy en día es muy mal vista socialmente. Fumar hace daño, eso nadie lo duda: daña al fumador y también a quienes lo rodean. Pero fumar no provoca asesinatos… como sí los provocan las drogas que son ilegales. Al menos en México.

Mis amigos, los que he visto que se drogan, los que me han dicho que se drogan y los que intuyo que se drogan, son buenas personas. Sin embargo, hoy he descubierto que tengo algo en contra de ellos.

Y no es fácil decir esto, pero es así.

La droga que consumen mis amigos fue cultivada y fabricada en algún sitio. Puede ser Colombia, México, Bolivia o algún otro país. Puede ser marihuana, cocaína, metanfetamina, heroína o ecstasy.

El cultivo o la elaboración de dicha droga, cualesquiera que ésta sea, requirió de tiempo y mano de obra. Sembrar, regar, segar, cosechar, arrancar, empaquetar… Y si se trató de una droga química, entonces implicó un proceso de elaboración algo más complicado en el que se emplean matraces, probetas, estufas y máscaras anti-gas.

Seamos optimistas y pensemos que hasta aquí todo va bien. Que ni la policía ni el ejército ni la marina tienen idea de dónde ni de quiénes fabrican las drogas. Luego entonces, después de largas jornadas de trabajo, los campesinos o químicos se sientan debajo de un enorme pirul a beber una cerveza y fumar un cigarrillo (un Marlboro, digamos).

Todo esto ocurre en el campo.

Al día siguiente, una camioneta Lobo o Cheyenne, o puede que sea un camión de carga o un tráiler, llega hasta el sitio en el que la droga, en bultos o en pacas, envuelta en celofán o dentro de cajas de cartón, yace esperando un nuevo destino.

La droga es colocada en el vehículo. Transportada desde lugares ocultos situados en la selva, en la montaña, en el bosque, a sitios cercanos a las zonas urbanas o localizados dentro de ellas. Nadie se da cuenta porque… ¿quién prestaría atención a un par de campesinos gordos que, vestidos con ropa de marca de muy mal gusto, ingresan a un núcleo urbano para ofertar su mercancía?

Hasta aquí, por supuesto, todo va bien.

Sin embargo, es posible que en el trayecto a las zonas urbanas alguien haya notado algo extraño. Ese alguien podría ser un chico, un imbécil de unos 15 a 20 años (¿quién a esa edad no es un imbécil?), que por querer ganarse un poco de plata e impresionar a una chica de su barrio, aceptó el encargo que le propuso un amigo de vigilar si dos campesinos gordos vestidos con ropa de marca de muy mal gusto, llegaban al pueblo, a la ciudad o al barrio, en una camioneta Lobo o Cheyenne, o en un camión de carga o tráiler.

Mientras juega Candy Crush en su celular, el chico los ve pasar. Dicha visión lo altera, lo pone nervioso y lo espabila. Marca un número y dice: “Van dos para allá, traen algo, no sé qué”. El que recibe la llamada no dice nada. Marca en su celular otro número y le dice a alguien más: “Llegaron unos de otro cártel, traen carga” (ni el primero ni el segundo hablan así, de hecho, ni siquiera hablan un idioma; me he tomado la libertad de traducirles los ruidos guturales que surgen de sus gargantas cada vez que abren la boca).

Llegado este momento, las cosas empiezan a ir mal (de hecho, muy mal).

Si el jefe del último tipo que recibió la llamada es un idiota (y es muy probable que lo sea), enviará en ese momento a ocho individuos, tanto o más idiotas que él, a interceptar a los campesinos gordos. Si tienen éxito (y es probable que lo tengan), los detendrán, torturarán, interrogarán, degollarán y les quitarán la droga y la camioneta. Si no es tan idiota, entonces enviará a alguien a seguirlos.

Así se dará cuenta que en una vecindad de un barrio ficticio llamado Tepito (¿no es genial?: un barrio llamado Tepito, ¡me cago de risa!, eso sólo ocurre en las novelas de Gabriel García Márquez y en un país llamado México), la droga es recibida y ocultada en casas que parecen chozas y que son tan rupestres que incluso las cucarachas huyen.

Uno de los vigilantes, es decir, uno de los imbéciles de 15 a 20 años, se comunica de nuevo con el jefe y le pregunta: “¿Qué pedo, chif, les damos piso, los levantamos, los pasamos por las máquinas, los hacemos sopa? (Traducción: “¿Qué hacemos, jefe?: los matamos, los secuestramos, los torturamos, los deshacemos en ácido?”.). El jefe idiota –no tan idiota– responde: “Síganlos” (aunque parezca inverosímil, a veces consiguen articular alguna palabra en español).

Y los siguen.

Los campesinos gordos quizá se queden, quizá se vayan. Otros, o ellos mismos, en todo caso muchos más, se trasladan a un barrio conocido como la colonia Condesa en la Ciudad de México y, con una pistola en la cintura, amenazan a los dueños de bares y restaurantes diciéndoles que, a menos que quieran ser asesinados, tendrán que permitir que unos idiotas permanezcan de manera permanente (valga la tautología) en sus negocios, con tal de vender las drogas fabricadas en alguna parte de México, Colombia, Bolivia o cualquier otro país.

Y es aquí donde las cosas se tuercen terriblemente y donde aparecen mis amigos, los que consumen drogas.

El jefe da la orden de levantar, pasar por las maquinas, dar piso y cocinar a los últimos que transportaron o tuvieron que ver con las drogas. Antes, empero –porque es “cool”, porque es inevitable, porque es una adicción–, mis amigos, los que he visto, me han dicho y los que intuyo consumen drogas, se escabullen al baño para comprar un gramo, un par de joints o una bolsita con diez pastillas.

Luego de eso llega alguien y dispara una pistola. Alguien muere –puede ser un justo o un idiota, o varios justos y varios idiotas–, doce imbéciles desaparecen, algunos cómplices aparecen quemados, una ciudad se repliega y aparece el miedo donde no existía.

Yo fumo cigarrillos y me mato día a día poco a poco. Mis amigos, los que consumen drogas, y los amigos de mis amigos, que también consumen drogas, y los que no son amigos de nadie, pero también consumen drogas, tienen desde hace años hecho mierda a este país tanto como los políticos corruptos, los policías corruptos, los idiotas, los imbéciles, los campesinos, los químicos y todos los que forman la cadena del narcotráfico.

Todos ustedes –y los que falten–, ¡váyanse a la mierda!