Un milagro llamado Paloma Noyola

Por ANDRÉS TAPIA

A Marisol Alcelay, por aquella historia incidental de Kasparov que ocurrió en Nueva York

  

Aunque la ciencia y la historia los derrumben, a la sociedad mexicana le gusta pensar que existen los milagros.

La leyenda sublime de la aparición de una virgen (la madre de Dios en la mitología cristiana), en un cerro al norte de la Ciudad de México, sirvió de cabeza de puente y pretexto a la Iglesia Católica para evangelizar al pueblo de la Nueva España y prácticamente a todas las colonias del Nuevo Mundo.

Es sólo que, excepto el testimonio de un hombre llamado Juan Diego, cuyo relato poético se recoge en un libro llamado Nican Mopohua –tan poético y fascinante que es inevitable pensar en la superchería–, y un trozo de tela enigmática con la imagen de la que hoy es llamada Nuestra Señora de Guadalupe, no existe mayor evidencia de la aparición de la Madre de Dios en suelo mexicano.

Un aforismo que (quizá falsamente) se atribuye a Friedrich Nietzsche, reza: “Un teólogo es un hombre ciego, en un cuarto oscuro, que busca un gato negro, que no está ahí… ¡y lo encuentra!”.

La fe es algo así: una creencia omnipresente, sin seguridad alguna ni ciencia detrás de ella, de que algo es real sólo por el hecho de ser imaginado y pensado. Es en esta circunstancia que se fundamenta su belleza, tan próxima a las hazañas propias de la literatura, en donde lo imposible, lo inimaginable, lo extraordinario, tienen razón de ser.

Hace unos días, la revista Wired, una extraordinaria publicación estadounidense nacida a principios de la década de 1990 y la cual se especializa en temas y tópicos relativos a la tecnología, publicó la historia de una niña mexicana llamada Paola Noyola y de un profesor –su profesor–, llamado Sergio Juárez Correa.

Bajo el título: “The Next Steve Jobs”, Wired sugiere que Paola –una niña que vive cerca de un basurero, en situación de pobreza extrema, y en medio de un ambiente criminal propiciado por los cárteles del narcotráfico–, podría convertirse en un futuro en el émulo de Steve Jobs. Al mismo tiempo, resalta la figura de Juárez Correa, un profesor de 31 años de edad que tras haber estudiado a través de Internet los métodos de enseñanza de un profesor hindú llamado Sugata Mitra, los puso en práctica en Tamaulipas, uno de los estados de México más afectados por el crimen, la pobreza y una violencia desmedida para la cual en el diccionario no se encuentra adjetivo alguno.

No dedicaré más tiempo a contar la historia que Joshua Davis dio a conocer al mundo y, sobre todo, a México: le pertenece a él y es justo leerla de su pluma (http://www.wired.com/business/2013/10/free-thinkers/). Me desviaré, en cambio, para tratar de entender la reacción desmesurada de los medios de comunicación y de la sociedad mexicana en pleno, ambos siempre bastante reacios a consumir –y digerir– las historias que no se originen en los límites de su barrio y su entendimiento.

Por algún milagro desconocido (milagro, he conseguido hilar de nuevo la palabra en este texto), a partir de la publicación de la crónica en Wired, parece ser que una gran parte de la sociedad mexicana lee frecuentemente la revista que fundó Chris Anderson.  Eso me sorprende. A la mayoría de los mexicanos no les gusta leer, no compran revistas, y aunque la tecnología parecería interesarles, la parte humana relacionada con ella les importa absolutamente un carajo.

A Wired le importa la parte humana, el asombro, la idea anarquista de formar parte de un todo artificial en el que el concepto de Dios semeja un ordenador magnífico e impensable que todo lo ve, todo lo oye, todo lo siente e imagina… Pero, a final de cuentas, no se contenta ni se siente a gusto con ello. Como en México todo pasa por la bendición de Nuestra Señora de Guadalupe, la resignación suele ser un atributo-virtud que, en realidad, es un defecto muy raro.

En el año 1997, el ajedrecista ruso Gary Kasparov se enfrentó en un duelo épico a una computadora llamada Deep Blue. Una anécdota recogida en ese tiempo por el diario The New York Times cuenta que un hombre en Nueva York (ciudad en la que se escenificó el enfrentamiento), se acercó a Kasparov para decirle: “Dios está con usted, despreocúpese”. Kasparov respondió: “¿De verdad? Porque lo que me parece es que él está ayudando a mi oponente”.

Kasparov perdió aquel encuentro y el aura mítica que lo protegía –y, en el sentido más romántico, aún lo protege– comenzó a desvanecerse ese mismo año. Sin embargo, unos cuantos meses después, una compañía fundada por dos jóvenes, un estadounidense y un ruso (¿a dónde demonios se fue la Guerra Fría?), irrumpió en el inconsciente (nunca más inconsciente) colectivo de la humanidad. En ese momento a todo el mundo le importó nada, pero el 27 de septiembre de 1998 debe ser considerado como un día trascendental en la historia del mundo. Ese día, un motor de búsqueda llamado Google apareció en el –entonces insignificante– mundo virtual que suponía Internet.

El resto es historia conocida.

Si uno teclea Paloma Noyola en la barra de búsqueda de Google, hasta hace unas horas el buscador más exitoso de Internet devolvía la cifra de 176.000 referencias. No todas son exactas ni se refieren a la misma persona, pero es una verdad incontrovertible que conforme pasen los días éstas se incrementarán y eventualmente se enfocarán en la misma persona: una niña mexicana de 12 años, nacida y criada en condiciones adversas, cuya inteligencia es un milagro y, sin embargo, atendiendo a Darwin, es tan sólo el mecanismo de una especie para adaptarse a su entorno –un entorno violento, estúpido, surrealista, injusto y bobo–, en el que la muerte parece ser el origen y no el fin de la vida.

En medio de los crímenes perpetrados por los cárteles mexicanos del narcotráfico; inmersos en la política de retorno de “la dictadura perfecta”; con un presidente patético y “perfecto” que, siendo honestos, es el títere de muchos otros títeres; defendidos por una oposición tan blanda y mediocre que parece el pan remojado en café con leche que comería un anciano desdentado, una niña de 12 años y su mentor (de 31), se convierten en la aparición real de una virgen y un Dios en el sitio más olvidado del mundo, de México y de la historia.

Un milagro, ¡carajo!, pero no uno de esos a los que están acostumbrados los mexicanos.

Uno de verdad. Al fin, ¡uno de verdad!