Por ANDRÉS TAPIA

Era la mañana de un domingo cualquiera.

Mucha gente había despertado ya y se dirigía con sus bicicletas a la principal avenida de la ciudad que precisamente ese día estaría cerrada al tránsito de automóviles. Si no hacían eso, entonces caminaban, periódicos en mano, a los restaurantes aledaños para reunirse con familiares o amigos y conversar acerca de los eventos de la semana que ya terminaba. En cualquier caso, al amparo de un café humeante y un desayuno compuesto por huevos fritos, revueltos o bañados en salsa picante.

Por ANDRÉS TAPIA

Una noche ya perdida, mientras caminaba con un amigo, pasamos por la casa de quien entonces era su novia, más tarde sería su esposa y hoy solamente la madre de su hija. “Mira” –dijo, y extendió su brazo derecho para señalar orgulloso el balcón del piso número tres de un edificio de departamentos–, “ese rehilete yo se lo regalé a Adriana”.

Por ANDRÉS TAPIA / Fotografía: J.P. SARTON

Mary es una mujer que hace 12 años le dijo a Mary que le regalaba a su hijo; el chico entonces tenía tres años.

Mary, la primera Mary, procedía del estado de Michoacán. Mary, la segunda Mary, del estado de Puebla; ambos sitios se localizan en México.

Mary y Mary eran amigas. O por lo menos dos conocidas que se encontraban cada mañana delante de la puerta de un colegio: ambas llevaban a sus hijos al mismo jardín de niños.

Por ANDRÉS TAPIA

No era niño ya, pero aún tenía algo de niño. Y no sé bien por qué, pero decidí que quería repartir periódicos por las mañanas.

Una día descubrí un anuncio en un periódico local: “Se solicita repartidor de periódicos”. Arranqué la página y con 16 años y todas las ilusiones que pueden tenerse a esa edad, me presenté en una pequeña oficina situada en Viveros de la Loma, un barrio de clase media situado en la periferia de la Ciudad de México.