Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: PRESIDENCIA DE MÉXICO
Hace unos días el canciller de México, José Antonio Meade, descalificó a Juan Méndez, Relator Especial contra la tortura por la Organización de las Naciones Unidas, al suscribir las palabras del subsecretario de la cancillería, Juan Manuel Gómez-Robledo, quien afirmó que Mendez no fue “profesional ni ético” al esgrimir en su informe anual de actividades (2014) que la tortura en México es generalizada.
Meade, un economista de la Universidad de Yale metido a internacionalista –quién sabe si por su amistad con Luis Videgaray, Secretario de Hacienda de México y autor intelectual de una reforma fiscal fallida, de promesas tales como que la economía nacional crecería en promedio 5% durante su virreinato, y de imprecaciones que sugieren que las fallas del “Mexican Moment” no se deben a los creadores de las políticas fiscales y financieras de México, sino a la incapacidad de la sociedad mexicana para incrementar la producción de bienes y servicios– no compite en currículum con Juan Méndez.
Juan Méndez, de acuerdo a la biografìa que obra en el sitio de Internet de las Naciones Unidas (http://www.un.org/es/preventgenocide/adviser/juanmendes.shtml), ha sido Asesor Jurídico General de Human Rights Watch; Director Ejecutivo del Instituto Interamericano de Derechos Humanos en Costa Rica; Catedrático de Derecho y Director del Centro de Derechos Civiles y Humanos de la Universidad de Notre Dame, en Indiana; miembro y presidente de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de Estados Americanos; y Asesor Especial para la Prevención del Genocidio, a tiempo parcial y con categoría de Subsecretario General.
Asimismo, fungió como profesor de Derecho Internacional de Derechos Humanos en la Facultad de Derecho de Georgetown, así como en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad John Hopkins, amén de impartir periódicamente clases en el programa de maestría de Derecho Internacional de Derechos Humanos de la Universidad de Oxford, en el Reino Unido.
Méndez, quien durante la dictadura militar argentina fue detenido y sometido a tortura durante un año y medio, goza de los siguientes reconocimientos: Premio Monseñor Oscar A. Romero al Liderazgo al Servicio de los Derechos Humanos concedido por la Universidad de Dayton, y el Premio Jeanne y Joseph Sullivan de la Heartland Alliance.
Por si no bastara, el Relator Especial contra la tortura de la ONU es miembro de los colegios de abogados de Mar del Plata y Buenos Aires (Argentina) y del Distrito de Columbia (Estados Unidos). Finalmente, tiene el grado de doctor en derecho por la Universidad Stella Maris de Argentina y un título por el Washington College of Law de la American University.
José Antonio Meade, en cambio, tiene dos licenciaturas: Economía, por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), lugar donde conoció a Luis Videgaray; y Derecho, por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Su historia académica concluye con un Doctorado en Economía en la citada Universidad de Yale.
La experiencia profesional de José Antonio Meade, casi una docena de cargos superiores relacionados mayormente con actividades fiscales, financieras y bancarias (http://www.presidencia.gob.mx/gabinete/jose-antonio-meade-kuribrena/) no lo facultan como un diplomático de cepa, sino apenas lo ponen a competir en experiencia con Claire Underwood.
Quizá por ello, la voz que originalmente descalificó al relator Juan Méndez pertenece a Juan Manuel Gómez-Robledo, vicecanciller de México, en cuyo currículum puede leerse: licenciatura en Derecho por la Universidad de París I; maestría en Derecho Internacional por la Universidad de París X; maestría en Relaciones Internacionales por el Instituto de Estudios Políticos de París.
A su preparación académica hay que sumar que Gómez-Robledo ha ocupado los cargos de Subsecretario para Asuntos Multilaterales y Derechos Humanos en la Secretaría de Relaciones Exteriores; Representante Alterno de México ante la ONU; Representante Permanente Alterno de México ante la Organización de los Estados Americanos en Washington, D.C.; Consejero en la Misión Permanente de México ante los Organismos Internacionales con sede en Ginebra; Secretario Particular del Secretario de Relaciones Exteriores; Coordinador de Asesores del Subsecretario para América del Norte, y Asesor del Secretario de Relaciones Exteriores.
En tanto el vicencanciller también fue miembro de las delegaciones de México en la Asamblea General de las Naciones Unidas y la Asamblea General de la OEA, así como Oficial Jurídico Adjunto en la Oficina del Consultor Jurídico de las Naciones Unidas, resultaba por demás obvio que el tête à tête con Juán Méndez lo tenía que protagonizar él y no su jefe. Y así fue.
Pero incluso enviando a su mejor gladiador, José Antonio Meade tuvo que desenvainar la espada y salir a defenderlo.
A la pregunta: “¿Se sostiene la versión que el subsecretario Gómez expresó en el Senado de que el relator de Tortura actuó de manera poco profesional y que no trabajarán con él por algún tiempo?”, Meade respondió: “De lo que trascendió de los comentarios de Gómez-Robledo que se hicieran en el Senado, suscribo en todos y cada uno de sus términos lo dicho por el subsecretario”.
Bastaba con un simple y llano “sí”, pero haciendo honor a los afanes de la anti-retórica que desde siempre han permeado los afanes de los políticos mexicanos, Meade empleó treinta palabras. ¡Treinta!
Ahora bien, ha llegado el momento de decir dos cosas. En otro tiempo, en el tiempo de Marshall McLuhan, el medio solía ser el mensaje. En este tiempo, nuestro tiempo, el mensajero se ha convertido en el mensaje.
El 15 de julio de 2013, la Marina de México capturó a Miguel Ángel Treviño Morales, líder del Cártel de los Zetas, y uno de los individuos más sanguinarios, grotescos y aberrantes que México y el mundo hayan conocido jamás. Para enviar un mensaje que lo disociara de la política de guerra al narcotráfico de Felipe Calderón, el gobierno de Enrique Peña Nieto decidió filmar un video en el que al también llamado Z-40 se le ve caminando, sin esposas ni atadura alguna, flanqueado apenas por algunos militares.
“No necesitamos de cadenas ni de humillaciones para someter incluso a los más perversos criminales. Tan sólo los sometemos y ellos se someten”, pareció ser entre líneas la misiva del gobierno de México, mientras centenas de muertos –culpables o inocentes– se revolvían en sus tumbas ante el fláccido y “diplomático” mensaje.
Ignoro si como aseguró el Relator Especial de la ONU, Juan Méndez, la tortura en México es generalizada. Pero mucho me temo que sí. Y lo temo, y casi lo aseguro, porque el gobierno de Enrique Peña Nieto, en los últimos días, ya no está enviando a sus “mejores hombres” para capear el temporal, sino a los jefes de los mismos.
El político gris que es José Antonio Meade, concede que existe tortura en México y que se trabaja para erradicarla, pero no acepta que sea generalizada sino apenas un accidente.
Juan Manuel Gómez-Robledo, con todo y su brillante hoja de vida, es apenas el muñeco de un ventrílocuo que dice las cosas idiotas que alguien más le ordena.
Luis Videgaray, quien no reconoce su fracaso como autor de una reforma fiscal fallida y atroz que solicita, requiere y cobra más impuestos, pero que llegado el momento recorta el gasto público y regaña al pueblo de México (y vaya que es muy fácil regañarlo), hoy asegura que los errores son nuestros, no suyos.
¿Y el presidente de México? Bueno, él todavía sigue enviando a sus mejores hombres al campo de batalla. Pero, por lo que se ve, ya no le quedan muchos más antes de entrar en combate.
Y, cuando lo haga, tengo la sospecha de que no le irá muy bien.