Por ANDRÉS TAPIA
Es difícil creer lo que dice Nepomuceno Moreno. Aunque esté diciendo la verdad. Y es mucho más difícil cuando con una sonrisa diáfana –y por diáfana debe entenderse: que deja pasar la luz–, dice: “Aquí andamos… buscando a nuestro hijo”.
Su hijo se llama… se llamaba, Jorge Mario. Desapareció el 1 de julio del año 2010 en algún sitio entre las ciudades de Obregón y Guaymas, ambas pertenecientes al estado mexicano de Sonora, el cual se sitúa al norte de México; tenía entonces 17 años.
A decir de Nepomuceno, a su hijo y a tres amigos los persiguieron un grupo de policías y delincuentes por haber escapado de un automóvil que les cerró el paso, y por haberse negado a detenerse en un retén policiaco, pero no precisa si eran dos bandos formando uno solo, o un solo bando dividido en dos. En todo caso, quien conoce algo de México sabe que en este país muchas veces Dios y Satán son la misma persona.
En medio de la persecución, perdieron el control del auto y corrieron a las colinas, separándose. Al amanecer, luego de haber vagado varias horas en la sierra, Jorge Mario se detuvo en una tienda de abarrotes a comprar una recarga de crédito para su teléfono celular y así llamar a su padre. “Vienen por mí, papá, otra vez…”, le dijo. Luego, de acuerdo al relato de su padre, fue detenido a punta de pistola por sus perseguidores.
Horas después, los captores pidieron a Nepomuceno un rescate, como si se tratara de un secuestro: “Somos tres, danos 30.000 pesos (unos 2.300 dólares)”; y a Jorge Mario, luego de asegurarle que lo liberarían, le exigieron que llamase a un amigo llamado Giovani Otero para que fuese por él. Giovani solicitó a otro amigo, Miguel López, que lo acompañase a recoger a Jorge Mario.
De Giovani y Jorge Mario no se supo nada más. Miguel López sería liberado días después con las costillas rotas y dos dedos amputados. De Mario Díaz, José Francisco Mercado y Carlos Alvarado (los tres chicos que acompañaban a Jorge Mario la noche de la persecución), se conoce que el primero fue asesinado, el segundo secuestrado y desaparecido, en tanto el último consiguió escapar en las montañas de la Sierra Madre Occidental, y hoy está vivo, exiliado, en algún lugar de los Estados Unidos.
Los captores de Jorge Mario aseguraron a su padre que su hijo y sus amigos pertenecían al Cartel de los Beltrán Leyva, una familia de cuatreros miserables que alguna vez formó parte del temido Cártel de Sinaloa, y que por eso los perseguían.
Nepomuceno Moreno se dirige a alguien que no aparece a cuadro en el video en que se recoge su testimonio. Y mientras sostiene un sobre con fotografías, presume a su interlocutor: “Mira ahora cómo está ahí: un ramillete de mujeres, pura muchacha, y el cabrón en medio ahí…” Lo que Nepomuceno intenta describir es una imagen en la que su hijo, Jorge Mario, aparece rodeado por diez chicas y, en segundo plano, dos de sus compañeros, uno de los cuales desapareció con él aquella fatídica madrugada del 1 de julio de 2010.
Y sí, ahí está Jorge Mario, un chico guapo, muy guapo, tan guapo como se intuye fue Nepomuceno en su juventud, rodeado por una decena de chicas, todas ellas hermosas. Nepomuceno exhibe la foto y vuelve a sonreír, y la suya es la misma sonrisa diáfana (que permite el paso de la luz) con la que suele contar la tragedia de la desaparición de su hijo. O, mejor dicho, con la que la solía contar…
“Le digo a mi familia que no se desespere, que me comprenda. Pronto va a haber un resultado ya… qué le hace que me quede en el camino”, advierte Nepomuceno Moreno, el hombre alto, rudo, bonachón y aparentemente invencible del estado mexicano de Sonora, que cuenta la historia de la desaparición de su hijo.
Es sólo que, en ese momento, y mientras refiere que él no desea que a ninguna persona le ocurra lo que a él le ha ocurrido, Nepomuceno Moreno se quiebra, se oculta detrás de su mano izquierda, y empieza a sollozar.
El 28 de noviembre de 2011, poco más de un año después de la desaparición de su hijo Jorge Mario, Nepomuceno Moreno fue asesinado. Durante ese tiempo se unió a la Caravana de la Paz, comandada por el poeta Javier Sicilia, y participó en la segunda jornada de los Diálogos por la Paz, encabezada en ese tiempo por el entonces presidente de México, Felipe Calderón.
“Cuando yo me ando manifestando, les leo esto… les entrego… les ando entregando éste… es un poema… muy viejo ya, de Bertold Brecht… Dice: “Vienen por mí, pero ya es demasiado tarde…” Y me acuerdo de mi hijo porque dijo: “Vienen por mí, otra vez…”
Nepomuceno Moreno no tenía por qué saber que el poema al que hace alusión no fue escrito por Bertold Brecht, sino por Martin Niemöller, y que los versos del mismo fueron alterados de la misma irresponsable y absurda manera en que hoy en día los participantes de Internet, como los viejos gobiernos de México (¿he dicho viejos?), suelen alterar la historia.
Y Nepomuceno recita ese poema apócrifo, o inexacto, o alterado, o absurdo. Pero su voz no se quiebra. Declino en presente, como si estuviese vivo, pero no lo está más, por más que yo quiera creerlo.
El día de ayer, un chico llamado Edgar Jiménez Lugo fue deportado a los Estados Unidos luego de cumplir una condena de casi tres años en una prisión para adolescentes. Jiménez Lugo, apodado y conocido como “El Ponchis”, fue apresado por el asesinato de cuatro personas a las que secuestró, torturó y decapitó; tenía 14 años cuando fue detenido por el Ejército Mexicano.
Jiménez Lugo servía al Cártel de los Beltrán Leyva, el mismo al que aquellos policías y delincuentes aseguraron a Nepomuceno Moreno pertenecía su hijo.
En medio de un operativo de seguridad extraordinario, Edgar Jiménez Lugo fue trasladado a la Ciudad de México y de ésta deportado a los Estados Unidos, país del que es legalmente originario, donde ha sido puesto al cuidado de un albergue para adolescentes “problemáticos”.
Medios de comunicación, ONG’s, columnistas, en apenas 24 horas, han tratado de explicar, analizar y, sobre todo, justificar, los crímenes de “El Ponchis”.
“Pobre chico”, dicen, “todos somos culpables de ello”.
Por ello, es difícil, muy difícil, creer lo que dice Nepomuceno Moreno… es decir, decía… Especialmente porque, pidiendo justicia por su hijo desaparecido y seguramente muerto, nadie le organizó un operativo policial, nadie trató de justificar sus motivos (excepto el portal sinembargo.com), nadie impidió su asesinato y nadie dice de él: “Pobre viejo… todos somos culpables de ello”.
Liberen, pues, al Ponchis. ¡Y maten –por segunda vez– a Nepomuceno!