Errores e infamias

Por ANDRÉS TAPIA / Fotografía: MUFID MAJNUN / Unsplash

Un error es un tiro penal fallado en el momento más crítico un partido de fútbol. Lo fue el que pateó el delantero italiano Roberto Baggio en el Mundial de Estados Unidos 1994 en el estadio Rose Bowl de PasadenaCalifornia. Baggio, cuya carrera se vino abajo luego de ese yerro, tomó demasiado impulso para golpear el balón, al punto que abandonó el área grande y partió de la mitad del semicírculo que corona la misma. El resultado fue una pelota que acabó en las gradas y la derrota de Italia frente a Brasil que de ese modo trágico consiguió su cuarta Copa del Mundo.

Un error, también, fue el que cometió un tal George Bell, un ejecutivo estadounidense que por alguna razón decidió no suicidarse luego de que, en 1999, mientras ocupaba el puesto de CEO en el portal de Internet Excite, recibió a dos estudiantes de la Universidad de Stanford que le ofrecieron el motor de búsqueda que habían desarrollado pues les estaba quitando mucho tiempo de estudio. Querían un millón de dólares por él, pero Bell se negó. Los universitarios redujeron sus ambiciones y pusieron sobre la mesa la cifra de 750,000 dólares; Bell se rehusó nuevamente. Los nombres de aquellos jóvenes eran Larry Page y Sergey Brin, el motor de búsqueda se llamaba Google y en 2019 su empresa estaba valuada en 900,000 millones de dólares. 

Asimismo, error fue el que cometió la Armada Imperial Japonesa el 7 de diciembre de 1941 cuando decidió que ese día atacaría la base naval estadounidense de Pearl HarborHawái, pese a que había recibido informes de inteligencia que indicaban que los tres portaviones que estaban asignados a esa isla del Océano Pacífico habían sido enviados a una misión y en consecuencia no se encontraban presentes en el momento del ataque. Lo anterior, aunado a que no se envió una tercera oleada de bombarderos que habría destruido los depósitos de combustible y los torpedos de la base naval, selló el destino de Japón en la Segunda Guerra Mundial.

Lo que puede ser muchas cosas –entre las que no están falta de cálculo, descuido, negligencia, carencia de aplicación, desacierto– es introducir una jeringa en el brazo de un hombre con el propósito de vacunarlo y no oprimir el émbolo que habrá de impulsar el líquido que inoculará a esa persona en uno de los momentos más complejos en la historia de la humanidad. 

Se me ocurren varios conceptos, ideas y adjetivos. Pero la estupidez, la soberbia y lo que puede denominarse como “irreflexividad”, aunque el diccionario no acepte el término, no están entre ellos. Porque hay que ser estúpido, como Roberto Baggio, para fallar un penal de la manera en que él lo hizo. Soberbio, como George Bell, para dejar ir el negocio del siglo. E irreflexivo, como el Imperio de Japón, para no destruir todo el arsenal y los recursos del enemigo que los terminó destruyendo.

Un error, a final de cuentas, es una acción que se ejecuta de manera fallida, o una oportunidad grandiosa que no se toma. Pero no puede ser ambas cosas. Por ello mismo, la enfermera, voluntaria o malnacida que fingió vacunar a un hombre en la Ciudad de México para hacerlo inmune al virus SARS-CoV-2, el causante de la enfermedad Covid-19, debería ser localizada e interrogada para saber si lo que hizo –que no hizo– fue por convicción propia o por consignas de terceros, entre las cuales debería de considerarse a una raza alienígena que desea la extinción de la especie humana, porque no es concebible suponer que detrás de semejante atrocidad se halle el gobierno de un país de la Tierra.

En uno u otro caso no se trata de un error, sino de la más abyecta, grotesca y absoluta de todas las infamias.