Por ANDRÉS TAPIA
¿Qué fue lo qué pensaste ayer? Ah, sí, la historia del arquero que vive en la Luna. Estabas entusiasmado por causa de ese estadounidense llamado Ben Blaque que se presentó hace unos días en Britain’s Got Talent. Fue eso, sí, y tu fascinación enfermiza y desmedida por las armas medievales. En tiempos en que un fusil de asalto AK-47 tiene una cadencia de disparo y mortandad de 600 balas por minuto, disparar 12 flechas en el mismo lapso es un acto paradigmático de romanticismo.
No niego que me gustó tu idea: un arquero, la Luna y una flecha recorriendo 384,400 kilómetros para asestarle un golpe ¿a quién? ¿Donald Trump? (Come on!) ¿Enrique Peña Nieto? (podrías esforzarte un poco más). ¿El Chapo Guzmán? (empiezo a simpatizar contigo) ¿Los vecinos de Río Duero 51 que hace dos semanas te emboscaron para pedirte pasiva-agresivamente que dejases de estacionar tu auto en su edificio? (¡Casi, casi!) Es sólo que, lo pienso dos, tres, cuatro veces… ¿de verdad: un arquero que vive en la Luna? ¡Wow!
Pero no te culpo. La noticia de que un adolescente llamado Marcos Gregorio, un imberbe de 17 años acompañado de otros dos –más imberbes que él– asesinaron a una mujer y a su hija en la Ciudad de México armados de machetes, un hacha y una ballesta con tres flechas, hizo desvariar tu excitada, febril y disparatada mente.
De modo que, si bien a regañadientes, te concedo la idea del arquero que vive en la Luna.
¿Y después qué? ¿Te vas a cebar en la sangre de Maribel Socorro Cruz y Norma Campos para justificar la existencia de tu Robin Hood extraterrestre? No sacudas la cabeza, no de ese modo condescendiente y soberbio, y mucho menos adornes tus pensamientos haciendo sonar en tu cabeza la “Obertura de Wilhelm Tell”.
Te pido contención. Te exijo serenidad. Te demando prudencia.
Repasemos las cosas.
Deja atrás el recuerdo de El Llanero solitario y la cruzada inmortal que protagonizó en tu infancia. El vaquero vestido de azul, embozado el rostro con un antifaz, escudado por un indígena potawatomi es una historia que no le importa a nadie.
Lo que cuenta es la sangre de Maribel y Norma en la cocina de su casa: el lugar de reunión y regocijo de cualquier familia en el Mundo. La estufa, el piso, las paredes… ¡todo está teñido de malva! Una mujer está muerta y una niña agoniza. Marcos Gregorio, el asesino, es un imberbe, un imberbe de mierda que dibujó, escribió y esculpió en papel y plastilina el macabro vodevil de un asesinato y tuvo los arrestos y el cinismo de pedir a la abuela de la niña y suegra de la mujer un cubo de agua para limpiar su crimen.
Y tú, y tú… tú piensas en el arquero que vive en la Luna: en la estructura horizontal y granítica de su brazo izquierdo; en el ángulo de 45 grados que forma la cuerda que parte del vórtice de su nariz; en la tensión de sus dedos índice, medio y anular de la mano derecha. Es sólo que… tu arquero no dispara. Es sólo que Marcos Gregorio ejecuta un crimen indecible y sin razón. Es sólo que sus 17 años le garantizan una condena mínima (cinco años) por el más abominable de los crímenes.
Vamos, ven, caminemos a Starbucks. Pide un caramel machiato con leche light sin lactosa. Necesitas azúcar en tus venas y una sustancia viscosa y dulce para funcionar, para pensar. Una calle, otra calle, una vuelta a la cuadra: te persigues a ti mismo como un perro idiota a su cola.
Joaquín Guzmán Loera, “el Chapo Guzmán”, se atraviesa como una flecha en tus pensamientos. El criminal al que la actriz mexicana Kate del Castillo ve como un Robin Hood porque ignora o hace la vista gorda o finge desconocer que su “caballero”, al retar al Cártel de Juárez para traficar drogas a través de esa ciudad y en dirección a El Paso, provocó la muerte de 320 personas en 2007; 1,623 en 2008; 2,754 en 2009; 3,622 en 2010; 2,086 en 2011 y… para qué seguir contando, se halla en peligro de muerte: sus peores enemigos están recluidos en el Centro Federal de Readaptación Social No. 9 Norte, en Ciudad Juárez, la prisión a la que fue trasladado hace apenas unos días.
Sorbes los residuos de tu caramel machiato y el sonido del líquido agotándose contra los hielos te hace imaginar una balacera en algún sitio de México. O algo así. Un criminal se cuela por quién sabe qué artes de magia al sitio en el que está resguardado Guzmán Loera y le arroja un litro de gasolina a su celda. Detrás de él, llega otro que deja caer un encendedor Zippo flamante y flameante. Joaquín Guzmán Loera, en vísperas de su extradición a los Estados Unidos, muere en la cárcel del sitio que su megalomanía quiso conquistar para saberse el criminal más grande del Mundo.
La DEA se muerde los labios, el FBI se da golpes en la cabeza, Homeland Security despide a 100 empleados y Donald Trump encuentra un nuevo motivo para incitar al odio racial. Barack Obama pierde la cabeza, llama a Enrique Peña Nieto para reclamarle y Enrique Peña Nieto lo confunde con Kanye West.
Mañana es mañana, pero tú sigues pensando en hoy. Y si hoy matan a el Chapo Guzmán, el caballerito de Kate del Castillo, Washington se queda con nada. Y el México impune de siempre, de eternamente, de toda la vida, prevalecerá como dicta la profecía: “En tanto permanezca el Mundo, no acabarán la fama ni la gloria de Tenochtitlan”.
Es medianoche.
Sales a fumar por ahí, a recorrer las calles de tu barrio, a oxigenarte. Romántico empedernido mirarás a la Luna. Y en tu insaciable imaginación creerás ver a un hombre que vive ahí como una escultura.
El hombre de tu estúpida esperanza. El arquero que vive en la Luna.