Vivir, gobernar, patear un balón, diseñar un vestido, cuidar un planeta, acaso se hayan convertido en oficios en los tiempos más recientes de la historia de la humanidad. Pero, en modo alguno, son y serán jamás un arte. Aunque siempre, siempre, requerirán a un artista
Por ANDRÉS TAPIA / Fotografía: NOAA on UNSPLASH
Hace alrededor de 20 años, cuando los caprichos, las infamias y la mezquindad de las grandes corporaciones que pagan alquiler en Wall Street echaron a Yves Saint-Laurent del mundo de la moda, el diseñador francés dijo lo siguiente: “Este oficio no es un arte, pero requiere a un artista”.
Del mismo modo, por razones distintas aunque similares, Lionel Andrés Messi Cuccittini fue separado del FC Barcelona tras haber permanecido 20 años en dicha institución. La existencia de un tope salarial en la Liga Española, más la ambición de crear una nueva liga de fútbol en Europa que trascienda a la UEFA Champions League, adelantaron el final de algo que en mucho se parecía a esas historias de amor que protagonizaron Abelardo y Eloísa, Romeo y Julieta, Rick e Ilsa.
Claro, casi lo olvido: ninguna de esas historias terminó bien.
El Mundo no anda bien hace algún tiempo, pero ese tiempo no sólo se circunscribe a los alrededor de 18 meses que la pandemia de la Covid-19 tiene viviendo entre nosotros. En esos 20 años en los que dos oficios que muy lejos están de ser arte han renegado de dos de los más grandes artistas que ha visto jamás la humanidad, señales alarmantes, aunque no visibles para todos los habitantes del planeta en tanto muchos de ellos son ciegos o incapaces de ver más allá de sus narices, han aparecido en el horizonte.
Una de las más inquietantes se refiere al cambio climático: desde el periodo 1850-1900 a la fecha, el planeta se ha calentado 1.1 grados centígrados. De alcanzar 1.5 grados de calentamiento, o más –lo cual teóricamente podría ocurrir dentro de 20 años si se mantiene el actual nivel de emisiones de gas de efecto invernadero–, las oleadas de calor en la Tierra serán más intensas, las estaciones cálidas más largas y las frías más cortas. Consecuentemente, las lluvias se intensificarán y habrá inundaciones, como ocurrió hace unas semanas en Europa; las sequías serán más pertinaces, brutales y provocarán incendios como los acaecidos en Australia a principios del año pasado; el hielo de los polos se derretirá, icebergs gigantescos se desprenderán del Ártico y la Antártida, y el volumen de los océanos aumentará peligrosamente con consecuencias insospechadas para el ecosistema marino.
Conjugo en futuro, como si nada de lo descrito arriba hubiese pasado, pero lo cierto es que no va a ocurrir. Y no lo hará porque ya está ocurriendo. A ello debe sumarse la pandemia misma, un evento global no inédito en la historia de la humanidad, pero mucho más transgresor que los ocurridos en otras épocas en tanto el Mundo hoy está más conectado que nunca.
Soberbios, ignorantes y descerebrados como Andrés Manuel López Obrador, Donald Trump, Jair Bolsonaro y Boris Johnson, todos ellos líderes populistas afectados por taras extremas producto del trastorno narcisista de la personalidad que los hermana, ignoraron en un primer momento la peligrosidad del virus SARS-CoV-2. Los tres primeros gobiernan o gobernaron a tres de los países que han enfrentado mayor mortandad por la pandemia. Tan sólo Johnson fue capaz de aplicar el freno de mano y, pese a ello, el Reino Unido es el séptimo país con mayor número de muertes por causa de la Covid-19.
Con algún matiz, y ese matiz sólo alcanza para barnizar la maltrecha pero conservable figura de Johnson, los presidentes de México y Brasil, y el ex presidente de Estados Unidos, han exhibido, además de su ignorancia, un absoluto desprecio por la naturaleza, la historia y la ciencia. No hay especulación alguna al decir que ninguno de ellos se sentiría afectado y mucho menos tocado por la extinción de los osos polares, por ejemplo, o de cualquier otra especie amenazada por el cambio climático y el calentamiento global.
Pero, y quizá no lo parezca, estas líneas no han pretendido ser ecologistas, aunque en el fondo lo sean.
Cuidar, no el Mundo, sino la casa propia, es un oficio, no un arte, pero requiere a un artista. Gobernar un país, si se piensa, tendría que ser un arte, y en realidad está muy lejos de serlo. Como también lo está de ser un oficio. A lo mucho es un trabajo que algunos imbéciles, en realidad muchos imbéciles, pervierten en aras de su egolatría y las taras de su autoestima.
Yves Saint-Laurent hoy está empotrado en un nicho de los anales de la historia, uno al que jamás podrá acceder ese texano, nacido en Austin, llamado Tom Ford. Lio Messi hallará otro club de fútbol y será eterno, como jamás lo será Joan Laporta.
Vivir, gobernar, patear un balón, diseñar un vestido, cuidar un planeta, acaso se hayan convertido en oficios en los tiempos más recientes de la historia de la humanidad. Pero, en modo alguno, son y serán jamás un arte.
Y, sin embargo, siempre requerirán de alguien cuya pasión sea capaz de cambiar las reglas, transformar el mundo, hacerlo evidente. Cuidarlo.
Un artista.