Por ANDRÉS TAPIA // Fotografía: EUROPEAN SOUTHERN OBSERVATORY
Habituados a mirar las cosas de la Tierra, la mayoría de los seres humanos hemos visto aniquilada nuestra capacidad de asombro y la curiosidad que en tiempos antiguos permitió y posibilitó la navegación, así como el descubrimiento de la esfericidad de la Tierra, su íntima relación con la Luna, y sus movimientos en torno a sí misma y al Sol que, dicho sea de paso, suponen unidades de tiempo.
Basta con un simple vistazo en una noche clara para contemplar la presencia de Venus en el cielo, la más brillante de las estrellas que se observan en el firmamento, si bien por tratarse de un planeta no emite destello alguno: su luz, el reflejo del sol sobre su superficie, es plana y constante. Lo mismo ocurre con Júpiter, el planeta más grande del sistema solar, y en menor medida con Mercurio, Marte y Saturno.
Ausentes de ensoñaciones tan simples en tanto la vida en la Tierra es muy demandante, amén de que desde hace tiempo nuestros smartphones han coaptado nuestra atención con el encanto sólo propio de las celebridades, es poco probable cuando no imposible que cedamos al inocuo espectáculo que supone contemplar las estrellas.
A despecho de la mayoría de la humanidad, existen unos cuantos locos, seres acaso extraviados, cuyo trabajo consiste en mirar las estrellas y estudiar el Universo.
Un grupo de estas personas –astrónomos, les llaman– anunció el día de ayer el descubrimiento de un sistema solar similar al nuestro, que forma parte de la Vía Láctea, el cual está compuesto de seis planetas confirmados hasta ahora, y del que se presume acaso albergue uno más.
¿Cómo lo hicieron? Primero, mediante el uso del Telescopio Espacial Spitzer de la NASA, un telescopio infrarrojo enfriado criogénicamente que orbita en el espacio desde el año 2003. Segundo, a partir de observar las mínimas fluctuaciones de luz que despide una estrella denominada Trappist-1 cuando los planetas que la orbitan pasan frente ella. En un principio, descubrieron tres astros, pero a un año de ese hallazgo han confirmado la presencia de tres más y sustentan la hipótesis de que existe un séptimo, el cual se hallaría en la órbita más lejana de Trappist-1.
El hallazgo de este sistema planetario podría contravenir a la ciencia y sepultar para siempre la idea de que, excepto en la Tierra, no existe vida inteligente en otro sitio del Universo. Es sólo que, en tanto Trappist-1 se halla situado a una distancia de 40 años-luz de nosotros, es decir, a 3.784292e+14km hablando en kilómetros y simplificando una secuencia de dígitos inmensa, la ciencia y la humanidad aún pueden pertrecharse unas cuantas décadas más detrás de la soberbia y el egoísmo que siempre les ha caracterizado.
Acaso por mi proclividad a las ensoñaciones y las teorías de la conspiración, el descubrimiento de Trappist-1 me sorprende y regocija mucho más profundamente que a cualquier otro mortal, pero mi asombro, esta vez, no se sustenta en los postulados grandilocuentes y risibles de Fox Mulder, sino en la incapacidad del gobierno de México para encontrar a un fugitivo.
El 12 de octubre de 2016, Javier Duarte de Ochoa, en ese momento gobernador del estado mexicano de Veracruz, renunció a su cargo y desapareció como si se hubiese teletransportado a otro planeta. La mañana de ese día, sin embargo, concedió una entrevista a un rockstar de la televisión, un periodista a modo que de acuerdo al rumbo del viento puede ser lo mismo crítico que zalamero, y negó todos los cargos no oficiales que en ese momento se le imputaban vía vox populi. Luego, ya se ha dicho, renunció y desapareció.
