Minuto 88: Miguel Herrera ingresa y es expulsado del Olimpo

Por ANDRÉS TAPIA

La noche del domingo 26 mayo de 2013, poco antes de las 22.00 horas, un hombre enfrentaba un naufragio. Miguel Herrera, director técnico del Club de Fútbol América de México, en medio de una lluvia pertinaz, contemplaba su reloj mientras su equipo perdía frente al Cruz Azul por un marcador global de 2 goles a 0.

Se cumplía el minuto 88 cuando tuvo lugar un saque de esquina a favor del equipo América. Faltaban dos minutos de tiempo regular y Herrera pensó que, cuando mucho, dispondrían de cinco más para anotar dos goles. Agitó el brazo izquierdo para impulsar a sus jugadores pero contuvo a dos defensas: el Cruz Azul defendía con nueve hombres y el América atacaba sólo con siete, no sólo porque temía un contragolpe del único delantero que permanecía en punta, sino porque jugaba con un hombre menos desde el minuto 13.

Un cronista de la televisión exclamó: “Y conforme avanzan los minutos se vuelve más indescifrable la defensa del Cruz Azul para el América”. Vino entonces el centro, un defensa cabeceó y alargó la pelota hacia la parte más alejada del lado derecho del área grande. Un mediocampista del América, apodado El Hobbit debido a su corta estatura, golpeó el balón de volea y lo devolvió al mismo sitio en que había sido rechazado. La pelota cayó con lentitud, casi con la macabra parsimonia de un misil, pero antes de tocar la hierba, un defensa llamado Aquivaldo Mosquera logró golpearla con la cabeza. Con la inocencia de un niño que atraviesa un jardín lleno de hiedra venenosa, el balón se hundió en las redes. El cronómetro registró 88:16.

El lab-dab del corazón de Herrera alteró su ritmo, o al menos así lo sintió él. La lluvia seguía cayendo cuando miró de nuevo su reloj. “Cinco minutos, tenemos cinco más”, gritó, y acto seguido extendió todos los dedos de su mano derecha para ilustrarlo. Pero no se atrevió a sonreír. El gol había llegado demasiado tarde, pensó.

El minuto 90 se cumplió, Herrera se mesó los cabellos, gritó algo a alguien detrás, delante, lejos de él. Y miró de nuevo el reloj: esta vez no era el suyo sino la claqueta electrónica que levantó sobre sus hombros el cuarto oficial y que le daba la razón: el árbitro concedía tres minutos de descuento.

Lo que vino a continuación fue un asedio desordenado y febril que culminó con dos saques de esquina a los que se sumó Moisés Muñoz, el portero del América. El primero fue alejado por la defensa, pero inmediatamente después vino uno más. Ocurrió tan rápido, en sólo 29 segundos, que Muñoz ni siquiera hizo por volver a su portería. Al minuto 92 con 23 segundos, Muñoz se tendió como una flecha y golpeó el balón con la cabeza. La pelota iba hacia fuera (una toma de la televisión así lo exhibió) pero un defensa del Cruz Azul (Alejandro Castro) queriendo desviarla la metió a la portería.

El reloj marcaba 92:24. El Estadio Azteca se derrumbaba. Un locutor de la televisión, apodado El Perro, ladraba: “¡Moisés!, ¡Moisés!, ¡Moisés!, ¡Moisés eres un héroe!”. Herrera, en tanto, montaba sobre los hombros y piernas de un miembro de su equipo y agitaba el puño en alto.

Luego de dos tiempos extra el partido concluyó en empate. El América de Herrera, justa, heroica, aunque inverosímilmente, ganaría el juego y el campeonato en serie de penales.

Azarosa, infame, simple o quizá sólo coincidentalmente, un día antes, la noche del 25 de mayo de 2013, en el estadio Wembley, de Londres, en el minuto 88 del encuentro entre el Bayern Munich y el Borussia Dortmund, el jugador holandés Arjen Robben, marcaba el gol de la victoria en el partido final de la Champions League que culminó con un marcador de 2 a 1.

La victoria mítica de Herrera sobre el Cruz Azul lo convirtió en un héroe. A él y a Moisés Muñoz. Convencido de ello, el dueño del equipo América, el empresario Emilio Azcárraga, azotó un puño en la mesa –alguna mesa– y exigió que Herrera y sus muchachos, “el mejor equipo de México”, comparable sólo al Barcelona y al Bayern Munich, fuesen la base de la Selección Mexicana de Fútbol que de no haber sido por la victoria de Estados Unidos sobre Panamá en las eliminatorias mundialistas, no habría participado en la Copa del Mundo Brasil 2014.

