Por ANDRÉS TAPIA
Circula en Internet una fotografía de Steven Spielberg, en la que el cineasta estadounidense aparece con un triceratops de utilería, la cual le fue tomada en ocasión de la filmación de su película Jurassic Park. El armatoste está tendido en el suelo y parece estar muerto; quien haya visto la película, recordará una escena en la que dicho animal aparece moribundo.
La foto es vieja y por razones de sentido común a nadie debería interesarle. Pero un individuo llamado Jay Branscomb, un hombre que vive en Washington D.C. y que en su perfil de Facebook se describe como creador de memes, la subió a su página con una leyenda en la que mostraba su “indignación” en contra de Spielberg por haber “cazado” al animal.
“Infame foto en la que un cazador recreativo posa felizmente junto a un triceratops que acaba de sacrificar. Por favor, compartan con el mundo para que puedan nombrar y avergonzar a este hombre repugnante”.
Por supuesto, se trataba de una broma, y todo habría quedado en eso de no ser porque alguien cayó en el garlito de Branscomb. Una mujer llamada Penelope Michelle Rosen Bachand que vive en Broward, Florida, respondió indignada ante la contemplación de la foto. Y, hacia el final de su post de réplica, concluyó: “Estoy decepcionada de ti, Steven Spielberg, no voy a ver más tus películas, ¡asesino de animales!”.
Desde tiempos inmemoriales, los seres humanos han dado muestras de que su estupidez es inconmensurable. Cebarse y hacer escarnio de la candidez e inocencia de la señora Rosen Bachand, es suponer que algo ha cambiado cuando es evidente que no es así. Sin embargo, no es la ignorancia de esta mujer –que no tiene la más mínima idea que los triceratops se extinguieron hace 65 millones de años–, lo que debería preocuparnos. Son los cazadores de incautos –aquellos como Jay Branscomb– los que deberían quitarnos el sueño.
¿En qué momento las redes sociales se convirtieron en praderas en las que se practica la caza indiscriminada de seres inocentes? O, mejor dicho: ¿en qué momento aparecieron los depredadores de los herbívoros?
Desde hace algunos meses proliferan en la Internet sitios que lo mismo se dedican a enaltecer determinados hechos –que si bien son verídicos en ocasiones su engrandecimiento es exagerado– o bien a ofrecer versiones “alternativas” de la realidad. Por versiones alternativas de la realidad debemos entender: “Noticias originadas en hechos y personajes reales, pero que han sido distorsionadas para causar en el lector hilaridad o esparcimiento”.
Era tan grotescamente obvia la broma de Jay Branscomb, que en rigor no debería haber recibido más de diez “likes”. Pero la señora Rosen Bachand en lugar de perdonarle la vida a ese cazador furtivo, decidió condenarlo con uno de los posts más indignantes y estúpidos en la historia de Facebook. De ese modo, y de acuerdo a Andy Warhol, Jay Branscomb obtuvo sus quince minutos de fama.
Las bellas artes, una gran parte de ellas, se dedican a trastocar, a descomponer, a fragmentar o distorsionar la realidad para crear belleza. Picasso y Dalí hicieron eso con la pintura y la escultura; Borges y Allan Poe son buenos ejemplos en el campo de la literatura, y algo similar podría decirse de Buñuel y Fellini en el cine.
Las redes sociales, empero, distan mucho de ser espacios donde la realidad puede trastocarse para crear belleza. Por el contrario, de un tiempo para acá se han convertido en carpas que albergan a compañías ambulantes de payasos que, careciendo de un propósito en la vida, se dedican a distorsionar la realidad para convertirla en… una broma.
En tanto el mundo, casi en toda su extensión, es un lugar libre y democrático; en tanto las redes sociales suelen ser permisivas con la mayor parte de las manifestaciones que en ellas tienen lugar, que un grupo o grupos de humoristas se aparezcan por ahí y empiecen a contar chistes malos de todo lo que se les ocurra, seguramente nada tiene de malo (obviaré, por defecto, aquellos casos en los que las bromas tengan por finalidad hacer escarnio de los estereotipos culturales, los presentes y los pasados, que la humanidad en sus diferentes sociedades detenta).
Sin embargo, y a pesar de que me considero un tipo con un extraordinario sentido del humor –razón por la cual soy demasiado serio–, que los payasos se aparezcan en el pueblo a contar historias distorsionadas de la realidad y que haya personas que las crean, me parece uno de los excesos más peligrosos que se han generado a partir del surgimiento de las redes sociales y su naturaleza democrática y democratizadora, incluyente y no discriminatoria.
Facebook, Twitter, Instagram le franquean el paso al asesino, al mentiroso, al pederasta, al narcotraficante, al violador y bien a bien no hay manera de impedirlo. ¿Cómo podría impedírsele el paso a los “graciosos” si lo suyo es tan sólo un exceso de mal gusto?
Por supuesto, no hay manera, pero seguirnos riendo de las idioteces de las idiotas, si lo pensamos un poco, no nos conduce a nada.
Claro está que los idiotas, en tanto idiotas, saldrán a clamar y proclamar sus derechos –son idiotas y eso nadie puede negárselos–, y puede ser que nos juzguen (que me juzguen) por haberles negado su derecho a la estupidez.
Y no me refiero a las Penelope Michelle Rosen Bachand que hay en el mundo, personas que ven un listón rojo caído en el suelo, y suponen que se trata de un ser vivo. Me refiero a los bromistas, y no precisamente a Jay Branscomb, que distorsionan la realidad con tal de hacerse los graciositos, llamar la atención, y de ese modo sentirse importantes en un mundo qué básicamente los ignora.
Hace 21 años Steven Spielberg creó una historia en la que los dinosaurios podían existir a pesar de la ciencia y la historia. Veintiún años más tarde, hay personas que creen que los dinosaurios siguen vivos, básicamente porque unos payasos (perdón, pondré un nombre: los creadores del sitio de Internet llamado eldeforma.com de México) suponen que pueden hacer de la realidad –la de México al menos– la sátira de la parodia de una comedia.
Como la memoria, la democracia y la inexistencia de una jurisprudencia los ampara, hagan lo que quieran. Como sea: idólatras de su propia mediocridad, de payasos e imbéciles no los bajará la historia.