El de Javier Duarte, dado los actos grotescos que perpetró durante su gobierno, ha sido el caso más visible de corrupción en el gobierno de México durante los últimos tiempos. Pero no es el único. Los también ex gobernadores César Duarte, Roberto Borge, Rodrigo Medina y Tomás Yarrington (otrora dirigentes de los estados de Chihuahua, Quintana Roo, Nuevo León y Tamaulipas, respectivamente) también han sido acusados de corrupción y también, salvo alguno de ellos, han desaparecido no sólo de México, sino también de la faz de la Tierra.
¿Cómo? Es un misterio. Sobre Yarrington y Duarte de Ochoa orbitan incluso órdenes de detención por parte de la Interpol, pero, por lo que puede verse, es muy posible que hayan abandonado el planeta hace tiempo.
Ciñámonos, empero, a Javier Duarte de Ochoa, el hombre que, al igual que Richard Nixon, abandonó su cargo en un helicóptero, pero que, a diferencia de aquel, no volvió a ser visto.
La lógica diría que Duarte de Ochoa no pudo haber ido muy lejos. Ciertos rumores y notas periodísticas lo ubican en algún sitio de la frontera sur de México, acaso en algún país de Centroamérica, donde podría haberse ocultado gracias a la ilimitada cantidad de efectivo de la que dispone, así como al uso de documentos falsos (pasaportes).
Es sólo que cuesta trabajo, y supone un ejercicio mayúsculo de la imaginación, concebir a Javier Duarte de Ochoa y a su esposa Karime Macías huyendo de la policía –que de ser cierta la narrativa gubernamental tiene intervenidos todos los números telefónicos y correos electrónicos de familiares, amigos y conocidos que pudieran ayudarles–, cada uno con una backpack a la espalda, y cada uno con dos enormes maletas Louis Vuitton que contienen una cantidad enorme de dólares.
¿Se hospedan en el Hilton Princess de San Pedro Sula? ¿En el Sheraton San José de Costa Rica? ¿O en la finca de algún político en algún sitio de Panamá? A poco más de cuatro meses de su desaparición, Duarte de Ochoa y su mujer han demostrado ser tanto o más elusivos que Pablo Escobar Gaviria cuando el Bloque de búsqueda, los Pepes y la DEA trataban de detener al narcotraficante.
¿O acaso están recluidos en una choza, en un pequeño pueblo, en un sitio diametralmente opuesto a las fincas y ranchos que adquirieron durante su gobierno? Incluso así cuesta trabajo imaginarlos durmiendo en hamacas, siendo víctimas de los mosquitos y del calor infernal del sur de México y Centroamérica, alimentándose de la gastronomía local o, en su defecto, de noodles adquiridos en una tienda de conveniencia.
¿Cuánto dinero cabe en cuatro maletas? ¿Cuánto dinero debe entregarse para sobornar y contener la tentación de quien pudiese traicionarlos a cambio de obtener la recompensa de 15 millones de pesos que ofrece el gobierno de México por información que conduzca a su captura?
No, nada suena lógico. Excepto que Javier Duarte de Ochoa disponga del anillo que convirtió a Sméagol en Gollum y le permita la invisibilidad. Excepto que Karime Macías no sea una Muggle cualquiera, como imaginamos, sino una hechicera poderosa como Hermione Granger. Excepto que dispongan de un salvoconducto otorgado por alguien muy poderoso que los quiere demasiado, o por alguien que teme revelen un secreto que le incrimina y le vincula con ellos.
A 40 años-luz de distancia –una cifra en kilómetros que hace colapsar la memoria de una calculadora y provoca que el resultado se reduzca a una ecuación algebraica– un grupo de astrónomos descubrió un sistema solar similar al que alberga la Tierra, en el que es posible que existan las condiciones para albergar vida.
En México, el gobierno de Enrique Peña Nieto, sus funcionarios y policías, dan palos de ciego tratando de hallar a un hombre que, o bien está muerto, o bien no quieren encontrar.
Harían bien en mirar a las estrellas. En paráfrasis de la canción de Bob Dylan: quizá en ellas está la respuesta.