Una bicicleta tendida en la acera

Por ANDRÉS TAPIA

El 13 de enero de 1996, un poco después de las 15:00 horas, en un sitio conocido como Highland Drive, en Arlington, Texas, una niña llamada Amber Hagerman y su hermano Ricky, pidieron permiso a sus abuelos para dar un paseo en bicicleta por el vecindario. “Pero no más allá de una cuadra”, advirtió Donna Whitson, la madre de los chicos.

Amber era la mayor, tenía nueve años, mientras que Ricky, cinco. A dos cuadras de la casa de los abuelos, en el estacionamiento de una tienda de abarrotes llamada Winn Dixie que había cerrado recientemente, había una especie de rampa. Amber lo sabía y por ello propuso a su hermano menor violar un poco la promesa hecha a su madre: “No te imaginas lo que es descender de ahí a toda velocidad”, le dijo, quizá, la niña a su hermano.

Cuando llegaron ahí, Amber se perdió en ese océano de adrenalina –tal vez sólo un charco– que supone ascender y descender de una rampa con una bicicleta. Ricky también lo hizo, pero pronto se arrepintió. “Me voy a casa, ven conmigo”, dijo a su hermana. La niña, simplemente, lo ignoró.

Ricky volvió y Amber permaneció ahí, subiendo y bajando de aquella rampa, con una sonrisa insolente en el rostro.

Así la vió Jim Kevil, un anciano jubilado de 78 años, mientras descansaba en el patio trasero de su casa, al otro lado de Abram Street, la calle en la que fue vista por última vez Amber Hagerman. La calle en la que ella se esfumó.

“Estaba pedaleando de arriba a abajo; sola”, contó Kevil. “De pronto apareció esta camioneta. Se detuvo, un hombre descendió rápidamente y se la llevó. Cuando ella gritó, supuse que tenía que llamar a la policía. Así lo hice”.

Cuando Jimmy Whitson, el abuelo de Amber, y su nieto Ricky volvieron al sitio unos minutos después, sólo hallaron a un agente de la policía escudriñando el lugar y una bicicleta tendida en la acera.

Amber Hagerman fue hallada cuatro días más tarde. Su cuerpo yacía desnudo a un costado de un canal de desagüe: había sido degollada y violada. Pero esto último no lo mencionaron en los noticieros vespertinos.

El funeral de Amber tuvo lugar cuatro días más tarde y fue sepultada en el cementerio Moore Memorial Gardens de Arlington, Texas. Su asesino jamás fue capturado.

El nombre de Amber es hoy bastante conocido y de uso común en México, aunque la mayoría de la gente ignora el porqué. A partir del ultraje y asesinato de Amber Hagerman, el estado de Texas puso en marcha lo que hoy se conoce como Alerta Amber, un programa cuya función es la de alertar a una sociedad cuando una chica o chico –menor de 18 años– desaparece, y que al día de hoy se ha implementado en nueve países del mundo (Estados Unidos, Canadá, México, Alemania, Francia, Holanda, Australia, Puerto Rico y Reino Unido) con el mismo nombre.

México implementó la Alerta Amber el 28 de abril del año 2011. A poco más de dos años de distancia, su uso es casi tan común como las denuncias que se realizan por robo a casa-habitación. Sin embargo, y a pesar de que en los últimos tiempos las desapariciones de menores de edad se han vuelto moneda de uso corriente en México, no existe propiamente una base datos fidedignos a la que acudir.

Una dirección en Twitter (@AlertaAmberMX), una página de Internet que no existe (www.alertaamber.mx), un número telefónico de la PGR que canaliza a la Fiscalía Especial para los delitos de Violencia contra las Mujeres y Trata de Personas (FEVINTRA: 01 800 00 854 00), el Protocolo Nacional de la Alerta Amber en la página de la Comisión Nacional de Derechos Humanos del Estado de Hidalgo (http://www.cdheh.org/v1/capacitacion/1233-programa-nacional-alerta-amber-mexico.html) y un micro-sitio en la página de Internet de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (http://www.pgjdf.gob.mx/index.php/servicios/servicioscomunidad/alertaamaber) son, de cerca, los elementos más visibles del programa Alerta Amber en México.

En los hechos, sin embargo, la Alerta Amber es apenas el sonido de la alarma de un auto que se activa sin querer en una calle cualquiera de la cartografía de México, y a la que muy poca gente hace caso. Poco importa que el hijo de alguien haya desaparecido, esté secuestrado, sea ultrajado, violado y asesinado, puesto que la indiferencia de los habitantes de este país, ciertamente sometidos a las vicisitudes de tiempos terribles, es proverbial e inalterable.

Conozco de cerca muchos casos. El más reciente, el de Diana Castañeda Fuentes, una hermosa chica de 14 años, que desapareció el 7 de septiembre de este año, en algún lugar del Estado de México. Ese día, en un instante cercano a las 16:00 horas, Diana pidió permiso a sus padres para encontrarse con una amiga, Evelin. Alguien la vio, no muy lejos de su casa, cruzando un puente peatonal. Luego de eso, al igual que Amber Hagerman, simplemente se esfumó.

Yo no creo en Dios hace tiempo. Para ser precisos, muchos años. La madre de Diana, Margy Fuentes Núñez, ha depositado en él toda la fe que le es posible tener a un ser humano en la esperanza de que su hija, más tarde o más temprano, regrese a casa sana y salva.

Como ella, decenas, cientos de padres esperan el regreso de sus hijos a casa: agotados por noches de insomnio, la escritura repetida de posts en Facebook, tweets en Twitter, copias fotostáticas pegadas en los postes del alumbrado público y miles de plegarias que al día de hoy no han sido atendidas.

Cada individuo, cada sociedad, cada nación, posee el gobierno que merece. Pero eso no significa necesariamente resignarse a un destino injusto. México, en tanto país, es una mierda en más de un sentido… y más nos valdría empezar a reconocerlo. Pero luego de ello, acaso con los ojos acuosos y enrojecidos, tendríamos que empezar a remar contracorriente y dirigirnos hacia un sitio distinto.

Es una paradoja macabra el que el programa Alerta Amber lleve el nombre de una niña que sufrió lo indecible y lo inimaginable a manos de un malnacido que acaso aún vive y camina libre en un mundo tan idiota como en el que vivimos. Pero, por ello mismo, a partir de hoy la desaparición de un niño o una niña debería ser considerado una catástrofe cósmica.

Tanto como contemplar, una tarde cualquiera, una bicicleta tendida en la acera…