La primavera y los expoliadores de Game of Thrones

Por ANDRÉS TAPIA

A Lilia Carolina, ella sabe por qué

“¿Qué une a la gente? ¿El oro? ¿Los ejércitos? ¿Las banderas? Las historias. No hay nada más poderoso en el mundo que una historia extraordinaria. Nada puede detenerla y ningún enemigo derrotarla. ¿Y quién tiene una mejor historia que Bran el Roto? El chico que cayó de una torre muy alta y sobrevivió”.

Las palabras las pronuncia un enano con linaje que en algún momento fue degradado a bufón: Tyrion Lannister, acaso el más sensato de los personajes de Game of Thrones, si tal cosa es posible. Y al fin y al cabo lo es. Ese medio-hombre que ha conocido el desprecio y la burla de su propia familia, y que se refugia en el vino y la ironía para hacer su vida soportable, es quien, a pesar de todo y precisamente por ello, es capaz de la poesía. Se le escucha decirlas en el último capítulo de la serie de televisión que fue adaptada de la saga literaria A Song of Ice and Fire, obra del escritor estadounidense George R. R. Martin.

Conozco la mitad de la historia, y el final, pero éste no lo presencié: fue a través de los relatos de otros que supe que la princesa Daenerys murió apuñalada a manos de Jon Snow, no mucho después de haber ordenado a Drogon, el último de sus tres dragones, que destruyera con su aliento de fuego a todo y a todos en King’s Landing, la capital de Westeros y los Siete Reinos.

Dejé de mirar Game of Thrones hace tres años, y si pudiera explicarlo diría que fue a partir de los nuevos hábitos que en un principio como bendiciones, y un poco más tarde como maldiciones, se han aposentado en el Mundo. Pero en el fondo eso sería una mentira. La realidad es que dejé de mirarla porque estaba aparejada a una historia compartida que, cada año, tenía lugar apenas comenzar la primavera. Una historia feliz que abrupta, insolente, absurdamente interrumpí.

En plenitud de la Era de Internet, el discurso de Tyrion Lannister no es demagogia, sino una verdad incontrovertible que se halla vigente desde que los primeros hombres y mujeres que habitaron la Tierra se sentaron una noche alrededor de una fogata para escuchar, de la voz de uno de ellos, el relato de la caza de un mamut y acaso los detalles de la muerte de uno o varios cazadores.

El fenómeno sociocultural provocado por Game of Thrones a nivel mundial, es la última evidencia a colocar sobre la mesa. Especialmente durante las seis semanas de su última temporada, sin dejar de lado ni obviar los ocho años que transcurrieron desde que se transmitió el primer capítulo, la fascinación por la historia devino en histeria colectiva. Neófitos, adoctrinados, paganos, eruditos, imberbes, seniles, literatos y analfabetos, hicieron a un lado sus diferencias para someterse al yugo de un relato novel cuya trama, sin embargo, tiene sus cimientos en la Iliada y la Odisea de Homero, así como en muchas de las obras de William Shakespeare.

Que sea así, porque es así, no demerita en modo alguno la obra de George R. R. Martin y mucho menos la adaptación televisiva que se hizo de la misma (“A rose by other name…”), pero sí nos hace preguntarnos si los adoradores de Game of Thrones alguna vez escucharon del rapto de Helena de Troya, de una hechicera llamada Circe que transformaba a sus enemigos en animales (y que tanto se parece a Melisandre), de las ambiciones que habitaban y unían a Macbeth y a Lady Macbeth, o del amor prohibido entre un hombre y una mujer llamados Romeo y Julieta.

El portal de noticias satíricas The Onion, publicó hace unos días que D. B. Weiss y David Benioff, realizadores de la serie de televisión, unas horas antes de que se emitiese el último capítulo, habrían dicho en una conferencia de prensa sentirse frustrados por la manera en que los espectadores de la serie fueron perdiendo el brillo que alguna vez los caracterizó.

“(…) se convirtieron en un cliché cansino (…). Nada de lo que hacen tiene ya sentido y pareciera que sólo quieren que la serie termine lo más rápidamente posible”, habrían sido las palabras de Benioff en lo que pareció un acto de soberbia e insensibilidad absoluta. Es inobjetable que en los tiempos que corren la ingratitud se ha convertido en moneda corriente, pero, ¿quién sería capaz de cometer la osadía de morder la mano que le da de comer?

Cualquiera diría que por su arrebato, Weiss y Benioff merecerían la recreación de la más horrenda de las muertes que se perpetraron en las ocho temporadas de Game of Thrones… de haber sido cierto. La sátira de The Onion, sin embargo, una noticia falsa en rigor, a contracorriente de su naturaleza da en el blanco y revela no una post-verdad, sino una pre-verdad.

Traducida al español, la palabra inglesa spoiler tiene varias acepciones, desde destripeinformación anticipatoria y aguafiestas, hasta la que, desde una perspectiva metafórica, me parece la más acertada cuando se aplica a quien revela la trama de una historia: expoliador, es decir, aquel que despoja algo o a alguien con violencia o con iniquidad.

Una horda –o varias, es difícil decirlo– de fanáticos de Game of Thrones cedieron a los impulsos incontrolables que gobiernan hoy en día las redes sociales y, anticipándose a la trama, se empeñaron en profetizar, desvariar, adivinar e inventar en sus mentes –en sus obtusas y muy excitables mentes– el final de la historia.

Cierto es que no lo consiguieron, pero el ruido de fondo que provocaron los convirtió en expoliadores: sí, esos seres abominables que con los modos de los White Walkers despojan algo o a alguien con violencia o iniquidad. Y, en muchos casos, los despojados fueron ellos mismos.

Ajeno, ciego e indiferente a la trama de las últimas cuatro temporadas de Game of Thrones, escucho y leo en los diarios y en las redes sociales los relatos de los entusiastas que por fin han encontrado una historia digna a la cual asir la mediocridad que los gobierna y que hasta ahora tan sólo les ha permitido escribir y leer 280 caracteres.

La palabra decepcionante, con los modos mínimos de un hashtag –ese mantra postmoderno que dice tanto y al final no dice nada–, es el epílogo de una historia extraordinaria que como nunca en mucho tiempo hizo converger los afanes y las obsesiones de millones de personas que pese a estar delante de un milagro son incapaces de reconocerlo.

¿Qué une a la gente? ¿Twitter? ¿Facebook? ¿YouTube? ¿O son las historias que tienen lugar en cada una? No, esas no son historias, son escenificaciones, recreaciones, mentiras edulcoradas por la ansiedad de la inmediatez y la validación de una autoestima insufrible que requiere de la publicación de un tweet cada dos horas, cuando menos.

¿Alguien tiene una mejor historia que la de Bran el Roto, el chico que cayó de una torre muy alta y sobrevivió?

¿Nadie?

Yo sí.

Es una historia de la cual sólo conozco la mitad y el final. Una historia de cuatro temporadas que iniciaba en la primavera y concluía en la primavera. Una historia cuyo final no contemplé sino que aprendí a través de los relatos de otros.

Una historia extraordinaria que, si me lo permiten, contaré otro día.