Por ANDRÉS TAPIA // Fotograma: TAMARA SAYAR
En la película The Shawshank Redemption (Frank Darabont, 1994), protagonizada por Tim Robbins y Morgan Freeman, hay una escena en la que Andy Dufresne (Robbins) se incorpora a una mesa para desayunar con el grupo de presidiarios al que frecuenta, luego de haber permanecido dos semanas en confinamiento solitario por haber hecho sonar en los altavoces de la prisión un fragmento de Las Bodas de Fígaro.
Entre bromas, sus compañeros le preguntan si el aislamiento fue difícil de llevar. Dufresne responde que no. “Tenía al señor Mozart aquí y aquí”, responde, llevándose la mano al corazón y a la cabeza, ademán que desconcierta a los hombres que lo rodean. Enfrentado a su incomprensión, Dufresne sostiene un diálogo con Ellis Boyd Redding, “Red”, personaje que es caracterizado por Freeman.
–Esa es la belleza de la música, nadie te puede quitar eso. ¿Nunca han sentido la música así?
–Tocaba la armónica cuando era joven. Pero perdí el interés, aquí no tiene sentido.
–Aquí es donde más tiene sentido: la necesitas para no olvidar.
–¿Olvidar?
–Olvidar que hay lugares en el mundo que no están hechos de piedra, que hay algo dentro que no pueden alcanzar, que no pueden tocar, algo que es tuyo.
–¿De qué estás hablando?
–De esperanza.
–¿Esperanza? Déjame decirte algo, amigo. La esperanza es peligrosa, puede hacer que un hombre enloquezca, de nada sirve aquí dentro. Es mejor que te hagas a la idea.
Hermann Schreiber, un ciudadano alemán, contrajo matrimonio hace décadas con Teresa Domínguez, una mujer española. Se conocieron en una fábrica en Alemania en la que coincidieron cuando ella emigró a ese país en busca de trabajo. El mundo era un sitio pequeño cuando se enamoraron, de modo que, tiempo después, decidieron residir en la ciudad de Vigo.
Teresa tuvo que aprender alemán para poder trabajar y relacionarse con el hombre que habría de convertirse en su segundo marido. Años después, Hermann hizo lo propio con el castellano.
Tanto Hermann como Teresa han dejado atrás la frontera de los 80 años. Y hace tiempo empezaron a olvidar las cosas más simples. En un principio los recuerdos de hechos acontecidos en pasados tan cercanos como ayer, la semana pasada o el año anterior: qué comieron, a qué lugar viajaron con sus hijos en febrero, quién es el presidente de España y desde cuándo ocupa ese cargo. Luego las cosas se complicaron.
Al igual que en una explosión atómica, la Enfermedad de Alzheimer comienza barriendo los recuerdos del pasado inmediato que se hallan almacenados en el hipocampo, y desde ahí acomete contra la parte frontal del cerebro, que es el sitio donde reside el pensamiento lógico, ocasionando daños que implican que una persona sea incapaz de sumar 5 + 5 sin experimentar una dificultad absurda y extrema. Eventual y tristemente, los recuerdos más antiguos y más alejados del epicentro de la explosión, también serán susceptibles de desaparecer.
Teresa fue la primera en perder el nombre de las cosas y las personas. Cinco años más tarde Hermann siguió sus pasos. Pasó el tiempo y ella olvidó el alemán con el que aprendió a decirle a su marido: “Ich liebe dich”. Lo mismo ocurriría con él, que una mañana de hace no mucho extravió en los recovecos de su mente dos palabras y no pudo decirle a su mujer “te amo”.
Una intervención familiar trajo a la vida de Teresa y Hermann la figura de Tamara Sayar, una mujer que se haría cargo de apuntalar, en la medida en que fuese posible, los andamios de la memoria de ambos. Y también de alimentarlos, vestirlos y cuidarlos.
Habitantes del olvido en tiempos que merecerían ser olvidados, Hermann y Teresa se convirtieron de súbito en una historia fascinante en medio de la más grave crisis que ha enfrentado la Tierra desde la Segunda Guerra Mundial.
El algún momento de su vida Hermann Schreiber aprendió a tocar la armónica, un instrumento musical mínimo que requiere del concurso del aire expulsado por los pulmones de una persona para poder reproducir, en principio, un sonido, y quizá más tarde música.
El evento que hizo evidentes a Teresa y Hermann a los ojos del mundo, fue un video filmado por Tamara Sayar en el que Schreiber toca la armónica en la ventana de su piso en Vigo, mientras los habitantes de la ciudad aplauden en punto de las 20:00 horas para agradecer las labores de los servicios sanitarios españoles, que llevan semanas derramando sangre, sudor y lágrimas para tratar de contener la propagación de la pandemia del virus Covid-19.
En una nota publicada en el periódico El País, se cuenta que a Hermann le gustaba tocar la armónica para agradar a Teresa. No hay detalles de cuándo, cómo o porqué comenzó a hacerlo, pero no es difícil imaginar a un hombre que ha olvidado incluso su nombre, tratando de proteger los recuerdos que aún le quedan. De acuerdo al testimonio que Sayar ofreció al diario, antes de que se declarase la emergencia sanitaria Schreiber solía llevar la armónica a todos lados.
La tarde-noche que los habitantes de la ciudad de Vigo abrieron sus ventanas y salieron a sus balcones para aplaudir a los miles de españoles y españolas que en su país están conteniendo con las uñas de los dedos el avance de un virus que ha hecho temer al mundo como nunca antes, coincidentemente Hermann Schreiber tocaba la armónica y Tamara Sayar lo convenció de que esa ovación multitudinaria le pertenecía. “Te pusiste nervioso, mucho público, ¡bien! ¡Cuántos aplausos, Hermann!”, se escucha decir a Sayar en el video que filmó.
En virtud a su edad, Teresa y Hermann forman parte del grupo de riesgo que es susceptible a una mortandad mayor por causa del virus Covid-19. En tales circunstancias, de las que, si se piensa, no existen registros exactos en los libros de historia, los seres humanos hemos tenido que recluirnos en nuestros hogares para evitar la propagación de una enfermedad que, en el mejor de los escenarios, podría diezmar a la población mundial.
Mi madre, tu madre, los padres de todos y los abuelos, están condenados a pasar semanas, quizá meses, recluidos entre cuatro paredes. Y si el bicho de mierda se llega a colar por debajo de la puerta o por la rendija de una ventana, a mi vieja, a tus viejos, a aquellos seres que empiezan a olvidarlo todo, no podremos siquiera besarlos y tendremos que contentarnos con recibir sus cenizas en una urna.
Incapaz de recordar su nombre, o el de su mujer, cada tarde-noche, en Vigo, Hermann Schreiber toca su armónica y ejecuta algo parecido a la música. Lo hace porque de forma inconsciente recuerda que eso solía agradar a Teresa. Pero también, y acaso ignorándolo y sin proponérselo, es capaz de expresar lo mismo que Andy Dufresne, encarcelado de manera injusta, dijo acerca de la música y el confinamiento:
–Aquí es donde más tiene sentido: la necesitas para no olvidar.