La balada de Walter White (o el porcentaje químico del alma)

Por ANDRÉS TAPIA

Walter White era un talentoso profesor de Química en una escuela secundaria de Albuquerque, Nuevo México. Un hombre que si bien no disfrutaba del todo su trabajo, amaba enseñar la ciencia encargada de estudiar la materia y sus transformaciones, así como su estrecha relación con la energía.

Su pasión por la Química procedía de sus días en la universidad, de la que se graduó con honores. Pero en la vida no existe una ley impertérrita que asegure que el más aventajado de la clase será quien más provecho habrá de sacarle a la misma.

En la universidad White tuvo un gran amigo, Elliot Schwartz, y una novia a la que nunca olvidaría: Gretchen. Con los dos habría de fundar, años más tarde, Gray Matter, una compañía farmaceútica. Es sólo que la tensión derivada de un triángulo amoroso en el que el ganador fue Elliot, provocó que White, envalentonado por su inteligencia y orgullo, dimitiese no sólo del amor que sentía por Gretchen, sino también de la compañía misma.

White se casaría más tarde con Skyler Lambert y tendría con ella un hijo, Walter Jr, quién habría de nacer con una leve parálisis cerebral. Enfrentado a ello, y a las no muy excitantes cotidianidad y rutina familiar de Albuquerque, la vida se le fue a Walter White pensando en que “mañana” su talento le conseguiría una revancha.

Poco después de cumplir 50 años, en el año 2008, Walter White fue diagnosticado con cáncer de pulmón. Su médico no le dio más de seis meses de vida.

Con un salario anual de 43,200 dólares (unos 610,000 pesos antes del reciente desliz del peso frente al dólar), una hipoteca a la que en esa época le faltaban 15 años para concluir y tan sólo unos 7,000 dólares en ahorros, White cae en la cuenta que excepto deudas y un futuro incierto, no habrá de dejarle nada más a Skyler, Walter Jr y a Holly: una hija no planeada y accidental de la cual su esposa estaba embarazada en ese momento.

Humillado por la vida, por sus alumnos, por su cuñado (un agente de la DEA que solía decirle que su vida era predecible, aburrida y segura), White se reencuentra accidentalmente con Jesse Pinkman, un ex alumno suyo que fabrica metanfetaminas.

Una noche lo busca, lo encara, lo encuentra. Y le escupe en la cara: “Yo sé de química, tú conoces el negocio: seamos socios”.

Esa noche, en el garage de una casa ubicada en las polvorientas calles de Albuquerque, Nuevo México, nació una sociedad minimalista de dos fabricantes y traficantes de metanfetamina que, con el paso del tiempo, habrían de desafiar al cartel mexicano de Los Zetas, de arrebatarles la plaza y de conseguir, mediante una serie de golpes de suerte y coincidencias, que varios de sus miembros fuesen asesinados, incluido uno de los grandes líderes de México. Y no solo eso: Walter White y Jesse Pinkman, maestro y alumno, asesinaron y destruyeron a y el negocio de Gustavo Fring, un respetable hombre de negocios (en apariencia), quien en un principio los reclutó para ser el enlace en Estados Unidos del Cartel de Los Zetas, y a la postre posibilitó el encumbramiento del Cartel de Heisenberg: nombre que eligió White para ser conocido en el mundo criminal.

Para conseguir eso se necesitaban muchas agallas, pero ni White y Pinkman las tenían: ambos eran brillantes, ciertamente, nobles –qué duda cabe–, perdedores adorables y quizá un poco cínicos, pero nada más allá de eso.

Es sólo que los pisaron, una y otra vez, se pisaron entre ellos, mil veces, los insultaron y se insultaron mutuamente. Se dijeron el uno al otro cosas que merecían la muerte, pero paradójicamente nunca se mataron el uno al otro. En cambio, sí, por obra y omisión –más omisión que obra, lo cual al final no los exculpa– provocaron la muerte de muchos inocentes (dos niños y dos mujeres jóvenes fueron asesinados o murieron por culpa suya), amén de estar indirectamente involucrados en un accidente aéreo que causó la muerte de 167 personas.

A consecuencia de ello, White y Pinkman se volvieron tan peligrosos como los disparos que podría ejecutar un ciego que se sabe en peligro en una plaza pública. Por ello fue que los buscaron otros cárteles, otras organizaciones, que buscaban tenerlos de su lado, haya sido para beneficiarse de sus talentos o para no tener que enfrentarlos alguna vez.

Pero un día se les acabó la suerte.

Separados por la persecución que desató la DEA contra ellos –paradójicamente encabezada por el cuñado de White–, Pinkman acabó delatando a White, quien no vaciló en seguir matando con tal de escapar. Huyó entonces a New Hampshire, mientras que Pinkman fue secuestrado, esclavizado y obligado por la última banda con la que se asociaron, a fabricar la metanfetamina que los convirtió en leyendas.

Todo acabó una noche en un rancho ubicado a las afueras de Albuquerque. No hay testimonios fechacientes, dignos ni verídicos, pero se sabe que Walter White volvió de su autoexilio, asesinó a sus ex socios y permitió que Jesse Pinkman escapase con vida. De éste no se ha vuelto a saber nada más. El cadáver de White, en cambio, se halló al lado de un contenedor de químicos con tan sólo una herida de bala.

De lo que sigue tampoco hay testimonios fechacientes, dignos ni verídicos, pero se dice que, cuando era joven, en la universidad, en un salón de clases vacío, Walter White propuso una tarde a su novia de entonces, Gretchen, calcular la composición química de los seres humanos.

Tras asignar de manera científica –aunque también arbitraria, empírica y poética– un porcentaje a los elementos de los que se compone el cuerpo de una persona (oxígeno, hidrógeno, carbono, nitrógeno, calcio, hierro, cloro, sulfuro, fósforo, etc.), ambos descubrieron que había un faltante de 0.111958 para alcanzar el 100 por ciento.

Gretchen preguntó a White si el porcentaje restante podría corresponder al alma. Él la evadió asegurando que, excepto Química, no había nada más en dicha ecuación.

La historia de Walter White no es una historia verídica, sino de ficción, que fue expuesta en la serie Breaking Bad, la cual fue transmitida originalmente por el canal AMC a partir del 20 de enero de 2008, y hasta el 29 de septiembre de 2013.

En esa ficción, cuyos paralelismos con la realidad son cuando menos sorprendentes, se narran y describen los defectos del alma humana, o cuando menos el alma de los estadounidenses y los mexicanos, quienes enfrentados a situaciones de límite (muerte, mediocridad, poder, vulgaridad…) son capaces de sublimarse a sí mismos con tal de trascender.

Y en ese afán de sublimación –sin racismos, nacionalismos ni fanatismos– una ecuación casi de ficción, es decir, científica, arbitraria, empírica y poética, sugiere que el alma humana, a pesar de ser tan nimia, mínima y fútil, es suficiente para determinar el estado de la materia y el universo… Y, también, por supuesto, del Mundo.