Lo demás ya es historia: Herrera y la mitad del América viajaron a Nueva Zelanda a conseguir la calificación al Mundial. La consiguieron y Herrera tuvo que deshacerse de algunos de sus chicos, entre ellos el “héroe”, Moisés Muñoz, aquel portero cuyos cantos heroicos fueron proferidos por un perro rabioso y vulgar, y todo porque el tal Moisés apenas y fue un chivo espiatorio de la fortuna, un futbolista mediocre que siempre creerá que logró dividir las aguas del Mar Rojo y salvar al pueblo judío de los egipcios.

Pero vamos al final, que mis palabras suenan a condena y envidia…

El partido entre las Selecciones de México y los Países Bajos que supone la admisión a los libros de historia del nombre de Miguel Herrera, está a punto de terminar. México gana un gol a cero, pero los holandeses, como piratas al abordaje, se cuelgan de las velas de proa y de popa y asedian mediante saques de esquina a la Selección Mexicana.

Arjen Robben, el mismo tipo que un día antes de que Miguel Herrera fuese admitido en el Olimpo anotó el gol que le dio al Bayern Munich su quinta copa de la Champions League, despeja un tiro de esquina. Como en aquel partido entre el América y el Cruz Azul, la pelota llega al centro.

Alguien la despeja y un zapador holandés extraviado, un tal Wesley Sneijder, la golpea con la misma rabia con la que Herrera festejaba los goles de México.

Miguel Herrera mira entonces su reloj: es el minuto 88. Y no sabe qué hacer.

Cuatro minutos más tarde, Robben ingresa al área chica de México por el lado derecho, se deshace de todos sus marcadores, sale del campo y reingresa en él tan sólo para dejarse caer o para ser tropezado por Rafael Márquez.

México entonces empieza a llorar. Llora un actor, tan vulgar como Miguel Herrera en sus celebraciones, y se queja e infamia con palabras altisonantes de que una aerolínea holandesa cometió juego sucio. Lloran los mediocres, los que ven la paja en el ojo ajeno pero ignoran la viga en el suyo, e incluso una amiga, indignada como casi todo el país, coloca en su cuenta de Facebook una foto del Cartel de los Zetas en la que compara a todos los mexicanos con narcotraficantes al asegurar que estamos esperando al árbitro para torturarlo, degollarlo y matarlo.

Y Miguel Herrera, el Perseo de México, se queja del arbitraje: “¡Puto Zeus, puto de mierda! ¿Qué no soy tu hijo?” (pido perdón a mis lectores en otros países: los mexicanos somos majaderos, ordinarios, soeces, folclóricos, comodinos, acomodaticios y convenientes. Si jodemos, tenemos licencia; si nos joden, apelamos a la dignidad. Y siempre, a partir de ahora, del minuto 88).

En el minuto 87 del juego en el que Miguel Herrera y sus chicos vencieron al Cruz Azul, Diego Olvera, mi amigo, un chico de 17 años, me envió un tweet en el que decía: “Ganaron bien, se lo merecen. Felicidades”. Diego es hincha del América; yo, del Cruz Azul. Le respondí de inmediato: “No hemos ganado nada todavía, enano”. No bien pulsé el botón de envío cuando Mosquera anotó.

Mi falta de fe no provocó la derrota del Cruz Azul. El exceso de fe de Miguel Herrera y sus millones de acólitos, tampoco impidió que el pirata Robben y sus corsarios Oranje expulsaran a México del Olimpo.

Una escena improbable de la película Nixon, del cineasta norteamericano Oliver Stone, contempla al ex presidente norteamericano, en un salón de la Casa Blanca, frente a un retrato de John F. Kennedy. Anthony Hopkins, el actor que personifica a Richard Nixon, pronuncia: “Cuando te ven a ti, ven lo que quieren ser. Cuando me ven a mí, ven lo que son”.

Si la suerte me bendice, soy un héroe. Si la suerte me maldice, la culpa la tiene el árbitro.

A Miguel Herrera hay que exculparlo. A los mexicanos que lo siguen, que le lloran, que festejan e insultan cuando las cosas van mal, que se conforman con ser buenos perdedores (pero perdedores al fin), a esos hay que condenarlos al olvido.

Aunque ni él, ni nosotros, ni Dios, ni nadie, olvide que todo esto ocurrió en el minuto 88.

El mismo en el que Miguel Herrera ingresó y fue expulsado del Olimpo.